"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

domingo, 26 de mayo de 2013

Monarquía vs República


Tendemos a asociar (a veces incluso de forma inconsciente) la democracia a la república. De la misma forma que solemos separarla de la monarquía. Sin embargo, aunque raramente resulte errónea esta asociación, no siempre se da. Si entendemos por democracia la participación del pueblo en la organización del gobierno del mismo, debemos comprender que lo importante en un sistema no es su apariencia democrática, sino la participación del pueblo de hecho. Es decir, no podemos dejarnos llevar por la grandilocuencia de los términos con los que se denomina a un sistema, sino que debemos reparar en el desarrollo de las condiciones que estos términos implican. Resulta simple, pero igual de sencillo es incurrir en el error mencionado. Ya denunciaba Joaquín Costa en su ensayo Oligarquía y caciquismo que se tildara de democrático al sistema de la Restauración; y que se alegara que el caciquismo era una consecuencia de esta organización política. Según Costa, la Restauración se sustentaba y se basaba en una serie de artimañanas ilegítimas, como el caciquismo. De democrática no tenía nada. Este aura de democracia que la sobrevolaba no era sino una mera apariencia con la que se pretendía engañar al pueblo. Por tanto, hemos de andarnos con cuidado y, sobre todo, debemos intentar ver más allá del “aspecto físico” que presentan las cosas.

Una vez tenido en cuesta esto, podemos retomar el tema. El origen del liberalismo político data del siglo XVII, en Inglaterra, gracias en gran parte a la sublevación militar que Oliver Cromwell lideró para acabar con los ilimitados poderes del monarca Carlos I. De esta forma, el parlamento, al fin, devino en la institución más importante del país; y Cromwell impulsó la implantación de una república, conocida con el nombre de Protectorado. Sin embargo, pese a la inestimable contribución de Cromwell al liberalismo, su manera de actuar fue totalmente despótica, pues llegó incluso a acumular más poder que el propio Carlos I. Un claro ejemplo es la afición que tenía por disolver parlamentos. Poco después de su muerte (1658), ejerciendo su hijo, Richard Cromwell, la función de Lord Protector, el parlamento decició declarar rey de Inglaterra a Carlos II, en detrimento del descendente directo de Cromwell, que fue, por consiguiente, depuesto. De esta forma se inició una nueva etapa monárquica, la Restauración de los Estuardo, donde el rey, a pesar de que tenía que buscar legitimidad en el parlamento, llegaba a ignorarlo en muchas ocasiones. Carlos III, de hecho, disolvió el parlamento en 1681 y gobernó, prescindiendo de él, los últimos cuatro años de su reinado. Todos estos acontecimientos desembocaron en la Revolución Gloriosa, cuyo éxito suposo el comienzo de una monarquía parlamentaria, que aún perdura en la actualidad. Se curó al sistema de cualquier tipo de tentanción absolutista, restringiendo duramente los poderes del rey; que ya no podría, por ejemplo, ni suspender las leyes, ni crear impuestos.

La  conquista democrática más inmediata que tuvo lugar en Europa tras la Revolución Inglesa, fue la Revolución Francesa. La figura de Napoleón refleja el fracaso a corto plazo, en cuanto al liberalismo político, de esta revolución. Bonaparte protagonizó un Golpe de Estado en 1799 que tenía como objetivo principal que se le nombrara uno de los tres cónsules de la República (instaurada en 1792). Los cónsules asumían el poder supremo de la república, sobre todo el primero, que poseía todo el poder. Napoleón, verosímilmente, fue nombrado primer cónsul; y lanzó una nueva Constitución que reforzaba su grado desmesurado de poder. Era él mismo quien nombraba a los miembros del Senado, quienes, a su vez, designaban a los del Cuerpo Legislativo y el Tribunado. La Primera República Francesa, tuvo su fin en el gobierno despótico y tirano de Bonaporte. De hecho, él mismo fue el encargado de finiquitar este sistema al proclamar el I Imperio Francés en 1804.

En estos dos ejemplos de experiencias republicanas, observamos la inicial proclividad de estos tipos de sistema al despotismo. Resulta realmente paradójica esta tendencia si tenemos en cuenta que los ideales de una república son, en un principio, totalmente opuestos al de cualquier sistema totalitario. La república es, como mucho consideramos, la mayor expresión de la democracia. Sin embargo, en los inicios de su puesta en marcha, suele derivar en sistemas no democráticos. Quizás pueda considerarse que algunos casos de conquista republicana, como el de Estados Unidos, refuta el argumento anteriormente desarrollado. No obstante, cabe considerar que EEUU, con el logro de su independencia en 1776, empezaba su historia desde cero, sin una carga tan pesada del pasado, pues el pueblo estadounidense antes se regía por la monarquía inglesa y, una vez emancipado de esta, iba a poder desarrollarse con menos obstáculos en el camino de la democracia. Volviendo a la argumentación de antes, cabe preguntarse qué características inherentes a la república son las causantes de su insostenibilidad (más bien, insostenibilidad inicial). En primer lugar, puede resultar de vital importancia el origen de la república. Es decir, su legitimidad. No es lo mismo una república instaurada por un golpe de estado protagonizado por veinte generales, que una república impulsada por la mayoría del pueblo, como fue la Revolución Francesa. Parece evidente que resulta elevadamente dificultoso rehuir la violencia a la hora de instaurar una república si el sistema anterior se opone a su instauración. Sin embargo, el mejor ejemplo de origen de una república es aquel en el que el pueblo no la impone violentamente. La Segunda República Española es un caso ejemplar, pues fue proclamada de forma democrática. En contraste con este ejemplo, la Primera República Española fue tan efímera precisamente por esta razón: el pueblo apenas tomó partido en su instauración. De esta manera, los ciudadanos eluden su respobilidad acerca de un sistema al que no se muestran afín y que ni siquiera han respaldado. Esto explica la falta de apoyos que sufrió la primera experiencia republicana de nuestro país.

En segundo lugar, la república es uno de los sistemas que mayor inestabilidad presentan. Esta inestabilidad no es sino un mero reflejo de la diversidad de los ciudadanos, la cual queda recogida en este sistema. Pues, al participar en la vida política, las disidencias cotidianas pasan a ser también disidencias políticas, que tambalean sucesivamente a la república. A esta inestabilidad se le añade la incorporación del pueblo a un sistema totalmente nuevo, que requiere de una adaptación.Y que puede producir frustraciones a los más impacientes y menos involucrados en la política. La república, como gran expresión de la libertad, implica la dificultad y labor que supone asumir la responsabilidad a la que te somete la propia libertad. Por tanto, si se buscan sencillez y resultados celéricos, en un sistema republicano jamás van a encontrarse. Y menos aún en sus inicios, donde el pueblo todavía se está adecuando al nuevo sistema.

Visto lo visto, no resulta descabellado que todas estas consecuencias que acarrea un sistema republicano acaben desembocando en una situación de caos general, tanto en la vida cotidiana, como en la política. Esta insostenibilidad inicial acaba por sentenciar a la república, que es reemplazada por un sistema mucho menos liberal y, por consiguiente, más autoritario, a saber, una monarquía o una dictadura. Basándonos en los casos de Inglaterra, Francia y España, podemos hablar de dos procesos diferentes: una autocracia (por no llamarlo dictadura) de un liberal que quiere propugnar los ideales del liberalismo, lo que es una detestable (¿y necesaria?) contradicción, como los casos de Cromwell y Napoleón; o bien un sistema no liberal, como la Restauración de los Estuardo en Inglaterra, la Restauración Borbónica en Francia (tanto la restauración inglesa como la francesa suceden a las fallidas autocracias), y la dictadura de Franco en España. Tras estos períodos, apreciamos que vuelven aparecer sistemas liberales: la Revolución Gloriosa, La Segunda República Francesa y la actual monarquía parlamentaria española. Por tanto, podemos considerar que durante estas etapas de no-liberalismo, que suceden a una etapa de enorme  liberalismo, se desarrolla una madurez y concienciación política en el pueblo. Y que, sobre todo en las restauraciones francesas e inglesas, los nuevos sistemas, aunque no son liberales, no son tan reticentes al liberalismo como los sistemas que preceden a las etapas liberales que les preceden a ellos.

Por tanto, retomando la cuestión inicial, ¿qué sistema es más democrático, una monarquía o una república? El resultado final de una república consolidada es, innegablemente, democrático. Sólo cabe observar repúblicas actuales, como la alemana o la francesa. Sin embargo, ¿puede una república establecerse únicamente mediante la democracia? Es decir, ¿puede irrumpir por primera vez en escena y consagrarse un sistema republicano sin tener ningún tipo de contacto y flirteos con sistemas no democráticos? Negándole esta democracia total al republicanismo, ¿puede entonces la monarquía llegar a erigirse en un sistema más democrático que el republicano? 

sábado, 25 de mayo de 2013

MONSTRUOS



En estos momentos escribo con el corazón. Os aseguro que no estoy pensando ni qué pongo ni qué voy a poner. Sólo me importa transmitir lo que llevo dentro de mí, consciente o no de ello. Disfruto de todo, me gusta la vida, creo que hemos nacido para vivir bien, felices y superando todos los obstáculos que se nos van colocando en este trayecto tan sinuoso. ¿Qué es la vida? Qué pregunta tan fabulosa. Qué cuestión tan común. Y, sin embargo, qué realmente compleja de contestar es. Todo es vida, y vida es todo. Pero, ¿qué es todo? ¿Qué existe y qué  no existe? ¿Qué es aquello que me impulsa a realizar una acción, a actuar de una forma u otra? ¿Por qué somos  racionales y a la vez tan irracionales? ¿Cuál es nuestra aportación a este mundo? Estamos sujetos a unas leyes que no controlamos en absoluto. El día que la diosa naturaleza decida echarnos de su terreno, no nos quedará ninguna otra opción. ¿Qué se creen, que aquí el único con derecho a despedir y prescindir de la gente es el señor gobierno español? Por supuesto que no. ¡Qué ilusos pueden llegar a ser algunos! Somos seres insignificantes, que no vamos a cambiar el devenir del Universo, ni mucho menos lograr que éste se amolde a nosotros. No somos NADA. Por esta razón, odio la soberbia, detesto la gente con aires de superioridad. ¿Qué es la persona más rica sino un ser igualmente vulnerable frente a la naturaleza que yo? ¿Por qué abunda, pues, la altivez? Damos asco. Sin cooperación, no vamos a progresar en la vida. Necesitamos de los demás, somos seres sociales, que dependemos del funcionamiento de la humanidad concebida como un colectivo. Resulta insultante y denigrante la política que se está llevando a cabo para paliar la crisis. Egoísmo, egoísmo y más egoísmo. Los ricos, más ricos; la clase media y los menos afortunados económicamente, que se vayan a freír espárragos. Sólo importa que la élite perpetúe su situación. ¿Qué pueden llegar a ser algunos sino monstruos que intentan acabar con su propia especie? El ser humano me avergüenza con demasiada frecuencia.