"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

miércoles, 23 de abril de 2014

El lobo estepario

Esta maravillosa obra de Hermann Hesse se esfuerza arduamente por ahondar en la existencia del ser humano, anhelando hallar algún sentido a la vida. Es tan sugerente que a uno lo acaba conduciendo a la extenuación mental y acaso anímica. El principio es fabuloso, envuelve inmediatamente al lector con el relato trazado por el sobrino de la dueña de la casa de la que es inquilino Harry Haller, el protagonista de la historia. Se trata de una narración muy dinámica y cargada de vivacidad que nos adelanta la complejísima personalidad de Heller con una descripción que rezuma perplejidad, asombro y hasta cierto punto admiración. El autor de esta precisa radiografía previene ávidamente al lector de la magnitud y peculiaridad del personaje al que deberá hacer frente en solitario a lo largo del libro.

El desconcierto llega al lector cuando comienzan a ser narradas en primera persona las notas del propio Harry Heller, que avanzan sucesivamente teñidas de la angustia, la indiferencia, la incertidumbre y la desazón manifestadas por un hombre que se define a sí mismo como lobo estepario. Un lobo estepario es un ser descarriado que vive aislado en la vida como consecuencia del continuo conflicto espiritual que se desata en su interior. El lobo estepario se apea de la humanidad al considerar a ésta afanada en empresas insulsas, superficiales y burguesas en el sentido de cimentadas en la despreocupación y la comodidad. Carentes, pues, de cualquier tipo de trascendencia, que es precisamente aquello que el lobo estepario ansía orientado siempre a lo sublime y eterno, a lo inmutable e inmortal. Hesse embute al lector en la clásica confrontación filosófica del cuerpo, propulsor de instintos e impulsos; y el alma, representante del paraíso espiritual.

El lobo estepario padece una vida tormentosa a causa de la frustración e impotencia que le genera la realidad, que actúa como una cárcel destructora de los anhelos de trascendencia espiritual de quien reniega de la miseria esparcida en la realidad. El lobo estepario, al fin y al cabo, es un soñador inconformista que guerrea por ascender a un mundo sublime donde sus idealizaciones sí puedan ser acogidas y satisfechas. La cruda realidad, forzada a superar el filtro de lo físico, desgarra y desalienta al lobo estepario, que prontamente empieza a concebir la muerte como redención y única escapatoria. Sus sueños tienen razón, le dicen, pero la realidad no. No hay lugar para la plena espiritualidad en la vida real, como él mismo comprueba tristemente cuando se percata de que la euforia, alegría y embriaguez sólo le visitan cuando entra en contacto con el escenario irracional del sexo y del amor.

La condena a la vida y, por consiguiente, a la responsabilidad de levantar una esencia que no viene determinada, alimenta de indiferencia la existencia del lobo estepario, que se trueca en ocasiones en un extranjero como el de Camus, en un apátrida vital que no acepta la confinación de la libertad en un marco terrenal, imperfecto e irracional. Busca denodadamente la pureza de un paraíso como el del Mundo de las Ideas de Platón, alejado de la elevada corruptibilidad de la realidad sensorial. La influencia del psicoanálisis en Hesse brota especialmente en la última parte del libro con la victoria por así decirlo de la irracionalidad freudiana. El lobo estepario es conducido al mundo de la fantasía para experimentar allí la evasión de la realidad, que se le presenta, junto con el humorismo, como vía de supervivencia en la desesperanzadora realidad.

En mi opinión, Hesse no nos invita a escaparnos definitivamente de la realidad hacia paraísos imaginarios y ficticios. Simplemente nos incita a aminorar la desolación producida por la realidad completando ésta con la introducción de escenarios cautivadores, ideales y soñadores. Pablo, el personaje que muestra este mundo paralelo al lobo estepario, no es ningún Don Quijote que ande enzarzado en peleas con molinos de viento, sino que más bien se trata de un hombre que vive una vida estimulante, energética e integrada en la sociedad. Se acostumbra a la irracionalidad y la asimila, aunque para ello deba afanarse a veces en menesteres superficiales y, a juicio del lobo estepario, poco trascendentales.

Pero es que el ser humano es de por sí así, imperfecto. Es intrascendente, pese a los intentos de nuestra parte racional de alzarnos hacia lo puro y sublime. La impotencia y la frustración vitales engendran en nosotros la necesidad de construir y levantar mundos supraterrenales donde poder verter nuestras ambiciones de pureza y plena trascendencia. Por eso la verdadera vida se nos aparece insuficiente, acaso como el lugar más inhóspito en el que vivir. El lugar más desagradable y vil. El lugar menos soñado. Pero, al fin y al cabo, si soñamos es porque vivimos.