"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

viernes, 24 de octubre de 2014

Esta globalización es una farsa


Creo que es imposible permanecer insensible ante el notorio contraste que se plasma en esta imagen. Ilusamente, podríamos pensar que se trata de una de esas maravillosas y ácidas viñetas con las que El Roto denuncia las injusticias del mundo que nos ha tocado vivir. Pero, desgraciadamente, no es así: se trata de una imagen real, por esta razón es tan impactante y conmovedora.  Sin embargo, al abalanzarse sobre esta fotografía, es menester no postrarse en el aspecto subjetivo (el impacto que subjetivamente nos suscita, la tristeza que nos genera) y desarrollar una visión objetiva que trascienda la circunstancialidad de la imagen para poder comprender con mayor profundidad por qué se dan situaciones como ésta.

Esta fotografía nos habla de dos mundos claramente diferentes: el de los ricos y el de los pobres. El de los ejecutores y el de los damnificados. De nuestro mundo, el Primer Mundo; y del Tercer Mundo, el de los otros. Independientemente de la arrogancia latente en esta clasificación habitual que se suele hacer, parece evidente que, disponiéndonos a emplear términos cuantitativos para describir el escenario mundial donde vivimos, no existen suficientes unidades de medida de “mundo” para definir rigurosamente la distancia entre esos mal llamados Primer Mundo y Tercer Mundo. Nos hallamos en posiciones divergentes, cuanto más avanza uno, más retrocede el otro.

El escenario mundial está actualmente regido por una globalización farsante y engañosa, que se limita al campo de la economía para aprovecharse de la liberalización del mercado y embarcarse impune y gratuitamente en una infinidad de proyectos orientados a la perpetuación y potenciación del capitalismo voraz propugnado por los países del Primer Mundo. Llamamos indebidamente globalización a un proceso de colonización económica encaminado a invadir indistintamente a todos los países del mundo. Sin importar los ideales que abanderen, ¿qué más da que sea China que España? , ¿qué importa que el gato sea blanco o negro con tal de que cace ratones?

Se trata de una globalización basada principalmente en pilares económicos como la interconexión de los mercados financieros, la movilidad de capitales, la privatización de empresas públicas o el exacerbado protagonismo de las multinacionales. La ética y la solidaridad han quedado relegadas a un papel insignificante, hecho que habilita la inequidad endémica de un proceso que es exprimido por las grandes empresas para poblar el Tercer Mundo con el único fin de reducir sus costes de producción a base de la explotación de numerosas personas indefensas.

Volviendo a la fotografía inicial, pienso que, a pesar de su capacidad de impacto, reduce el drama en la medida en que incorpora una visión de España (diversas personas jugando despreocupadamente al golf) que no es generalizable y que, por lo tanto, puede dar a entender (a gente poco aguda) que los africanos ansían entrar a nuestro país para poder gozar de actividades lujosas y ociosas. La conclusión que debemos extraer es mucho más oscura y dolorosa. Los africanos que luchan por alcanzar el territorio español no lo hacen con el ánimo de convertirse, en un futuro, en jugadores de golf como los de la foto. Sino que vienen a España a jugársela, apelando más a la fe que a otra cosa. Pues no van a recaer en ningún paraíso, sino que, más bien, van a recaer en uno de los países más pobres y desalentadores de Europa. En uno de esos países que, con desprecio, algunas personas han colocado en el grupo de los PIGS (Portugal, Italia, Grecia, España). Van a recaer en el país del 24% de parados, en el país del 29´9% de menores de dieciocho años que viven bajo el umbral de la pobreza, en el país de la continua emigración juvenil.

Mientras que una cantidad notoria de españoles huye apresuradamente de un país social y económicamente abatido, miles de africanos se juegan la vida por entrar en España. En este punto estriba la colosal desigualdad de nuestro mundo. Los males, problemas y preocupaciones de unos, constituyen la fuente de esperanza de los descarriados por el orden económico mundial. Nuestras desgracias no son sino sueños inalcanzables para el gran grueso de la población subalterna.

Es evidente que sería inviable para cualquier país acoger, él solo, a todos los inmigrantes, de la misma forma que también sería complejo establecer un plan europeo de distribución de la inmigración. Ahora bien, a mi juicio, el problema no radica en que los inmigrantes deseen integrarse en países europeos, sino en el hecho de que existan personas que deseen abandonar desesperadamente sus respectivos países. Y es aquí donde Occidente tiene una responsabilidad insoslayable, tanto por la responsabilidad de dirigir actualmente el mundo (aunque cada vez menos), como por la responsabilidad de haber ocupado en el pasado esos países que hoy en día se han convertido en vergonzosos centros de saqueo y explotación. A los países del Primer Mundo les interesa habilitar una vida digna en los países más menesterosos para frenar el inabordable flujo migratorio; al mismo tiempo que les acecha una obligación moral que no debe sino empujarles a restituir los daños infligidos en los últimos siglos. El colonialismo económico debe abandonarse definitivamente.

Es necesario que los susodichos estados del Primer Mundo y que las organizaciones internacionales más relevantes se impliquen de verdad en la cuestión migratoria y, sobre todo, en proyectos de desarrollo de los países del Tercer Mundo. Para ello, se precisa un compromiso sólido que entienda que no basta con abrir económicamente los países para encauzarlos en la prosperidad, sino que es necesario lograr que, en primer lugar, se desarrollen instituciones democráticas para que más tarde pueda gestarse una economía sólida, que no beneficie exclusivamente a los monopolios instalados en estos países, ni tampoco a las multinacionales que sacan tajada de la menesterosidad del Tercer Mundo.  

No podremos hablar de una globalización de verdad hasta que en este proceso no puedan integrarse todos los países, hasta que no se diluyan las imperantes desigualdades entre diferentes mundos que conviven en un mismo mundo. Para transformar beneficiosamente la globalización, los estados y organizaciones internacionales deben revestirla de contenido político, ético y democrático, poniendo coto de una vez por todas al neoliberalismo desenfrenado. Sólo entonces podremos hablar de un mundo verdaderamente globalizado.