"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

domingo, 17 de octubre de 2021

Amistades anticipadas

 

No sé si os pasará a vosotros, pero a veces veo a mis amigos detrás de la gente a la que acabo de conocer. Me pasa sobre todo cuando empiezo una etapa nueva fuera de casa, bien sea en Madrid, en Canterbury o en cualquier otra ciudad. Recuerdo, cuando empecé el máster en Madrid, que Ali me recordó enseguida a Oni, mi amiga del Erasmus. Al mismo tiempo, en el Erasmus, cuando conocí a Lucas, pensé rápidamente en Rubén, mi amigo de la uni. Tres años después, en el máster de Madrid, Fran me recordaría tanto a Lucas como a Rubén. Ahora, en Oxford, vuelvo a ver a mis amigos por todos lados. Edgar, por ejemplo, me recuerda a Guille y Ashley a Oni. He descubierto que mis amigos son un atajo para hacer nuevos amigos. Cuando veo cualquier atisbo de ellos en la gente a la que acabo de conocer, inmediatamente me entusiasmo y recorto varios de los escalones que hay que subir normalmente para llegar a una nueva amistad. Pero estas nuevas amistades, por mucho que sean anticipadas, no son premeditadas. El camino hacia la amistad es siempre un camino caótico, sin ninguna ruta fija. Es imposible saber qué va a salir del encuentro con una persona desconocida. 

Lo que está claro es que nunca nos saturamos de la buena amistad. Siempre queremos más nociones de nuestros amigos. La amistad resuena en todos los rincones del mundo. Es la ley de la gravedad del universo interior de cada uno. Nos sostiene en pie cuando estamos a punto de tirar la toalla y de pegárnosla. Nos eleva cuando hacemos cualquier cosa bien y nos da algo de vértigo el sentirnos orgullosos de nosotros mismos. Y nos sacude y nos mantiene con vida cada día con bromas internas, vaciladas consentidas, conversaciones superficiales, conversaciones densas, borracheras tontas, miradas cómplices, anécdotas repetidas hasta la saciedad, abrazos cálidos y recuerdos compartidos cubiertos del cariño más puro.

A mí me encanta pasar rato con mis amigos, pero creo que me gusta lo mismo (incluso a veces más) ver a mis amigos pasar tiempo juntos. Pocas cosas me aportan más tranquilidad y alegría que el observar a dos personas a las que quiero contarse algo, escucharse con atención, hacerse bromas, reírse, fundirse en un abrazo, darse un beso fuerte en la mejilla. Observar a dos personas a las que quiero queriéndose. ¿Qué le voy a hacer? Me encanta ver a mis amigos, sea conmigo, con otros amigos o proyectados en un desconocido.  

 

 


 

 

sábado, 2 de octubre de 2021

Thomas

 

En el último año he pasado bastantes horas sentado en un banco situado a las orillas del río Cherwell. Es, por muchas razones, mi banco favorito de la ciudad. Para empezar, porque uno de los personajes literarios a quien tengo más cariño, Sir Peter Wheeler, tenía una casa con un jardín colindante a la ribera de este río. Fue, de hecho, gracias a él que supe por primera vez de este pequeño río que atraviesa la garganta de Oxford. Es un banco muy tranquilo, donde no llega el murmullo de la ciudad, pudiendo leer sin ningún otro ruido que no sea el graznido de los patos o el gorjeo de los pájaros que rondan la zona. Pero, sobre todo, si este banco se convirtió tan pronto en mi favorito fue por la placa que se halla incrustada en la parte superior de su respaldo, en la que está inscrita mi frase preferida de El Señor de los Anillos: “No nos toca a nosotros decidir qué tiempo vivir, sólo podemos elegir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado”. Es la frase que Galdalf le dice a Frodo cuando éste se empieza a sentir abrumado por la onerosa carga que le ha sido asignada. Acostumbrado a la vida plácida que llevaba en la Comarca, no comprende por qué le toca sacrificarse ahora, qué ha ocurrido para que sean él y sus tres amigos los únicos hobbits en muchas generaciones que van a tener que enfrentarse a un presente lleno de calamidades.     

La frase de Gandalf, que bien podría estar sacada de las Meditaciones de Marco Aurelio, me ha estado acompañando durante todos estos meses fatigosos de pandemia. Cuando me indignaba por cómo se había desmoronado la vida a la que estaba acostumbrado, la invocaba para no hacerme mala sangre y evitar caer en la desesperanza. Verla inscrita en este banco de mi universidad me ayudaba a reafirmarme en mi postura estoica. Cada vez que me sentaba en él, sentía como si Gandalf me estuviera envolviendo con sus brazos, resguardándome bajo sus sabias palabras. Notaba su túnica gris -o blanca- caer suavemente sobre mis hombros y se colmaba rápidamente mi espíritu de calidez, de ese optimismo de la voluntad que tantas veces se ha blandido en tiempos oscuros.

Pero la cuestión por la que hoy hablo de este banco no es la pandemia ni Gandalf, sino Thomas Carney Forkin. He estado tan ensimismado en mis propias batallas mentales estos últimos meses, que hasta el domingo pasado no había reparado en la otra persona a la que se conmemora en la placa del banco. Al no resultarme familiar el nombre, lo había ignorado por completo. Pero el otro día, no sé por qué, me fijé por primera vez en su fecha de nacimiento y fallecimiento y me entró un escalofrío horrible al ver que Thomas Carney Forkin había muerto con treinta años recién cumplidos. Esta muerte precoz despertó la curiosidad morbosa que todos llevamos dentro, pues existe la presunción en la sociedad de que si uno muere antes de los cuarenta es porque algo fuera de lo normal ha tenido que pasar y yo quería descubrir qué le había pasado al pobre Thomas. Me puse a buscar en Google y encontré rápidamente su cuenta de Twitter. Su último tuit fue publicado en la víspera de su muerte, el día 29 de enero. Había estado tuiteando con toda la normalidad del mundo durante ese mes, sin dar a entender que estuviera lidiando con ningún tipo de enfermedad. Se muestra eufórico con el discurso de inauguración del segundo mandato de Obama, discurso que recuerdo que a mí también me conmovió, y cuatro días antes de morir felicita con mucho entusiasmo a su madre por su cumple: “Mom's birthday today!!! Yahoo!! Roll on party and drinks!!! Love you Mom!”. El día de su propio cumpleaños también se había felicitado a sí mismo con mucha energía: “Happy 30th Birthday to ME!!!!!!!!!!!!”. Le gustaban las exclamaciones.

Pocos días después de su muerte, una amiga suya abrió una cuenta en Facebook en recuerdo de su difunto amigo. En esta cuenta aparecen fotos de Thomas en la misma zona en la que ahora se encuentra el banco que lo conmemora, lo que me hace entender que fue estudiante aquí. Me imagino la conmoción de la universidad al ver que perdía a un estudiante tan joven. La amiga de Thomas escribe periódicamente en la cuenta de Facebook desde 2013. Cada cosa que le recuerda a su amigo la publica: una broma que les hacía mucha gracia, una peli que vieron juntos, una visita a Londres… Es conmovedor ver cómo de anclado sigue su corazón a la memoria de su amigo. A los pocos días de que muriera, le dedicó un escrito precioso. Creo que merece la pena que lo comparta entero:

“¿Qué es un amigo? Un amigo es alguien que te quiere de manera incondicional. Cuando te sientes como una mierda, cuando odias tu físico, ellos te siguen queriendo y te dicen lo bonita que eres. Cuando te sientes algo deprimida y piensas que el mundo está contra ti y que no tienes ninguna razón por la que sonreír. Ellos todavía te hacen reír y es desesperante ver que tienen ese poder sobre ti. Cuando les necesitas, ahí están. Cuando te abrazan, sientes el abrazo en tu corazón. No importa lo que hagas, no te juzgarán, sino que te intentarán entender. Cuando alguien te destroza, ellos te levantan. Compartís vuestras memorias. Vuestra felicidad triste. Sientes el dolor del otro, sientes la alegría del otro. Podéis llevar mucho tiempo sin hablar que cuando os llamáis sentís que fue ayer el último día que os visteis y podéis hablar durante horas sobre cosas que parecen estúpidas al resto de gente pero que para vosotros son sagradas. Tom, tú eras uno de los amigos más especiales que tengo. Te quiero mucho”.

Lo que más pena me da del texto es esa penúltima frase en la que su amiga es incapaz de discernir el presente del pasado. No quiere dejar marchar a su amigo y de ahí que lleve más de ocho años entregada a proteger su memoria. Evidentemente, ahora ya no podré sentarme igual en este banco, mi banco favorito. Pensaré en Thomas. Le abrazaré con fuerza y cariño, como a mí me ha estado abrazando Gandalf todos estos meses. Aunque, a diferencia de Frodo, el pobre Thomas ni siquiera pudo elegir qué hacer con el tiempo que se le había dado. O a lo mejor sí lo hizo, ya que la amiga menciona en uno de sus posts algo de un suicidio. En la esquela del Chicago Tribune también se indica que fue una muerte repentina. Quizá la elección de Thomas fue no tener que tomar ninguna elección más. Nunca lo podré saber.