"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

domingo, 27 de octubre de 2019

Once upon a time in Hollywood



Sin ser yo un fervoroso fan de Tarantino, Once upon a time in Hollywood me ha parecido la película más redonda que he visto en lo que llevamos de año. Es una película que rezuma fascinación por el cine en cada plano y que está atravesada por un tierno y a la vez irónico sentimiento de nostalgia hacia el Hollywood de antaño. Tarantino retrata un Hollywood que huele a cine en cada rincón: un Hollywood anegado de estrellas, de carteles de películas, de paredes decoradas con imágenes de actores y actrices, de salas de cine y de letreros luminosos anunciando las sesiones de cada día. En el centro de este escenario, en los años sesenta, Tarantino sitúa dos historias paralelas que confluirán en el desenlace de la película.

Por un lado, Tarantino sigue los pasos de Sharon Tate (Margot Robbie), una joven actriz de películas de acción que se mueve por la vida con una ingravidez asombrosa, sin tener un rumbo fijo, disfrutando de cada instante con una inocencia, una naturalidad y una alegría irresistiblemente contagiosas. Sharon Tate es la pareja de Roman Polanski, quien, por el contrario, es caricaturizado como un joven remilgado, ensimismado en sus incipientes éxitos, un tanto alelado y profundamente insulso. Deliberadamente, sabiendo que somos conocedores de su trágico final, Tarantino envuelve al personaje de Margot Robbie de un aura especial, de un atractivo, tanto personal como sensual, descomunal, que no consigue sino que el espectador sienta todavía más simpatía hacia el personaje, lamentando en todo momento el terrible final que se le augura. Sharon Tate apenas necesita articular palabras para resultar arrebatadora. Es su mera presencia, la fuerza vital que desprenden sus movimientos y sus gestos, lo que seduce al espectador. La mejor prueba de ello es la fantástica escena en la que Sharon Tate, tímidamente hundida en una butaca de una sala de cine, disfruta en silencio viendo una película suya al comprobar cómo los espectadores vibran con las escenas en las que ella aparece.

Por otro lado, Tarantino nos relata las vicisitudes de Rick Dalton (Leonardo di Caprio), un actor que está de capa caída, y de su doble y fiel escudero, Cliff Booth (Brad Pitt).  Tarantino pone el foco en dos personajes que contrastan completamente con el glamour y el éxito que se asocian a Hollywood, pues ambos ocupan un lugar marginal dentro del escenario artístico de Los Ángeles. Aunque Rick Dalton goza, evidentemente, de un estatus social más alto que el de su doble Cliff Booth, su carrera cinematográfica languidece de tal manera que uno no puede evitar situarles en una situación de marginalidad equivalente, con el agravio añadido para Rick del sabor amargo que supone tocar fondo después de haber conocido el éxito (siempre relativo en su caso, ya que lo máximo que había alcanzado en su carrera había sido protagonizar una serie de televisión de western). El desarrollo de los personajes de Rick y Cliff es maravilloso. Mientras que Rick recurre durante buena parte de la película al alcohol para conllevar su frustración, Cliff asimila con total entereza su precaria posición dentro del mundo cinematográfico. No tiene ningún problema en tener que estar siempre a disposición de su jefe y amigo Rick, todo lo contrario: se muestra muy solícito en todo momento. Además, no se amilana ante nadie, ni siquiera ante estrellas como Bruce Lee, a quien se permite retar y vencer en un duelo hilarante. Su fama de tipo duro se ve acentuada por una leyenda que circula por Hollywood, según la cual Cliff habría asesinado a su mujer. Como si se hubiera contagiado de la firmeza de Cliff, Rick acaba saliendo de su letargo, empujado en parte por cómo le afecta a su orgullo el que una jovencísima actriz con la que tiene que trabajar le venga a repartir lecciones sobre cómo actuar. Los diálogos y las escenas con la pequeña actriz son impagables.

Como se ha mencionado ya, de fondo de estas dos historias paralelas encontramos el Hollywood de los años sesenta. Un Hollywood que, a ojos de Tarantino, no ha podido permanecer impermeable al movimiento hippy surgido en aquella época. Los hippies están presentes en toda la película, forman parte de la fisonomía de Los Ángeles de los años sesenta. Tarantino los retrata con un desprecio evidente como progres ridículos que abrazan la revolución más como una forma de autocomplacencia personal que por el verdadero objetivo de cambiar el mundo que habitan. La larga escena en que Cliff se introduce en un rancho que antes había sido utilizado como set de rodaje para westerns, pero que ahora ha sido ocupado por decenas de despreocupados hippies es excelente. Tarantino logra crear una sensación de suspense asfixiante, así como, en un homenaje más al cine dentro de esta película, fabrica un mini western dentro de la propia película, con Cliff solo, sin aparente escapatoria, enfrentándose a la horda de hippies que se han asentado en el rancho.

La película culmina con un final frenético en el que Tarantino, para imprimir mayor velocidad a la narración, va señalando la hora y el minuto exacto en que se produce cada acción dentro del día clave de 1969 en que todos sabemos que un grupo de hippies acabó con la vida de Sharon Tate y sus amigos. Sin embargo, para sorpresa de todos, Tarantino propone un final alternativo. Del mismo modo que en Malditos Bastardos nos ofrecía un goce del que la historia nos había privado: ver matar a Hitler; en Once upon a time in Hollywood nos brinda la oportunidad de disfrutar viendo a Sharon Tate salvando su vida. Tarantino juega con el espectador durante toda la película: despistándole, manipulándole, haciéndole creer que esta película iba a tratar sobre el asesinato de Sharon Tate. Sin embargo, contra todo pronóstico, se desvía del final esperado por todos para reivindicar el poder del cine como generador de historias únicas y fantásticas, con estallido de violencia tarantiniana mediante, por supuesto. En una película que desprende en todo momento amor por la magia del cine, por la capacidad única de las películas de crear historias e imaginarios en los que los espectadores nos sumergimos para soñar y aliviar nuestras frustraciones vitales (o para regodearnos en ellas), Tarantino decide hacer su propia contribución construyendo una historia que nos tiene atrapados desde el primer al último segundo y que nos transporta durante más de dos horas y media a un mundo ficticio que nos habla de éxitos, fracasos, leyendas, villanos y héroes inesperados.  


   


jueves, 8 de agosto de 2019

David Copperfield



Hay libros que producen una sensación inefable de orfandad cuando uno los termina. David Copperfield es, sin ninguna duda, uno de ellos. Me costó varios días volver a disponer de la energía suficiente para abalanzarme sobre un nuevo libro, pues sentía que iniciar cualquier otra lectura suponía una suerte de acto de infidelidad para con David Copperfield. Me había sumergido hasta tal punto en el universo creado por Dickens que me sentía como un forastero, y una especie de traidor, intentando empezar cualquier otro libro.

David Copperfield es un libro maravilloso en el que Dickens despliega todas sus habilidades narrativas para dar forma a una obra que versa sobre temas tan universales como la infancia, la madurez, la firmeza frente a la adversidad, la familia, la amistad, el amor, la codicia o la dignidad moral. Con la Inglaterra victoriana en lo más álgido de la Revolución Industrial de fondo, Dickens nos introduce en las vicisitudes que jalonan la sinuosa vida de David Copperfield, un niño que sufre las mayores penalidades imaginables: desde la precoz muerte de su querida madre, la convivencia con un padrastro insensible y tiránico, la supervivencia en un centro educativo que emplea una metodología de enseñanza asfixiantemente autoritaria, hasta la participación en la miserable vida laboral del Londres más industrial. Estas desfavorables experiencias no consiguen hundir al pequeño Copperfield. Más bien al contrario, laminan la que será una personalidad resiliente a la desgracia y perseverante en la búsqueda de soluciones frente a los contratiempos. La admirable serenidad y firmeza de David Copperfield, así como su irredento optimismo, son fruto del apoyo anímico que recibe de los diversos personajes que pueblan su vida: de su incondicional niñera (Pegotty), de la extravagante familia Micawber, de su amigo Traddles o de su querida y reverenciada Agnés.

Uno de los aspectos más destacables de la novela es precisamente que, a pesar de estar contada en primera persona, desde el punto de vista de David Copperfield, Dickens consigue dotar de profundidad a cada uno de los numerosos personajes que aparecen, convirtiendo así la novela en una novela coral perfecta. La historia de Copperfield discurre, por tanto, no sólo a través de los acontecimientos que le suceden al protagonista, sino también a partir de la evolución que experimentan los personajes que le rodean. Aunque en el imaginario colectivo predomine la caracterización de Dickens como un cronista de la podredumbre y la miseria, como un firme crítico de las pésimas circunstancias sociales y económicas en que se hallaba una vasta parte de la población británica, es totalmente injusto reducir a Dickens a este papel de cronista social, pues su obra no se limita a describir paisajes sociales, sino que en un contexto social concreto coloca a personajes complejos, surcados de matices, a los que el autor británico disecciona con bisturí.

Es asombroso el amplio abanico de personajes fantásticos e inolvidables que aparecen en David Copperfield. Creo que merece la pena mencionar a algunos de ellos. El señor Micawber es un personaje hilarante: no tiene ni un duro, pero siempre anda ilusionado con embarcarse en nuevos proyectos que, para su desgracia, acaban fracasando. Pasa con frecuencia estancias en la cárcel por impago de deudas y le aqueja la insaciable necesidad de expresar de manera epistolar sus pensamientos y reflexiones con una solemnidad tan acusada que se torna risible. La tía de la madre de Copperfield, la tía Betsey, es también un personaje excepcional. Al principio se la muestra como una anciana huraña y caprichosa que está decepcionada porque su sobrina ha dado luz a un niño en lugar de a una niña, pero conforme avanza el libro es imposible no encariñarse con este personaje que también resulta muy divertido. Hace referencias continuas a “Betsey Copperfield”, como si la niña que deseaba que tuviera su sobrina existiera de verdad y es altamente obsesiva, estando en permanente estado de alerta por si se incendia Londres. Tampoco soporta que los burros atraviesen el jardín de su casa de Dover, haciendo todo lo posible para ahuyentarlos. Además, deposita una confianza ciega en la sabiduría de Dick, su excéntrico amigo del que nadie se fía. Dick es un personaje igualmente atractivo. Está claro que padece una deficiencia mental que le hace creer, entre otras cosas, que es la reencarnación de Carlos I.  Dedica la mayor parte de su tiempo a escribir un memorándum sobre su propia vida que nunca concluye. Es, sin embargo, su inocencia la que lo convierte en una inspiración para la Tía Betsey, ya que no hay tacha moral que se le pueda oponer. De hecho, en un mundo donde la mayoría de las personas ocupa sus pensamientos en cuestiones materiales y superfluas, Dick es presentado como el más cuerdo y puro. Como el individuo que de verdad sabe paladear los placeres de la vida.

En contraposición a Dick, tenemos a Uria Heep, un personaje obsesionado con ascender en la escalera social. Heep intenta ocultar su desbocada codicia jactándose permanentemente de sus orígenes humildes y fingiendo que actúa siempre movido por intereses nobles. No deja, sin embargo, víctima sin cabeza: todos los individuos que le rodean acaban irremediablemente afectados por las afiladas garras de su ambición social, enmarañados en una red de continuos problemas. Heep es la representación en el libro de esa clase intemporal de advenedizos sociales carentes de escrúpulos morales. El personaje de Heep sirve para culminar la transición hacia la madurez de David Copperfield, pues es desenmascarando los tejemanejes de aquél que David aprende de verdad a enfrentarse a las situaciones conflictivas de la vida, en lugar de a huirlas.

Me gustaría mencionar sucintamente a tres personajes más. Por un lado, a Pegotty, la incombustible niñera de David. Pegotty es una persona tierna y bondadosa que ha tratado siempre a David como si de su hijo se tratara, más aún desde que éste perdiera a su madre. Pegotty exhibe un amor incondicional hacia David, siendo una especie de ángel de la guarda para él. Por otro lado, al señor Pegotty, el hermano de la niñera de David. El señor Pegotty comparte muchas virtudes con su hermana, pues es un hombre cándido que acoge a cualquier persona con el mayor de los cuidados. Además, se desvive por los suyos. Su tortuosa travesía en búsqueda de su querida sobrina Emily me parece una de las historias más conmovedoras del libro. Por último, tenemos a Ham, el otro sobrino del Señor Pegotty y que estaba prometido con su prima Emily. Ham me parece el personaje más noble de toda la novela. Reacciona al desgarrador abandono de Emily con una dignididad realmente admirable, rehuyendo de cualquier tipo de resentimiento. Una vez Emily reaparece, le suplica a David que no le informe de todo lo que ha sufrido por su culpa.  Su muerte es una de las muertes más trágicas que recuerdo: en medio de una tempestad, sin ya ninguna ilusión por vivir, se sacrifica -en vano- para intentar salvar a quien a la sazón resulta ser Steetforth, el individuo con el que le fue infiel y se marchó Emily.  

Es fascinante la capacidad de Dickens para captar la atención del lector sobre el desarrollo de cada uno de los personajes. Para ello, hace uso de una variedad inmensa de recursos narrativos: la hipérbole para acentuar las sensaciones dramáticas; la anticipación de la suerte que correrán algunos personajes para generar suspense y despertar interés; el sarcasmo para caricaturizar a los personajes más detestables; un agudísimo sentido del humor que logra hacer de contrapeso al rebajar y relativizar la carga dramática de la historia; y el encabezamiento de cada capítulo con un título sencillo y atractivo que atrapa fácilmente la curiosidad del elector, como si se tratara del titular de una noticia de periódico.

El último capítulo del libro constituye, en mi opinión, un cierre perfecto: David deja de relatar los sucesos que han marcado su existencia y se detiene a reflexionar sobre la felicidad que le produce estar acompañado en la vida por las personas tan variopintas como excepcionales que ha ido describiendo a lo largo de la novela. Mirando a su alrededor se da cuenta de que, a pesar de todas las adversidades que ha sufrido, a pesar de todas las desgracias que le han asolado, es un afortunado por poder contar con la amistad y el cariño de seres tan fantásticos y genuinos. La historia de su vida es un mosaico de decepciones, de traspiés, de infortunios, de privaciones, pero también de superación, de esperanza y, sobre todo, de amor.

martes, 19 de marzo de 2019

Better Call Saul


Empezar Better Call Saul suponía un riesgo notable, pues, por mucho que me propusiera no hacerlo, era inevitable no trazar similitudes con Breaking Bad, una de las series más maravillosas que he tenido el placer de ver. El enterarme de que Vince Gilligan estaba, junto con Peter Gould, detrás de esta aventura, incrementaba las expectativas, así como el comprobar que un número considerable de los personajes de Breaking Bad iba a formar parte de la historia. A pesar de este vértigo inicial, la serie me ha fascinado. No es necesario comparar con Breaking Bad para afirmar que Better Call Saul es una serie formidable: con un guion compacto, con una historia narrada de manera gradual y con atención minuciosa al detalle, con unas actuaciones de primer nivel, con una ambientación extraordinaria y con una calidad visual excelente.

Better Call Saul aborda la evolución de Jimmy Mcgill, un joven abogado que todos sabemos por Breaking Bad que acabará transformándose en Saul Goodman, un hombre moralmente impúdico. En las primeras temporadas de Better Call Saul, uno observa cómo Jimmy es una persona entrañable, que, aunque con la tendencia de Saul Goodman al divertimiento y a las chapuzas, atesora buenas intenciones, como puede apreciarse en la primera temporada cuando se niega a apropiarse una cantidad voluminosa de dinero ajeno y, sobre todo, con el trato exquisito que le profesa a su hermano Chuck.

La complicada relación entre Chuck y Jimmy constituye el eje sobre el que pivota la personalidad de este último en las tres primeras temporadas y media. Chuck es todo lo contrario a Jimmy: es un jurista apasionado que muestra un respeto sepulcral por la Ley, otorgándole un carácter cuasi sagrado. Es una persona extremadamente perfeccionista, meticulosa, obsesiva, honrada y que siempre intenta guiarse por lo que le indica su rígido sentido de la moral. Chuck, sin embargo, también exhibe numerosos defectos: le falta sensibilidad y empatía. Carece de inteligencia emocional. Es una persona totalmente fría. Además, actúa con bastante arrogancia, siempre cree saber qué es lo mejor y apenas muestra agradecimiento a aquellos que, como Jimmy, le proporcionan continuos cuidados. Conforme avanza la serie, es posible avistar en él cierto reducto de envidia hacia su hermano. Aunque sea incapaz de aceptarlo, no tolera la facilidad con la que Jimmy se gana el cariño de su entorno. No en vano Jimmy era el favorito de sus padres, así como era incluso capaz de hacer reír a Rebecca, la ex mujer de Chuck a la que éste apenas sabía cómo sacar una sonrisa.

La relación entre Chuck y Jimmy está condenada a colapsar. Ambos tienen, como se ha dejado entrever, dos personalidades incompatibles. Se quieren con sinceridad, pero están abocados a desentenderse, ya que ninguno de los dos puede desplegar plenamente su personalidad si tolera la personalidad del otro. Aunque no siempre le afecte directamente, Chuck no puede aceptar la frecuencia con la que Jimmy incurre en dudosas prácticas legales. La facilidad con la que Jimmy intenta retorcer la ley hasta obtener lo que desea colisiona de pleno con el elevado respeto que Chuck siente hacia el Estado de Derecho. Asimismo, para Jimmy es imposible ser él mismo si se propone seguir a rajatabla los consejos y órdenes de Chuck. La seria profundiza muy bien en la personalidad rebelde de Jimmy. Jimmy es un caradura de libro, un liante, un truhán. Le encanta tomar riesgos, así como estafar a la gente. Y no especialmente por razones económicas, sino sobre todo por la felicidad que le produce jugar al margen de lo socialmente aceptable. Su relación con Marco, su amigo de la adolescencia, se basaba precisamente en eso, en encontrar la diversión en engañar a la gente. La complejidad con que está narrada la serie impide, sin embargo, que reprobemos moralmente a Jimmy por sus actividades poco íntegras. Pues resulta imposible no asociar su rebeldía, sus continuos traspiés, con el trato exigente, condescendiente y displicente que le ha dispensado Chuck desde que eran pequeños.

La creciente tensión entre Jimmy y Chuck acaba por detonar en la tercera temporada, después de que Jimmy, con el objetivo de evitar que Kim pierda un cliente de suma importancia, modifique unos documentos de Chuck, haciéndole quedar como negligente delante de todos. El ego de Chuck no puede perdonar esta última jugarreta de Jimmy y le empuja a intentar por todos lo medios sepultar la carrera profesional de su hermano. Este insalvable conflicto fratricida cristaliza en el que quizá sea el mejor capítulo de la serie: “Artimaña”. En este capítulo cargado de drama, Chuck testifica para denunciar la mala praxis de Jimmy. Sin embargo, el ingenio y la falta de escrúpulos de su hermano, con la inestimable colaboración de una incisiva Kim, consiguen sacar de quicio a Chuck, poniendo públicamente de manifiesto su inestabilidad mental. Este suceso supone un golpe mortal para Chuck: debilita indeciblemente su credibilidad, mancilla su reputación y, sobre todo, le hace darse cuenta de hasta qué punto la relación con su hermano es inviable. No es de extrañar que la muerte sea el único destino que los escritores de la serie aguardan para este maravilloso personaje. 

Una vez Chuck desaparece de la serie, se acelera notablemente la metamorfosis de Jimmy Mcgill en Saul Goodman. Este proceso de cambio solo es ralentizado por la enorme influencia que Kim Wexler ejerce sobre Jimmy. Y aquí es necesario hacer un pequeño inciso para destacar lo magníficamente bien narrada que está la relación entre Kim y Jimmy. En mi opinión, es una de las relaciones de amor mejor contadas en la televisión. No hay excesos dramáticos a la hora de explicar el estrecho lazo que les une. Más bien, todo lo contrario, la serie relata de manera muy sutil y sobria el profundo amor que sienten Kim y Jimmy por el otro. Es un amor basado en la complicidad y en la lealtad. Nunca se fallan entre ellos. Siempre tienen como principal objetivo garantizar la felicidad del otro. En este sentido, el mérito de Kim es mucho mayor, ya que resulta harto complicado lidiar con los constantes tejemanejes de Jimmy, sobre todo para una persona como Kim que, en la mayoría de las ocasiones, se asemeja más a Chuck que a Jimmy.

La personalidad de Kim es realmente compleja. Por un lado, es una persona infinitamente más profesional que Jimmy, que siente verdadera devoción por su trabajo como abogada y a la que le gusta establecerse retos para mejorar. Kim es responsable, inteligente, ambiciosa en su justa medida, seria cuando tiene que serlo y perseverante. Además, es la única persona que deposita una confianza sincera e incondicional en Jimmy. Por otro lado, también le gusta la diversión. A diferencia de Chuck, no le agrada que su vocación profesional llene su vida de estrés y de angustia. Es por eso por lo que, de vez en cuando, siente la tentación de unirse a las travesuras de Jimmy. Es en estas escenas de complicidad cuando la relación entre Jimmy y ella alcanza su máximo esplendor. A pesar de la buena química entre Jimmy y Kim, no es difícil predecir el futuro distanciamiento entre ambos. Su relación difícilmente podrá asimilar las consecuencias que acarreará la definitiva transformación de Jimmy en Saul Goodman. Los últimos capítulos de la cuarta temporada nos empiezan a proporcionar pistas que van en esta precisa dirección.

Volviendo a Jimmy, resulta complicado no compararle con Walter White. Ambos son personajes llenos de matices, atravesados por una dualidad que se refleja en la elección que los dos hacen de un nombre distinto para hacer referencia a su otro yo: Saul Goodman y Heisenberg, respectivamente. Los claroscuros destacan tanto en el universo de Breaking Bad como en el de Better Call Saul y aparecen cristalizados en la dualidad de sus personajes principales, en esa difuminación permanente de la dicotomía entre el Bien y el Mal. Hasta aquí, las similitudes entre Jimmy y Walter son evidentes. Ahora bien, la diferencia radica en el proceso de metamorfosis. El descarrilamiento de Walter White es mucho más abrupto e irreversible que el de Jimmy. Pese a que nunca deja de perder del todo su lado más humano, Walter se embarca desde la primera temporada de Breaking Bad en actividades más que reprochables desde el punto de vista moral. Una vez que ha aceptado su muerte, está dispuesto a matar, a hacer cualquier cosa con tal de ayudar a su familia y de, como reconoce en el último episodio de la serie, forjar un imperio digno de su inteligencia. Este viaje hacia el lado oscuro, una vez va acumulando muertes y daños irreparables, se torna irrevocable.

Por el contrario, la deriva de Jimmy es mucho más gradual y templada. En las primeras temporadas de Better Call Saul sus dudosas actividades apenas producen serios damnificados. Y cuando siente que las consecuencias de sus actos han sido excesivas o dañinas, tiende a intentar subsanar sus errores, como cuando acaba admitiendo a Chuck que fue él quien modificó los papeles de Mesa Verde o cuando reconoce a las señoras de la residencia que ha estado manipulándolas. Esta evolución más pausada de Jimmy puede explicarse por dos razones: una endógena y otra exógena. Por un lado, Jimmy, a diferencia de Walter White, no posee una ambición desmesurada. Él ni sueña con ser importante ni con engrosar su riqueza. La motivación de Jimmy es más sencilla: quiere liberarse de los corsés impuestos por su hermano. Quiere divertirse, pasárselo bien. No se considera un fracasado, simplemente piensa que no ha tenido la ocasión de poder desarrollar plenamente su ingenio. Por otro lado, Jimmy cuenta con un entorno mucho más influyente. Kim y Chuck actúan como sus vigías morales, siempre están detrás de él para mitigar los efectos de sus errores. Aunque esta influencia le angustie, es incuestionable que sirve para frenar su evolución en Saul Goodman. Podría aducirse que Walter White también estaba limitado por Skyler. Sin embargo, en mi opinión, Skyler apenas ejercía ninguna influencia real sobre Walt. Cuando se enteró de las reprobables prácticas de su marido, era demasiado tarde, el proceso de transformación de Walt en Heisenberg era ya imparable.

Sería injusto no mencionar también la profundización que el personaje de Mike experimenta en Better Call Saul. Si en Breaking Bad se podía describir a Mike como el fiel y minucioso escudero de Gus Fring, como un tipo bruto, leal y resolutivo que no temblaba a la hora llevar a la práctica las órdenes de Gus, y en quien chocaba el cariño con el que cuidaba a su nieta, en Better Call Saul se revelan los recovecos de su alma, las penas que lo asolan y el desasosiego y las contradicciones que se esconden detrás de la determinación con la que ejecuta sus decisiones. Igualmente, la serie nos sitúa por primera vez en el interior del núcleo del narcotráfico a través del personaje de Nacho, un joven de ascendencia mexicana que, a pesar de sus nobles intenciones, se ve enmarañado de manera insalvable en la inmisericorde red del narcotráfico. Cuando se da cuenta de los horrores y las privaciones anejos a este tipo de vida, parece ser demasiado tarde. En el mundo del narcotráfico, no hay escapatoria. Sumisión o muerte parecen ser las dos únicas opciones.

Hasta ahora me he centrado en el análisis de la historia y de los personajes, pero Better Call Saul es brillante por muchas más razones. El reparto de la serie es increíble: Bob Odenkirk, Rhea Seehorn, Jonathan Banks y Michael McKean están simplemente fantásticos. Visualmente, la serie es una maravilla. El simbolismo está presente prácticamente en cada capítulo. La cámara consigue comunicar con sobriedad y solvencia, como es posible apreciar en los múltiples detalles presentes en la serie: el anillo del amigo de Jimmy que representa su lado más díscolo; el termo de café que no se amolda al espacio para refrescos habilitado en el Mercedes que le asignan a Jimmy en su primer trabajo flamante; el letrero con luces efervescentes en la sala de cosmética en la que Jimmy instala su primer despacho  y que contiene letras sin iluminar, proporcionando una sensación desasosegante de deterioro y declive; el tapón de la botella de Tequila al que Kim se aferra para recordar en sus momentos de dudas las cosas positivas que le aporta Jimmy… Hay planos también muy logrados técnicamente, como el empequeñecimiento que sufre Chuck con el plano picado con el que finaliza el capítulo en el que pierde los estribos o el inicio del capítulo “Algo estúpido” en el que a través de un plano de pantalla partida se muestra la potencial tensión que puede estallar ente Jimmy y Kim.

Asimismo, me parece muy inteligente cómo se utilizan los inicios de cada capítulo, antes de la intro de la serie, para incorporar una perspectiva temporal más amplia, abarcando sucesos previos y posteriores a lo que puede considerarse como la trama principal la serie. Este recurso, ya utilizado en Breaking Bad, aporta considerables detalles que sirven para dotar de mayor hondura a los personajes. La ambientación de la serie también es fantástica. En las primeras dos temporadas prevalecen los escenarios más urbanos. La acción se despliega en los espacios donde se supone que se desarrolla la civilizada vida americana: oficinas de abogados, juzgados, hoteles, la elegante casa de Chuck, restaurantes... Sin embargo, conforme avanzan las temporadas y las tramas se vuelven más oscuras, la serie nos sumerge en localizaciones más propias del Western, similares a las de Breaking Bad, caracterizadas por los cielos abiertos y por la imponente vastedad del árido territorio de Nuevo México.