"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

lunes, 26 de abril de 2021

Qui s'ha mort?

De entre todos los anunciantes que aparecen en los sucesivos libros de fiestas de Polop hay uno que siempre nos ha fascinado en casa, sobre todo a mi tía Soledad. Se trata de un tanatorio de Callosa, el pueblo de al lado. Lo que nos llama la atención no es lo anticlimático que queda su anuncio en medio de un libro plagado de imágenes festivas. Sólo faltaría. De ese contraste entre la festividad y la muerte se ha nutrido el arte desde tiempos inmemoriales. Lo que nos fascina es el servicio que empezaron a ofrecer en 2008 y que llamaron QUI S’HA MORT (¿quién se ha muerto?, en castellano). Hay gente que no se anda con chiquitas a la hora de poner nombres.

Como podéis imaginaros, dicho servicio se basaba en informar a los vecinos de quién había fallecido. Para ello se desarrolló la web www.quisamort.com, que, desgraciadamente, ya no está operativa. A través de ella era posible suscribirse para recibir por SMS la información sobre el fallecido y la fecha y hora del entierro, con foto del muerto incluida. Siempre me aterró a la par que me atrajo el imaginarme a alguien recibiendo uno de esos fatídicos SMS. Abrir la tapa de un Nokia azul de la época y encontrarte de sopetón a un conocido del pueblo. ¿Y qué foto del difunto habrían enviado? ¿La habría elegido él mismo antes de su muerte? “Dejo dispuesta esta foto para cuando me vaya al otro barrio”. ¿Se acicalaría a propósito para esa foto? Y en el caso de que fuera una persona de la que no se guardaran fotos en vida, ¿qué habría hecho el tanatorio? ¿Enviar una foto del muerto amortajado, de esas en las que la piel pálida desprende una fetidez que traspasa todas las pantallas?

Los grandes emperadores mandaban construir pirámides para pasar a la posteridad. A algunos escritores se les ocurren frases muy ingeniosas para luego colocarlas como epitafios en sus tumbas y que nunca se olvide su agudeza. “Me llaman”, dejó escrito Emily Dickinson. El recuerdo que se tenga de uno es fundamental y por ello no puede dejarse a la improvisación esa última foto que va a circular por el pueblo y que se va a quedar anclada en la memoria de aquellos que te conocieron -e incluso de los que no te conocieron pero que la recibieron igualmente.

Me hace gracia (siento ponerme tan morboso) imaginarme a la funeraria coordinándose con el cura del pueblo, pues imaginaos la confusión que se generaría si la foto del muerto llegara por SMS antes de que sonaran las campanas de la Iglesia. ¿Toquen a mort por el mismo muerto o por otro diferente? Está feo producir equívocos de este tipo. Me imagino a los del tanatorio, diligentes, enviando el SMS justo después de que las campanas expulsen su tañido y de que a las iaias les dé tiempo a preguntar ‘qui s’ha mort?’. E inmediatamente después sus hijos acudiendo a su auxilio, con el móvil en mano, desplegando la foto del difunto para sacarles de duda. “Però si el vaig vore fa res i estava bé. Quina llàstima. Nosaltres som les següents”.

Sin ninguna duda, esas mismas señoras estarán pensando ya en el funeral. El pueblo se deshilacha poco a poco conforme van desapareciendo sus lugareños. Cada muerto importa. Y por eso las Iglesias se abarrotan los días de funeral. Por eso y por compasión con el futuro yo de cada uno. Porque a nadie le gustaría imaginarse la Iglesia vacía en el día de su propio funeral. En realidad, en los funerales es cuando uno empieza a despedirse de uno mismo. Bajo los cánticos entusiastas de las iaias pueden descifrarse con claridad sus súplicas al muerto: “guárdanos un hueco allá arriba, por favor. Ten piedad”.

Hace varios libros de fiesta que no veo el anuncio del tanatorio con su servicio informativo de última generación. Imagino que habrán dejado de enviar SMS, pues ¿quién narices utiliza los SMS hoy en día? Mi mente más traviesa se imagina al cura del pueblo creando un grupo de Whatsapp con sus feligreses para informarles a través de él de los decesos del pueblo, con fotos incluidas, algún que otro meme que dejó en legado un muerto cachondo que murió antes de tiempo y audios en los que resuena el tañido de las campanas, para aquellos que no se encuentren presentes en el pueblo y que no quieran perderse el aullido de la muerte. El título del grupo está clarísmo: ‘qui s’ha mort?’. La foto ya la dejo a vuestra imaginación.


P.D. Para que veáis que no me he inventado nada, aquí el link sobre el servicio qui s'ha mort.

 https://www.youtube.com/watch?v=HhL0s9E4YiE

                                                                                    

jueves, 1 de abril de 2021

La escucha indiscreta

 

A los ingleses les gusta mucho verbalizar, entendiendo aquí verbalizar no como expresar determinada cosa mediante el lenguaje (ya sabemos, de hecho, que son bastante parcos a la hora de comunicarse), sino como la inclinación a sacar verbos de debajo de las piedras. Disfrutan transformando los sustantivos en verbos, buscando atajos que reduzcan al máximo la duración de sus conversaciones. Ellos no te dicen ‘busca en Google’, sino googlea. No te dicen ‘a mí no me digas cariño’, sino don’t honey me. No te dicen ‘escríbeme un correo electrónico’, sino e-mail me (lo que en español podríamos traducir como correoelectronícame) y, del mismo modo, no dicen ‘poner la oreja en conversaciones ajenas’, sino to eavesdrop, un verbo específico que, según el diccionario de Cambridge, significa “escuchar la conversación privada de alguien sin que se entere”. Véase, el paso previo a lo que en valenciano decimos xafardejar, que es un poco lo que yo hago escribiendo sobre la vida de Paco.

De acuerdo con nuestra amiga la Wikipedia, un eavesdropper era una persona que se colocaba en el alero (eaves en inglés) de un edificio para poder escuchar lo que se decía dentro de él. JM, que es dado a la fabulación, lo entiende de otra manera todavía más poética. Para empezar, enfatiza la diferencia entre to eavesdrop y to overhear. Este último verbo hace alusión a la escucha que es indeseada y no casual, mientras que el primero lo hace a la que es indiscreta, secreta, furtiva y deliberada. Está compuesto de eaves, que, como hemos dicho, significa alero, y de drop, que puede significar varias cosas pero que sobre todo tiene que ver con gotas y goteo. Un eavesdropper es, por lo tanto, el que escucha poniéndose a cierta distancia, mínima, de la casa: el que se pone allí donde el alero gotea después de la lluvia y desde allí escucha lo que se dice dentro.

Curiosamente, también se utilizó el término para describir las figuras de madera que Enrique VIII, ese rey lascivo y maníaco que mandaba decapitar a sus esposas cuando se cansaba de ellas, ordenó colocar en el salón del Hampton Court, uno de sus palacios. Aunque las situó en el interior y no en el exterior, donde se encuentran los aleros, el fin de colocarlas ahí captaba la esencia del término, pues no pretendía otra cosa que incomodar a los que ocupaban el salón cuando él no estaba presente, haciéndoles sentir que los eavesdroppers eran insaciables y estaban siempre al acecho, a la espera de descubrir y delatar a aquel que osara hablar mal del rey. Esas figuras de madera, aparentemente inocuas y simpáticas, representaban los oídos de Enrique VIII, que llegaban a todos los rincones de su reino, un poco como el vaso que utilizo yo para acercarme a la vida de Paco, sólo que el alcance de mi vaso es mucho más modesto.

Siento la digresión, la semana que viene me ceñiré a Paco y a lo que le voy eavesdroppeando. Lo prometo.