"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

lunes, 29 de abril de 2013

La voz del pueblo




Los españoles nos sentimos desde hace mucho tiempo desorientados, desamparados, apenados e incluso timados por la alarmante situación en la que se encuentra el país: 6.2 millones de desempleados, más del 50% de la juventud sin trabajo, proliferación de corruptelas, deshaucios, pobreza… No obstante, a pesar de la desesperanza generalizada, existe una figura social que consigue unirnos a la mayoría de ciudadanos, logrando que nos identifiquemos con él cada domingo que sale en escena denunciando todas aquellas injusticias que tanto nos afectan a los españoles. Me refiero, efectivamente, a Jordi Évole.

La labor social que está llevando a cabo Évole durante esta interminable recesión económica es  inestimable. Quien no hace mucho era conocido jocosamente como el Follonero, se ha erigido en el más fiel representante de la ciudadanía española. Así lo constata la audiencia que cosecha cada domingo su programa, Salvados, llegando a sobrepasar los tres millones de espectadores con bastante asiduidad, y teniendo una tirada enorme entre los jóvenes. El programa de la Sexta suele convertirse en trending topic durante el momento de su emisión, por lo que Twitter arde todas las noches del domingo, atestado de comentarios que comparten con indignación las denuncias de Jordi Évole.

La imagen que ofrece el periodista catalán llena el gran vacío que ha dejado en la sociedad la degradación de la política del país. Frente a la sinvergonzonería, hipocresía, inmoralidad y pasividad que caracterizan a nuestros actuales políticos, Évole presenta una imagen honesta, incisiva, cautivadora y, sobre todo, comprometida con la ciudadanía. Cada programa de Salvados consiste en una intensiva búsqueda de la verdad, con la que pretende señalarnos las flaquezas de nuestra democracia, con el fin de que mantengamos los ojos abiertos y nos concienciemos de los problemas que nos rodean. Puesto que el funcionamiento de una buena democracia necesita de la participación de los ciudadanos. Y, para que esta aportación sea fructífera y beneficiosa, la ciudadanía debe tener un conocimiento nítido de la realidad. Como los políticos se las ingenian para ocultárnosla, nos vemos obligados, pues, a aferrarnos a Évole y a su Salvados como método de supervivencia.

Este aluvión incesante de reconocimientos y alabanzas hacia Évole coincide con una situación histórica en la que los personajes más representativos de la sociedad española carecen de carisma y de admiración pública. Rajoy y Rubalcaba, líderes de los dos partidos más importantes del país, no transmiten al pueblo ninguna imagen de esperanza o cercanía, sino más bien de obsolescencia y rechazo. Y qué decir de la monarquía… Difílmente vaya a poder ésta recuperar el prestigio que obtuvo durante La Transición si el rey continúa empeñándose en no abdicar. Por el contrario, Jordi Évole nos resulta familiar. Nos identificamos con él, puesto que comparte nuestros intereses y, asimismo, lucha denodadamente por ellos. Lo concebimos como uno de los nuestros. Sólo basta con observar cómo se anticipa a nosotros en sus entrevistas, formulando siempre esa pregunta incómoda y descarada que resulta tan antipática para el entrevistado y que, sin embargo, tanto anhelamos los ciudadanos. Esa sensación de complacencia no tiene precio.

Salvados es, por tanto, una de las pocas satisfacciones de las que puede disfrutar hoy en día la ciudadanía. Es una muestra del esfuerzo que se necesita para renovar una democracia que flojea demasiado. Un ejemplo flagrante de compromismo social y de empatía con el débil. Salvados es la voz clamorosa del pueblo.