"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

jueves, 30 de abril de 2015

¿Dónde está la grieta?


Hace unos meses, circulaba por internet una conferencia de Íñigo Errejón en la que éste reflexionaba sosegadamente sobre la grieta que el 15-M había abierto en la sociedad española y que había aprovechado Podemos para introducirse de lleno en el escenario político español. Por aquel entonces, el vídeo se difundió con éxito y recibió numerosos elogios por el rigor, el acierto y la precisión del análisis. Sin embargo, pocos meses después, la pregunta que revolotea nuestras cabezas es la siguiente: ¿sigue teniendo validez el análisis de Errejón?

Para entender cabalmente el significado de esta grieta a la que aludía Errejón, es necesario evocar a Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, los dos pensadores posmarxistas que han nutrido ideológicamente en mayor medida a los líderes de Podemos. Mouffe y Laclau reactualizaron algunos conceptos de Antonio Gramsci para plantear una alternativa política de izquierdas que se adecuara a los parámetros surgidos en la segunda mitad del siglo pasado. Abjuraron del historicismo predominante en el marxismo ortodoxo y centraron su teoría en la presentación de un escenario político caracterizado por el pluralismo y por la continua lucha por construir hegemonía. Esta concepción de la política iba ligada estrechamente a la idea de que la política nunca está prefijada, sino que más bien son los diferentes sujetos quienes la determinan a través de la acción.

Las identidades políticas, según Mouffe y Laclau, se caracterizan precisamente por no alcanzar nunca una plenitud total. Siempre son susceptibles de ser reconfiguradas, por esta razón, debe indicarse que toda hegemonía es, a fin de cuentas, provisional (aunque se trate de una provisionalidad alargada), ya que siempre es posible subvertirla. Esta subversión es posible cuando las identidades, los símbolos y las fuerzas del poder hegemónico se agrietan y pierden consistencia, dando lugar a lo que Gramsci denominó crisis orgánica. Esta crisis orgánica habilita la posibilidad de construir una nueva hegemonía que suplante a la que languidece. Ahora bien, ¿cómo se puede forjar este poder hegemónico? Mouffe y Laclau enfocan esta cuestión atribuyendo una relevancia primordial al papel que desempeña el lenguaje en la configuración de la realidad: es dotando a los términos (a los significantes) de un significado afín a la tendencia política que se pretende implantar como se consigue construir una posición hegemónica. Los significantes del antiguo sujeto hegemónico que comienzan a perder consistencia (los significantes flotantes) deben vincularse a un nuevo significado.

Esta construcción de la hegemonía precisa la articulación de diferentes sujetos presentes en la sociedad para la constitución de una mayoría amplia que se identifique con los nuevos significados introducidos por el sujeto que brega por alcanzar la hegemonía. Esta articulación hegemónica, según Mouffe y Laclau, se materializa gracias a la dicotomización de la realidad política, ya que la fijación de un adversario compartido consigue unificar a los distintos sujetos sociales, neutralizando de este modo las diferencias que en condiciones normales alejaría a unos de otros.

De acuerdo con estos dos autores y siguiendo la línea del análisis de Errejón, el 15-M abrió una grieta en el sistema político español que zarandeó las bases sobre las que se había cimentado la política española desde la Transición. El 15-M bosquejó un nuevo horizonte sobre el que se depositaron los anhelos de cambio de una cantidad considerable de españoles que cuestionaba el funcionamiento patológico de un sistema penetrado por el desempleo, la desigualdad, la corrupción, la opacidad… Frente a este desalentador panorama, los indignados reclamaron “una democracia real” que diera voz a la ciudadanía; que fuera dirigida por personas decentes que representaran los intereses colectivos; que luchara por erradicar las desigualdades sociales que anegaban el país; que socavara el individualismo y fomentara el cooperativismo; y que pusiera coto a los privilegios de ese simbólico 1% de la población que acumulaba tanta riqueza como el restante 99%.  

Con la aparición del 15-M, a juicio de Errejón, el sistema político incubado en la Transición entró en una crisis orgánica que comportó el debilitamiento de varios de sus elementos principales. La sociedad española se había empezado a concienciar políticamente y, desde ese momento, su actitud frente a la realidad política iba a tornarse más reivindicativa y exigente: arreciaron las mareas y las marchas contra las injusticias que perpetraba el sistema, la televisión gradualmente iba siendo colonizada por las tertulias que versaban sobre la actualidad política, los políticos se empezaban a interesar por revestir una apariencia cercana a la ciudadanía, los jóvenes que no habían participado en el proceso de transición a la democracia tomaban la voz cantante… Aplicando la teoría de Mouffe y Laclau, el sistema español se encontraba en un estado de desintegración plasmado especialmente en la sacudida sufrida por algunos significantes que hasta ese momento no habían sido seriamente cuestionados y que ahora se tornaban flotantes. El propio lema del 15-M (“Democracia Real Ya”), ilustra claramente este fenómeno: un concepto que parecía tan consensuado como el de democracia se ponía en cuestionamiento. En consecuencia, se exigía una democracia real que no se correspondía con la practicada por el sistema español y que debía consistir en una mayor participación de la ciudadanía en los asuntos políticos.

Por este agujero producido por la grieta del 15-M se coló Podemos para intentar cristalizar institucionalmente la transformación experimentada por la sociedad española. Aprovechándose de que el viento soplaba a su favor y de que los elementos del sistema se encontraban en un estado de notable resquebrajamiento, Podemos se propuso trasladar a las instituciones políticas el cambio germinado en la sociedad para poder culminar el ascenso de una concepción de la política que cada día iba ganando más seguidores. Para este proceso de articulación hegemónica, los dirigentes de Podemos, manteniéndose fieles al influjo teórico de Mouffe y Laclau, trazaron el adversario al que debían hacer frente: LA CASTA. En esta palabra se concentraba un conjunto de matices y connotaciones que respondía rápida y concisamente a la denuncia que la ciudadanía había estado manifestando reiteradamente a raíz del 15-M. La palabra “casta” remitía a los políticos y banqueros que habían saqueado las instituciones y que habían amasado cantidades inimaginables de dinero a costa del empobrecimiento de la mayor parte de la población.

En pocos meses, Podemos se vio catapultado a lo más alto de la arena política. En virtud de lo reflejado en las encuestas que se sucedían, Podemos estaba sabiendo captar los votos de una parte del electorado que tradicionalmente no se había identificado con medidas de la línea ideológica que latía en la formación de Pablo Iglesias, pero que, sin embargo, se sentía atraído por esa denuncia a la casta unánimemente compartida. Deliberadamente, los dirigentes del partido buscaron acentuar el potencial de su transversalidad renegando del tradicional eje de izquierda y derecha. Lo reemplazaron por un nuevo eje que hacía referencia a los de arriba y a los de abajo y que permitía romper con una identidad de la izquierda que durante los años de la crisis no había sabido canalizar fluidamente las nuevas demandas ciudadanas, como bien puede apreciarse en los resultados de las elecciones estatales de noviembre de 2011, en las que, con el 15-M bastante reciente, ni el PSOE ni Izquierda Unida supieron dar respuesta al cambio que estaba produciéndose en la sociedad.

Todo iba viento en popa para Podemos en el momento en que Errejón realizó la extraordinaria conferencia en noviembre del año pasado. Era primera fuerza en varias encuestas y los ciudadanos parecían recibir con esperanza e ilusión su irrupción. Sin embargo, de repente, el fulgurante ascenso de Ciudadanos lo ha cambiado todo. Nos encontramos a menos de un mes de las elecciones autonómicas y las encuestas sitúan a Podemos como cuarta fuerza en bastantes comunidades. En el momento en que escribo, Ciudadanos le ha arrebatado una buena parte del discurso transversal. Ese sector del electorado que había conseguido atraer Podemos y que tradicionalmente se había identificado más con el centro/centro-derecha, parece que se ha alejado notoriamente del partido de Pablo Iglesias en beneficio de Ciudadanos. Así las cosas, ¿es posible seguir hablando de la existencia de una grieta?

Las mismas encuestas que dan cuenta del estancamiento de Podemos en los últimos meses, siguen evidenciando que el tablero político español se ha visto altamente metamorfoseado en cosa menos de un año: los votos que antes se repartían el PSOE y el PP son distribuidos ahora entre cuatro fuerzas diferentes y bastante emparejadas. De ello se desprende que, efectivamente, se ha abierto una grieta en la realidad política española que ha dado paso al surgimiento tanto de Podemos como de Ciudadanos. Sin embargo, la cuestión radica en determinar de qué tipo de grieta se trata. En mi opinión, si se consolida la tendencia ascendente de Ciudadanos que han expresado las encuestas en los últimos meses, ya no se podrá hablar de la grieta a la que hacía referencia Errejón en su conferencia.

El perfil del votante medio de Ciudadanos se caracteriza por sentir repulsa hacia los continuos casos de corrupción que se dan en España. Seguramente, al igual que los votantes de Podemos, rechaza a la casta. Y por esta razón puede entenderse que una parte de quienes ahora, según las encuestas, se predisponen a votar a Ciudadanos se hayan sentido identificados anteriormente con Podemos. Sin embargo, la idea que tienen ambos partidos sobre la casta difiere notablemente. Si bien para Ciudadanos el concepto de casta hace referencia a los políticos “chorizos” que roban a los españoles y que son corruptos, para Podemos la idea de la casta es más amplia, ya que hace referencia a la fragmentación social generada por un sistema económico que produce a una casta de banqueros y políticos que empujan a la precariedad y a la miseria a los que se encuentran abajo del sistema. Para el partido de Pablo Iglesias existe una relación directa entre la riqueza de la casta y la menesterosidad de los de abajo. Podemos bebe de las reivindicaciones lanzadas por el 15-M que cuestionan el sistema económico neoliberal, aunque el pragmatismo al que habitualmente recurren sus dirigentes aleja en ocasiones al partido de estas reivindicaciones sociales. Ciudadanos, por el contrario, sólo parece tener en común con el 15-M la lucha contra la opacidad y la corrupción.

Por esta razón, de consolidarse este ascenso de Ciudadanos, difícilmente podremos seguir sosteniendo, como sostenía Errejón, que el 15-M abrió una grieta que dio paso a la construcción de un poder hegemónico que iba camino a cambiar sustancialmente el sistema político y económico del país. La irrupción de Ciudadanos, por el contrario,  puede mostrarnos que quizá la sociedad española no estaba tan contagiada por el 15-M como algunos pensábamos, ya que la crítica que Ciudadanos hace al sistema no pone en cuestionamiento a éste, simplemente señala un vicio del mismo (la corrupción) que es consustancial a la mayoría de regímenes políticos. Se trata de una denuncia moderada, superficial y coyuntural que no pone en tela de juicio los elementos básicos del sistema y que no se adhiere a las reivindicaciones que el 15-M esgrimió en contra de la desigualdad social, de la democracia representativa y del capitalismo financiero.

El gran respaldo social del que parece gozar Ciudadanos en las últimas encuestas evidencia que la grieta de la que hablaba Errejón no se ha producido tanto en el sistema como tal cuanto en el bipartidismo. Recordando a Mouffe y Laclau, podemos hablar de la gradual implantación de una posición hegemónica que, a diferencia de lo que pronosticaba Errejón, no viene a superar el sistema dirigido por la casta, sino que viene para mitigar el papel de los dos partidos que se han alternado en el poder en las últimas tres décadas. Una posición hegemónica que se articula únicamente en contraposición al PP y al PSOE, y que no implica la erradicación de las patologías del sistema que el 15-M alumbró y que Podemos ha denunciado desde su irrupción. Si se consolida el ascenso de Ciudadanos, constataremos, desalentados, que las reivindicaciones sociales blandidas por el 15-M no han penetrado en la sociedad con la profundidad con la que nos figurábamos. Constataremos que la interpretación de la crisis realizada por buena parte de la ciudadanía ha sido más coyuntural que sistemática. La grieta abierta a raíz de la crisis habrá sido aprovechada para la construcción de una hegemonía que sólo se diferenciará de la anterior en su fachada. 

PD: necesitaría otro artículo entero para poder desarrollar otra hipótesis que también podría ser válida y que consistiría en achacar en buena parte a Podemos el no haber sabido canalizar las demandas lanzadas por la sociedad debido a la excesiva burocratización que ha experimentado la organización del partido. En este artículo he optado por analizar la evolución de la sociedad sin conectarla con la evolución de Podemos, lo que me parece interesante pero quizá sea insuficiente si entendemos que los partidos políticos también pueden incidir en la transformación de la sociedad.

Añado el link del vídeo de la conferencia de Errejón por si a alguien le interesa verlo: https://www.youtube.com/watch?v=H2VRNU9dXsY :)