"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

martes, 31 de diciembre de 2013

"Tiempos modernos": Chaplin es inmortal


Las críticas de Chaplin tan vigentes como siempre, no deja de ser impresionante la capacidad de analizar la sociedad de la que estaba dotado este gran creador de historias tan hilarantes como profundas. "Tiempos modernos" es un filme que plasma de manera brillante la modernidad de la Humanidad. Una modernidad vinculada firmemente al "taylorismo" y a la precariedad laboral a la que aboca irremediablemente el capitalismo cuando se le deja funcionar por sí solo.

"Tiempos modernos" nos sumerge en el desconcierto y la inestabilidad vital que invade a los trabajadores en un período donde los derechos sociales y laborales son más formales que reales. El trabajo es alienante en el capitalismo, ya que se ajusta a las rígidas exigencias de la productividad y la maximización de los beneficios. Se concibe al ser humano como una mera máquina, como un robot, como un ser que no es ser, que únicamente obra con un automatismo y una pasividad acrítica que acaban por transformarle en títere de los patrones y, por ende, de los intereses pecuniarios.

 En "Tiempos modernos" Charlot sufre esta alteración. Se siente perdido, sin rumbo, pues su trabajo le aliena llegando a cubrir su vida de una pesadumbre continua. Actúa por inercia, sin hacer uso de la razón. Es una máquina más. Sin embargo, la crítica de Chaplin va más allá de la alienación. Se extiende hacia otra de las consecuencias más letales del capitalismo como es el desempleo. El capitalismo no sólo nos aliena, sino que también se esfuerza en humillar a quienes menos tienen, a quienes no gozan de los bienes necesarios para vivir con dignidad. No se preocupa por la creación de empleo, por lo que resulta inevitable abandonar en la precariedad supina a un vasto sector de la sociedad. Estos seres menesterosos son maltratados por el sistema hasta el punto de que, desempleados, deben consumir su tiempo buscando con avidez cualquier tipo de trabajo, independientemente de que sepan realizarlo correctamente. Simplemente sobran.

Los desempleados, que tantos millones hay hoy en día en España, se ven obligados, como Charlot, a rebajarse a los ofrecimientos que encuentren, por muy ridículos y repudiables que sean. Necesitan sobrevivir como sea, que es la condición primera para poder vivir (aunque no para vivir dignamente). El círculo vicioso, que el capitalismo considera virtuoso, consiste en conseguir que quienes menos tengan, pasen paralelamente a exigir menos, de modo que su calidad de vida disminuye de manera empicada. Se juega con la vida de las personas. El capitalismo no se conforma con que se hallen en la miseria, sino que se esfuerza por empujarles constantemente hacia abajo. Cuando menos tengan, menos pedirán; con más poco se conformarán. Cuando menos pidan, más manipulables serán. Por lo que resultará menos laborioso mantener este círculo vicioso. Y quienes más tengan, incrementarán al mismo tiempo su riqueza.

Trabajar en esta atmósfera de capitalismo extremo constituye una forma de vida equiparable a encontrarse perdido en la desnudez de la intemperie.  Por eso Charlot se aterroriza cuando le libran de la cárcel, no quiere salir, ya que éste es el único lugar donde se ve alejado de verdad del virus capitalista. En tiempos confusos e injustos la cárcel es, en la mayor de las ocasiones, el lugar más digno donde pueden permanecer las personas justas y decentes. Lo que no deja de ser paradójico.

lunes, 30 de diciembre de 2013

POLÍTICA para 2014


2013 languidece al mismo tiempo que exige las inevitables y comunes despedidas que se les profesan a los años cuando llegan a su fin. Aunque siempre intento ver el vaso medio lleno, me cuesta despedir al 2013 con recuerdos alegres y alentadores, pues es durante este año cuando más he descubierto la miseria democrática en la que estamos inmersos todos los españoles. Creo que deviene necesario para el año que empieza a asomarse una transformación notable de nuestra política, porque, de no darse ésta, el panorama continuará siendo igual de desesperanzador, o incluso peor.

No podemos conformarnos con la política que en estos momentos predomina en nuestro país. Es una política de mínimos, excluyente, poco participativa, cínica, aislada de la ciudadanía, renuente al diálogo, mercantil, corrompida, carente de ética, amoral, inicua, antihumana, devastadora y desaforadamente ruin. Es una política orientada a contentar a las élites financieras y a las personas adineradas, en detrimento del ciudadano normal. Es una política que únicamente concibe a las personas como mercancías, como objetos de los que desean extraer beneficios económicos. Es una política que satisface únicamente a los conformistas, a los antidemócratas, a los aprovechados y poco comprometidos. Es una política antipolítica.


Para el 2014 pido una política verdadera. Una política donde nuestra participación no se limite al voto que arrojamos cada cuatro años. Una política ética, inclusiva, constructiva, equitativa, transparente, justa, generosa y, sobre todo, humana. Para el 2014 pido una política del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, siguiendo la brillante precisión con la que Lincoln describió la democracia en 1863. Una política que desee extraer beneficio de nosotros, los ciudadanos. Pero no un beneficio pecuniario, sino democrático. Una política construida a partir de las aportaciones de cada uno de los ciudadanos, donde se cristalice de verdad un pacto social. Una política donde se nos escuche, donde se nos atienda, donde se nos obedezca. En fin, una política real. ¿Es tanto pedir?

lunes, 16 de diciembre de 2013

La felicidad


La felicidad debe ser siempre el camino que me guíe. Vivimos en una sociedad donde se nos vende que la felicidad es un elemento ocioso, digno más bien de los haraganes, de aquellas personas poco serias que apenas tienen preocupaciones sustanciales. La felicidad como un fenómeno instantáneo, fugaz, efímero, volátil y farsante que sólo conduce a vidas protagonizadas por grandes fracasos.

A mi juicio, no es el fenómeno, supuestamente súbito, de la felicidad el factor que causa estragos en las vidas de las personas por propagar una idea demasiado idealista del mundo que al ser puesta en contacto con la realidad ocasiona una fricción irremediable, en la medida en que nos baja de las nubes a la realidad mísera y sórdida de la sociedad. El fracaso de nuestras sociedades procede, contrariamente a la idea más expandida, de la falta de confianza y de creencia en la felicidad.  No se fracasa cuando la prioridad de la felicidad mitiga tus beneficios económicos: se fracasa cuando se registran infinitos beneficios económicos en ausencia de felicidad. La felicidad no es un fenómeno, sino que es, más bien, un estado y una forma de ver la vida a los que puede aspirar casi todo el ser humano que se lo proponga.

No es la felicidad, sino el dinero, aquello que de verdad puede desvanecerse con sorprendente velocidad. La felicidad, aunque relacionada con el exterior, es interna. El dinero, en cambio, jamás depende totalmente de la persona. No hace falta remitir ni siquiera a las ventajas de la felicidad respecto del dinero en lo alusivo a la persistencia e independencia, basta con comprender mínimamente la esencia de la vida como para advertir cuán imprescindible es la felicidad. El dinero no se puede estar consumiendo en cada segundo de la vida, mientras que la felicidad sí. El dinero tiende inevitablemente a ir en búsqueda de mayor capacidad, tiende a ensancharse, por lo que se infiere que su goce es menor, en cuanto se piensa en su uso en el futuro, en lugar de en la alegría que produce en el presente.

No sabemos con certeza cuánto tiempo vamos a permanecer en este intrigante mundo. Sin embargo, sí sabemos con total conocimiento qué tiempo estamos viviendo. Sabemos que el presente es nuestro. El pasado y el futuro ya son mucho más insondables. Por ello, es necesario apreciar cada instante de ese presente, ¿y qué mejor forma de conseguirlo que abrigando constantemente la felicidad? No sé si mañana viviré, pero sé que hoy, que estoy vivo, soy feliz. Esta es, para mí, la esencia de la vida. Entonar el Carpe Diem sería quizá lo que más se ajustara a mi percepción de la vida. Vivimos para vivir, no para pensar, sin vivir en el presente, cómo viviremos en el futuro.