"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

jueves, 23 de diciembre de 2021

Visita al Bar-Mesón

En el autobús, de camino al Wanda, le llama la atención un nuevo local que han abierto en la calle Palmatrón, perpendicular a Facendera. Bar-Mesón reza un letrero de luces fluorescentes. Le hace gracia el ascetismo del nombre. Menudos huevos hay que tener para poner ese nombre y quedarse tan pancho. Como si el Wanda, en lugar de Wanda, se llamara Campo-Estadio. Aunque, bien pensado, quizá es preferible un nombre sencillo que no uno que revele tan claramente las costuras del capitalismo. Después del partido se dejará caer por ahí, ya lo ha decidido.

Raimunda es fan del Atleti desde pequeñita, pero no va al Wanda a ver a su equipo (ya le gustaría). Va al Wanda a trabajar. A levantar el país, que se dice. Forma parte del equipo de seguridad. Llega al estadio embutida en un anorak de segurata que le confiere una imagen de persona gruesa a pesar de que ella es extremadamente escuálida. Tiene la cara surcada de arrugas y el pelo, moreno intenso, recogido en una coleta pequeña. Lleva gafas de sol, aunque no hace sol. Se fuma el último piti antes de entrar. Lo tira al suelo y lo pisa varias veces. Se regodea en el acto de apagar el fuego. Un señor mayor le silba cuando se agacha a por el cigarro para tirarlo a la basura. Se levanta echa una fiera y le lanza una cascada de exabruptos: cerdo, pervertido de mierda, saco de huesos a punto de disecarte, malparido, viejo verde, cucaracha andante…

Habla con sus compañeros y sale al estadio. La rutina de siempre. Se sitúa a cinco metros de Javier y a otros cinco de Concha, formando así el cordón de seguridad. Se pone de espaldas al campo y, por lo tanto, de cara a los aficionados. Tiene totalmente prohibido darse la vuelta. Estar tan cerca del espectáculo y perdérselo siempre. Qué rabia le da. Se tiene que conformar con el otro espectáculo, el que dan los aficionados. Le fascina la violencia que se concentra en las gradas. Hay una tensión latente que parece que va a estallar en cualquier momento, pero que, por arte de magia, casi nunca va a más. Gracias a su trabajo ha descubierto tres cosas sobre la naturaleza del hombre: 1) que el hombre es un ser social, 2) que el hombre es un ser animal y 3) que el hombre es un ser resabido. Todos los aficionados see creen que saben más que nadie y se les hinchan las venas cada vez que el entrenador toma decisiones que ellos consideran completamente estúpidas.

Va a su trabajo como si fuera al cine a ver una película muda. Los aficionados, con sus muecas, sus peinetas y sus movimientos, son los protagonistas de la película. Los insultos constituyen el acompañamiento musical en directo. Con estos ingredientes le toca a ella interpretar qué está sucediendo en el campo. Cada vez se le da mejor. Es capaz de discernir, antes de que los altavoces anuncien nada, cuándo marca el Atleti, cuándo encaja un gol, cuándo le pitan un penalti a favor, cuándo en contra, cuándo lo para Oblak… Lo único que no es capaz de intuir es, cuando un jugador local es expulsado, si es por roja directa o por doble amarilla. Pero bueno, tampoco hace faltar hilar tan fino.

Acaba el partido, deja el anorak en el vestuario de los seguratas y se pone a caminar hasta que se topa con las luces con un aire de puticlub del Bar-Mesón. Entra y se dirige directamente a la barra. Pide dos chupitos de cazalla. Le atiende el único camarero que hay en el local. Es un señor de piel pálida y rasgos bondadosos. Muy amablemente, se presenta a la nueva cliente. “Buenas tardes, mi nombre es Casimiro”. Raimunda, en un acto reflejo, le interrumpe y le espeta “hijo de puta”. Se da cuenta enseguida del error. “Perdona, es la costumbre. Tu nombre se parece mucho al de un jugador del Madrid”. Casimiro ni se inmuta. Es demasiado bueno como para ofenderse por eso. Le sirve los dos chupitos.

Raimunda ahueca su culo en el taburete de la barra. Decide girarse y otear la otra parte del bar. La postura del borracho clásico que bebe cabizbajo en el poyo del bar nunca le ha gustado. Ella es una bebedora alegre. Además, ya está harta de perderse siempre el espectáculo. Quiere observar la realidad y participar en ella. En los bares han tenido lugar acontecimientos demasiado importantes: la fundación de equipos de fútbol, como el Valencia; la fundación de partidos políticos, como el PSOE; la escritura de novelas que han marcado a muchos, como El señor de los anillos; o el descubrimiento de grandes hallazgos científicos, como el ADN.

A Raimunda también le gusta la distinción entre trabajo y ocupación. Ella trabaja como segurata, pero su ocupación de verdad es ser participante de la Historia, en mayúsculas. Le fascina el hecho de que acciones que a simple vista parecían inocuas, de cuya trascendencia nunca se tuvo plena consciencia, hayan acabado determinando el sino de la humanidad. Le obsesionan los acontecimientos históricos que se han convertido en fechas que marcan el inicio o el final de una época. La Toma de la Bastilla. El motín de Aranjuez. La batalla de Trafalgar. La caída del muro. El desembarco en Normandía. El asalto al Palacio de Invierno. Su principal sueño es poder colarse en uno de esos días que aparecerán señalados en los calendarios del futuro. Para ella, una vida carente de acontecimientos históricos es una vida aburrida, un paréntesis sin sentido.

Esa ansia por lo trascendente inocula en ella la necesidad de tener los ojos permanentemente abiertos, no vaya a ser que se pierda El Gran Momento. En el Bar-Mesón no parece que haya mucho que observar. Aparte de ella, sólo hay un cliente más. Se pide varios chupitos más de cazalla. Como no hay mucho entretenimiento, se pone a jugar con las servilletas. Siempre le ha gustado la papiroflexia. Hace distintas figuras para matar el tiempo: una mariposa, un dragón, un dinosaurio, un unicornio… Durante las dos horas que se pasa así no pierde de vista al otro cliente. Le parece algo raro que este señor, en lugar de pagar por sus consumiciones, reciba dinero por cada una de ellas. Casimiro le toma nota y otro hombre, que tiene una salita para él al lado del baño, se acerca y le deposita una cantidad que Raimunda no consigue apreciar. Le da unas palmaditas de agradecimiento en la espalda y se vuelve a meter en su salita. Debe de tratarse de una persona muy importante para que su presencia sea considerada en tan alta estima por la gente del bar. Los famosos y los ricos son los únicos a los que invitan en todos lados. A éste no sólo le invitan, sino que le pagan por consumir. ¿Quién será? ¿A qué se dedicará o se habrá dedicado? A Raimunda se le remueve de emoción el estómago sólo de pensar que puede estar delante de un ser relevante y trascendente.

 

 

 

  

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