"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

lunes, 20 de junio de 2022

Recuerdo, papá

 

Recuerdo, papá, eso que me decías siempre de que, del mismo modo que las mascotas se parecen a sus amos, las tumbas se parecen a sus ocupantes. Y que así era como tu abuelo, que era huérfano, ponía cara a su padre y a su madre, a los que nunca pudo conocer en persona ni ver en una foto. Para mí, sin embargo, tu lápida no me recuerda en nada a ti. Si fuera como tú, querría agarrarme a ella y abrazarla, pero este trozo de mármol erguido es tan tieso y rígido que lo único que me apetece es pegarle una patada para empujarlo hacia abajo y que pierda ese aire intimidatorio que tan mal rollo me da. Además, tú siempre tuviste barriga, esta lápida es demasiado fina como para poder representarte. De hecho, tu barriga fue siempre mi almohada favorita. Lo que más me gustaba de niña era sentarme en tu regazo y apoyarme en ella mientras veíamos juntos la tele.

Hoy he venido sola, mañana vendré con mamá. Me he dado cuenta de que a veces prefiero venir sin ella. No es que tenga que desahogarme ni decir nada malo de mamá, es que simplemente echo de menos pasar ratos los dos solos. Me gusta llenar tu silencio con mis propios recuerdos, sin que interfieran con los de mamá. A veces se me hace duro eso de haber vuelto a casa. Que en parte es por hacer compañía a mamá mientras tú no estás, pero también es porque dejé el trabajo de limpiadora y mi sueldo de segurata en el Wanda me da para pagarme los gastos de comida y poco más... Ya sé que tú siempre fuiste un trabajador abnegado. Te juro que yo también lo soy. Pero después de tantos años limpiando casas, tenía que parar. Ya no podía más con el dolor de espalda ni de piernas. A lo tonto, llegaba a hacer más de diez horas al día. ¿Y para qué si me pagaban casi todo en negro? La misma mierda de pensión tendré siga limpiando o no. Obviamente, lo que más echo de menos de limpiar, aparte del dinero, es el poder contarle a mamá todos los dramas que ocurren en estas casas de bien. Echo de menos el cotilleo, vaya. Pero ya volveré. Me tocará volver. No me puedo permitir no volver.

Al menos nuestro Atleti va viento en popa. Desde que empecé a trabajar para ellos, el equipo no hace sino encadenar victorias. Estamos imbatidos en casa. Mamá tiene claro que es gracias a mí. Así lo cuenta siempre en el mercado. Yo le digo que no diga tonterías, pero, en realidad, también lo pienso. Noto cómo el Cholo respira tranquilo una vez se gira y ve que ahí cerca estoy yo, custodiando a su equipo, a mi equipo, a nuestro equipo, papá.

Espero que no te preocupes por mí, pero cada vez bebo más alcohol porque me he dado cuenta de que, bebiendo, consigo no pensar en que estás muerto. Ya, ya sé lo que me vas a decir. Que no está bien. Pero, por ahora, es la única manera que tengo de poder seguir adelante sin que la tristeza me vacíe del todo. Además, he empezado a ir a un bar, que se llama Bar-Mesón, que es de lo más curioso. Sólo te digo que el camarero se llama Casimiro y que el cabrón es bizco, jaja. Tiene huevos la cosa. Ojalá pudieras acompañarme un día a tomarme una copa allí.

La tía Dolores te tiene muy presente, ya sabes cómo es, su memoria infinita no le permite salir de esa tienda de juguetes que es para ella el pasado. Rebusca, rebusca y rebusca y acaba saliendo con cincuenta juguetes por día. Al menos, no hay día en que uno de ellos no lleve tu nombre. Cada mañana recibo un Whatsapp suyo con una efeméride tuya. “Hoy hace cuarenta y nueve años que tu padre vio el Padrino en el cine”. “Hoy hace treinta y siete años que se le murió a tu padre su amigo Ramón”. “Hoy hace veinte años que tu padre y tu madre fueron de viaje a Roma”. Y así sucesivamente. Como una escopeta de ferias, pero sin fallar ni una. Cómo es la tía. A veces me dan ganas de decirle que me deje en paz, que suficiente sobredosis de nostalgia tengo yo, pero, en realidad, me hace ilusión saber que mamá y yo no somos las únicas que pensamos en ti todos los días.

Andamos viciadas en casa a La libreta de Pablo, la serie para adolescentes de Antena 3 en la que el protagonista hace de enlace entre alumnos de su instituto que no se conocen. Pone en contacto tanto a gente que va en búsqueda del amor como a gente que simplemente tiene problemas y a la que le vendría bien conocer a otro estudiante que haya pasado por situaciones similares. Vamos, es una serie sobre el amor y la amistad, sobre la vida en general. Los personajes son muy críos, pero, joder, a veces me veo tan reflejada en sus problemas, en sus dudas, en su miedo atávico a lo que les deparará el futuro que no puedo evitar sentirme algo incómoda viéndola. Me produce algo de pena pensar que, a pesar de haber pasado ya por esas sensaciones, no he podido deshacerme del todo de ellas tantos años después. Qué duro darte cuenta de que hay miedos que, a pesar de parecer que han evolucionado, siguen ahí, intactos en tu interior. Sólo parecen distintos porque se han oxidado y ya ni siquiera tienen fuerza para hacer ruido. Pero son los mismos de siempre.

Carmelo, uno de los personajes de la serie, estaba triste porque su mejor amigo, Diego, que llevaba años y años siendo su mejor amigo, estaba saliendo con una tía por primera vez y, desde entonces, le estaba dejando algo de lado. Carmelo se alegraba de verdad de que su amigo se hubiera hecho novia. Y ésta le caía muy bien, además. No dudaba tampoco de lo que le quería su amigo de toda la vida. Pero, no sabía por qué, no podía evitar sentirse algo desplazado y, por tanto, triste. Le daba mucha rabia que los padres de Diego, a los que tan bien conocía y con los que tan bien se llevaba, contactaran a la nueva novia antes que a él para organizar la fiesta sorpresa de los dieciocho cumpleaños de su hijo. Estaba cien por cien seguro de que, de no haber tenido novia, los padres de Diego habrían hablado directamente con él. Pero no ha sido así. Sabe que es una tontería y que, vamos, ojalá todos los problemas fueran de esta magnitud. Pero no puede evitar sentirse apenado. No quiere hablarlo con Diego porque no quiere hacerle sentirse mal y tampoco quiere que piense que está celoso. Porque él tiene claro que no está celoso. ¿Cómo va a estar celoso? Él sólo quiere a Diego como amigo, no como novio, así que no le importa lo más mínimo que se haya echado novia, no hay colisión de intereses. Lo que le fastidia es pensar que han ocupado un espacio que era suyo, que ahora Diego ha recortado el tiempo que pasaba antes con él. No para de mencionar la palabra prioridad cuando le cuenta su historia a Pablo. Es una cuestión de prioridades, repite. A mí me puede seguir queriendo Diego, no lo dudo, pero ya no soy la persona a la que presta más atención. Ya no soy la primera persona con la que comparte ni sus problemas ni sus alegrías ni sus ilusiones, ¿y cómo voy a poder llevar bien eso, dejar de ser la prioridad de mi mejor amigo? Yo nunca tuve como objetivo ser su prioridad, pero una vez que las cosas se dieron así y que se creó el fuerte vínculo que teníamos, ¿cómo puedo conformarme con pasar a un segundo plano? ¿Soy tóxico por sentirme así? ¿Soy posesivo? Odio el simple hecho de planteármelo. Pero es que esta sensación de desplazamiento me produce un resentimiento interno contra él que no me gusta nada.  

Ya ves, papá, dramas de adolescentes, tontadas, pero, no sé por qué, me afectan bastante. Ayer se me saltaban las lágrimas pensando en el pobre Carmelo. Cuantísimas veces me sentí yo así a su edad. Podría montar una pasarela con todos los novios de mis amigas que, al aparecer en sus vidas, recortaron la atención que ellas me prestaban a mí. Para luego que les dudaran lo que les duraran y que volvieran a mí enseguida, como si nada, sin ni siquiera un perdón mediante, cuando les dejaban tiradas o les decepcionaban. Siento si te aburro, papá. Ya ves que tengo muchas ganas de hablar. O necesidad. No sé distinguir. Todo esto te lo cuento porque estoy muy triste con Silvia. Desde que se ha echado el novio este nuevo, no sabe hacer nada sin él. Lo lleva todo el día de la mano o, cuando no está con él, en la boca. Todo el santo día hablándome de él. Y ya ni viene conmigo a los cines los martes ni hace la quiniela conmigo los jueves en el Molino. ¿Soy tóxica por empezar a tenerle algo de resentimiento? ¿Soy mala amiga?

Te echo de menos, papá.