"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

jueves, 26 de febrero de 2015

Contra nuestra sociedad líquida


En estos tiempos de individualismo feroz en los que nos toca vivir, creo que es necesario recurrir a autores que nos alumbren una realidad alternativa a la actual. En el último año, transido de hartazgo, me he dedicado a leer alguna que otra cosa de pensadores críticos con la presente sociedad capitalista. Necesitaba sumergirme en lecturas que me hicieran sentirme menos incomprendido de lo que me siento sumido en un mundo donde impera lo volátil y pasajero.

Bauman fue el primero en cuyos pensamientos me vi reflejado. Puso voz, lucidez y concreción conceptual a muchas de mis inquietudes. Este veterano sociólogo denuncia la liquidez que reviste cualquier modalidad del capitalismo de nuestros días. Nos hemos adentrado en un mundo radicalmente inestable, asentado en el principio consumista del usar y tirar, en la precariedad de los lazos humanos, en el seguimiento religioso de las directrices del mercado, en la fugacidad de las cosas y en la infatigable voracidad del deseo por el deseo. No es que se haya desvanecido todo lo que era sólido, sino que no existe nada sólido. Las vidas se conciben como proyectos impulsados imparablemente por unos intereses individuales que no conocen límite alguno. Ha tenido lugar una radical individualización de las existencias de los sujetos, los cuales pasean jactanciosamente por el mundo haciendo ostentación de las presuntas libertades de las que gozan.

Esta sociedad líquida que describe Bauman se caracteriza precisamente por habitar en un una individualidad que no es en modo alguno real, pues la supuesta libertad que la incuba se encuentra carcomida por el propio funcionamiento del sistema capitalista, que conduce a un continuo estado de inseguridad, a un continuo estado de alerta. Cuando nada es sólido, el individuo no puede despistarse ni un segundo, ya que, si se despista, pierde de vista la forma concreta en que se configura una sociedad que no cesa en su movimiento, una sociedad que es constantemente moldeada por las veleidades capitalistas. Esta sociedad líquida va atada a un sistema de acumulación que nunca se contenta y que, por consiguiente, siempre está en marcha. La libertad es pervertida por el miedo de uno a quedarse rezagado en una sociedad sustentada en lo volátil y cambiante, ya que no es libre quien no puede quedarse sentado disfrutando tranquilamente de su libertad. En una célebre frase de Tayllerand a Napoleón se expresa claramente esta idea: “Con las bayonetas, sire, se puede hacer de todo menos una cosa: sentarse sobre ellas”. La guerra requiere de una continua actividad que impide la estabilidad que el poder necesita, del mismo modo en que, paradójicamente, la continua actividad que el capitalismo consumista exige para que seamos libres impide la libertad que promociona.

El engranaje de esta máquina capitalista nos condena a la tiranía del presente. Vivimos en una sociedad ufana, una sociedad estrecha de miras que funde la historia de la humanidad en un presente todopoderoso y desenfrenado, que no entiende ni de pasados ni de futuros. Esta sociedad líquida engendrada por el capitalismo actual concibe el presente como único y eterno, un presente desgajado del curso de la historia y blindando por el infranqueable muro de la irresponsabilidad. Basta con analizar el nuevo eslogan de la marca deportiva ADIDAS para percatarse de esto: “El ayer es pasado. El ahora es nuestro. Puedes hacer algo para ser recordado. Aprovecha el presente.” Existe una sucesión de presentes dentro de los cuales está permitido cualquier cosa, en la medida en que se carece de una perspectiva temporal que permita abordar el presente desde el pasado y encaminarlo hacia un futuro. Presentes que se renuevan episódicamente, que únicamente tienen en común su carácter intercambiable y que conducen a una sociedad donde lo que parece imprescindible hoy, será desechable mañana.

En este escenario se desenvuelven las élites políticas y económicas que gobiernan el mundo capitalista desde hace unas décadas. Chistopher Lasch, rebatiendo a Ortega, las denominó hombres élite.  Quienes de verdad ostentan el poder de determinar los asuntos de la humanidad no son los hombres masa, sino los hombres élite, en los que concurren todos los rasgos despectivos que Ortega atribuía a los primeros. Los hombres élite son irresponsables, carecen de una concepción de sí mismos exacta y realista que se ajuste a las circunstancias de la vida. Consideran que son autosuficientes, que no se deben a nada ni nadie y que su individualidad es la explicación de todos sus éxitos. Buscan ansiosamente sobreponerse a los límites inherentes a la vida y la naturaleza, sustrayéndose por completo de la sociedad para dirigirla discrecionalmente desde un espacio virtual.

Por si no fuera suficiente, César Rendueles nos señala otra de las grandes patologías del capitalismo actual. Internet, ese espacio supuestamente abierto y común donde es posible compartir conocimientos y habilidades, y que incentiva la comunicación y el intercambio inmediato de información, pertenece también al conjunto de disfunciones de un sistema que se ha revelado inepto a la hora de solventar los problemas de la sociedad. Es cierto que proporciona numerosas ventajas, eso nadie lo puede negar, pero esa euforia vertida sobre la posibilidad de revolucionar positivamente la sociedad a través de Internet es injustificada. Internet no constituye sino una manifestación expresa de lo que es la sociedad líquida. En la red se nos atomiza, se olvida nuestra trayectoria social, primándose una visión del sujeto concretada en el presente. Una visión mutilada y reduccionista que no tiene en consideración el conjunto de actos y responsabilidades que nos han traído hasta nuestra situación actual, donde el pasado es editable y reconfigurable. La red es un espacio que carece de normas sociales, todo está permitido en ella. No importa la diligencia con la que nos hayamos comportado anteriormente, solo importa que formemos parte del presente en el que fluye su actividad.

Estamos abocados a un mundo delirante donde el culto al presente y al individuo se ha convertido en una norma sagrada e indiscutible. Esta sociedad líquida, concebida como un agregado de individuos facultados para actuar a sus anchas, está dinamitando los valores sociales en los que se han sustentado históricamente las relaciones entre los seres humanos. Esta percepción vanidosa en torno al individuo es alarmantemente nociva. Nos hallamos aprisionados en una burbuja que nos impide ver más allá de nosotros mismos y más allá de nuestra existencia actual. Hemos perdido el norte. Ni el presente ni el individuo son autosuficientes. El presente contiene siempre una parte de pasado y de futuro, está inserto en la corriente de un río que fluye desde su inmemorial nacimiento y que avanza campante hacia su desembocadura en el insoslayable mar del futuro. Lo mismo sucede con el individuo, que no es nada ni nadie sino gracias a su relación con los demás. Es falso que podamos ser libres desvinculándonos del resto de seres humanos y creyendo que podemos vivir pensando únicamente en nosotros mismos. El ser humano es un ser social que no puede desenvolverse plenamente sino en sociedad.

Es necesario que recuperemos los valores de solidaridad para volver a tejer los lazos sociales que el capitalismo actual ha debilitado hasta lo indecible. No podemos seguir sumidos en una individualidad y un presente exonerados de responsabilidad, proyectados en espacios carentes de un mínimo de exigencias para con el resto de seres humanos. Es preciso entender que esa visión de la sociedad que el capitalismo propugna es totalmente falsa. Debemos potenciar las virtudes sociales que cada uno de nosotros poseemos, es menester rescatar los principios de colaboración y cooperación que otrora reinaron. No podemos olvidar nuestra obligación para con las futuras generaciones, nuestra obligación de legarles un medioambiente similar al que nos encontramos nosotros al llegar al mundo. La tiranía del presente y del individuo impiden comprender que el ser humano no posee únicamente derechos, sino que también le apremian obligaciones que debe satisfacer. Nuestros actos no son inocuos, pues inevitablemente inciden en otros sujetos y en otras generaciones. Por esta razón, nos debemos rebelar frente a esta sociedad líquida que causa estragos a extraños y a conocidos.