"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

martes, 31 de diciembre de 2013

"Tiempos modernos": Chaplin es inmortal


Las críticas de Chaplin tan vigentes como siempre, no deja de ser impresionante la capacidad de analizar la sociedad de la que estaba dotado este gran creador de historias tan hilarantes como profundas. "Tiempos modernos" es un filme que plasma de manera brillante la modernidad de la Humanidad. Una modernidad vinculada firmemente al "taylorismo" y a la precariedad laboral a la que aboca irremediablemente el capitalismo cuando se le deja funcionar por sí solo.

"Tiempos modernos" nos sumerge en el desconcierto y la inestabilidad vital que invade a los trabajadores en un período donde los derechos sociales y laborales son más formales que reales. El trabajo es alienante en el capitalismo, ya que se ajusta a las rígidas exigencias de la productividad y la maximización de los beneficios. Se concibe al ser humano como una mera máquina, como un robot, como un ser que no es ser, que únicamente obra con un automatismo y una pasividad acrítica que acaban por transformarle en títere de los patrones y, por ende, de los intereses pecuniarios.

 En "Tiempos modernos" Charlot sufre esta alteración. Se siente perdido, sin rumbo, pues su trabajo le aliena llegando a cubrir su vida de una pesadumbre continua. Actúa por inercia, sin hacer uso de la razón. Es una máquina más. Sin embargo, la crítica de Chaplin va más allá de la alienación. Se extiende hacia otra de las consecuencias más letales del capitalismo como es el desempleo. El capitalismo no sólo nos aliena, sino que también se esfuerza en humillar a quienes menos tienen, a quienes no gozan de los bienes necesarios para vivir con dignidad. No se preocupa por la creación de empleo, por lo que resulta inevitable abandonar en la precariedad supina a un vasto sector de la sociedad. Estos seres menesterosos son maltratados por el sistema hasta el punto de que, desempleados, deben consumir su tiempo buscando con avidez cualquier tipo de trabajo, independientemente de que sepan realizarlo correctamente. Simplemente sobran.

Los desempleados, que tantos millones hay hoy en día en España, se ven obligados, como Charlot, a rebajarse a los ofrecimientos que encuentren, por muy ridículos y repudiables que sean. Necesitan sobrevivir como sea, que es la condición primera para poder vivir (aunque no para vivir dignamente). El círculo vicioso, que el capitalismo considera virtuoso, consiste en conseguir que quienes menos tengan, pasen paralelamente a exigir menos, de modo que su calidad de vida disminuye de manera empicada. Se juega con la vida de las personas. El capitalismo no se conforma con que se hallen en la miseria, sino que se esfuerza por empujarles constantemente hacia abajo. Cuando menos tengan, menos pedirán; con más poco se conformarán. Cuando menos pidan, más manipulables serán. Por lo que resultará menos laborioso mantener este círculo vicioso. Y quienes más tengan, incrementarán al mismo tiempo su riqueza.

Trabajar en esta atmósfera de capitalismo extremo constituye una forma de vida equiparable a encontrarse perdido en la desnudez de la intemperie.  Por eso Charlot se aterroriza cuando le libran de la cárcel, no quiere salir, ya que éste es el único lugar donde se ve alejado de verdad del virus capitalista. En tiempos confusos e injustos la cárcel es, en la mayor de las ocasiones, el lugar más digno donde pueden permanecer las personas justas y decentes. Lo que no deja de ser paradójico.

lunes, 30 de diciembre de 2013

POLÍTICA para 2014


2013 languidece al mismo tiempo que exige las inevitables y comunes despedidas que se les profesan a los años cuando llegan a su fin. Aunque siempre intento ver el vaso medio lleno, me cuesta despedir al 2013 con recuerdos alegres y alentadores, pues es durante este año cuando más he descubierto la miseria democrática en la que estamos inmersos todos los españoles. Creo que deviene necesario para el año que empieza a asomarse una transformación notable de nuestra política, porque, de no darse ésta, el panorama continuará siendo igual de desesperanzador, o incluso peor.

No podemos conformarnos con la política que en estos momentos predomina en nuestro país. Es una política de mínimos, excluyente, poco participativa, cínica, aislada de la ciudadanía, renuente al diálogo, mercantil, corrompida, carente de ética, amoral, inicua, antihumana, devastadora y desaforadamente ruin. Es una política orientada a contentar a las élites financieras y a las personas adineradas, en detrimento del ciudadano normal. Es una política que únicamente concibe a las personas como mercancías, como objetos de los que desean extraer beneficios económicos. Es una política que satisface únicamente a los conformistas, a los antidemócratas, a los aprovechados y poco comprometidos. Es una política antipolítica.


Para el 2014 pido una política verdadera. Una política donde nuestra participación no se limite al voto que arrojamos cada cuatro años. Una política ética, inclusiva, constructiva, equitativa, transparente, justa, generosa y, sobre todo, humana. Para el 2014 pido una política del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, siguiendo la brillante precisión con la que Lincoln describió la democracia en 1863. Una política que desee extraer beneficio de nosotros, los ciudadanos. Pero no un beneficio pecuniario, sino democrático. Una política construida a partir de las aportaciones de cada uno de los ciudadanos, donde se cristalice de verdad un pacto social. Una política donde se nos escuche, donde se nos atienda, donde se nos obedezca. En fin, una política real. ¿Es tanto pedir?

lunes, 16 de diciembre de 2013

La felicidad


La felicidad debe ser siempre el camino que me guíe. Vivimos en una sociedad donde se nos vende que la felicidad es un elemento ocioso, digno más bien de los haraganes, de aquellas personas poco serias que apenas tienen preocupaciones sustanciales. La felicidad como un fenómeno instantáneo, fugaz, efímero, volátil y farsante que sólo conduce a vidas protagonizadas por grandes fracasos.

A mi juicio, no es el fenómeno, supuestamente súbito, de la felicidad el factor que causa estragos en las vidas de las personas por propagar una idea demasiado idealista del mundo que al ser puesta en contacto con la realidad ocasiona una fricción irremediable, en la medida en que nos baja de las nubes a la realidad mísera y sórdida de la sociedad. El fracaso de nuestras sociedades procede, contrariamente a la idea más expandida, de la falta de confianza y de creencia en la felicidad.  No se fracasa cuando la prioridad de la felicidad mitiga tus beneficios económicos: se fracasa cuando se registran infinitos beneficios económicos en ausencia de felicidad. La felicidad no es un fenómeno, sino que es, más bien, un estado y una forma de ver la vida a los que puede aspirar casi todo el ser humano que se lo proponga.

No es la felicidad, sino el dinero, aquello que de verdad puede desvanecerse con sorprendente velocidad. La felicidad, aunque relacionada con el exterior, es interna. El dinero, en cambio, jamás depende totalmente de la persona. No hace falta remitir ni siquiera a las ventajas de la felicidad respecto del dinero en lo alusivo a la persistencia e independencia, basta con comprender mínimamente la esencia de la vida como para advertir cuán imprescindible es la felicidad. El dinero no se puede estar consumiendo en cada segundo de la vida, mientras que la felicidad sí. El dinero tiende inevitablemente a ir en búsqueda de mayor capacidad, tiende a ensancharse, por lo que se infiere que su goce es menor, en cuanto se piensa en su uso en el futuro, en lugar de en la alegría que produce en el presente.

No sabemos con certeza cuánto tiempo vamos a permanecer en este intrigante mundo. Sin embargo, sí sabemos con total conocimiento qué tiempo estamos viviendo. Sabemos que el presente es nuestro. El pasado y el futuro ya son mucho más insondables. Por ello, es necesario apreciar cada instante de ese presente, ¿y qué mejor forma de conseguirlo que abrigando constantemente la felicidad? No sé si mañana viviré, pero sé que hoy, que estoy vivo, soy feliz. Esta es, para mí, la esencia de la vida. Entonar el Carpe Diem sería quizá lo que más se ajustara a mi percepción de la vida. Vivimos para vivir, no para pensar, sin vivir en el presente, cómo viviremos en el futuro.


jueves, 21 de noviembre de 2013

Kennedy: la necesidad de un mito


No osaría jamás declararme un experto en Kennedy. Ni siquiera en la hipotética situación (no descartable dentro de unos años) en que hubiera buceado arduamente en ingentes escritos sobre su presidencia, su magnicidio o su legado. Nunca sería tan temerario de presentarme con tal calificativo. Hace poco más de dos años que quedé atrapado de alguna forma por el insoslayable atractivo de la figura de John Fitzgerald Kennedy y, desde aquel entonces, empujado en parte por la irracionalidad que siempre acompaña a los mitos, no ha cesado mi interés por hallar esa idealizada verdad que anhelamos continuamente cuando nos disponemos a ahondar en los acontecimientos de la historia. Pretendemos, más conscientemente de lo que creemos, simplificar a los personajes y a los sucesos de la historia en una frívola y maniquea segmentación entre buenos y malos en la que, de manera ingenua, nos proponemos localizar la verdad absoluta. Cuando, si de verdad nos adentramos en el pasado, rápidamente descubrimos que los matices no desaparecen en la historia, sino que se multiplican con una celeridad fascinante conforme profundizamos en ella.

Desde que el mito de Kennedy picara mi curiosidad hace un par de años, pocas han sido las ocasiones en las que he denegado el aterrizaje de nuevas noticias, libros, artículos, documentales o películas acerca de este personaje que, con el paso del tiempo, ha ido adquiriendo, inexorablemente, cierto protagonismo en mi vida. Sin embargo, mis constantes intentos por esclarecer la figura de Kennedy se han visto notablemente frustrados, pues las dudas y las sombras se agrandan cuando más cerca estamos de ellas. El conocimiento, paradójicamente, nos hace sentir más ignorantes.

En la Antigüedad, el ser humano tendía a explicar el mundo a través de mitos cuyos autores se desconocía, ya que pertenecían a la colectividad. Mediante los mitos, el ser humano mitigaba el desamparo que sentía frente a una naturaleza que le desbordaba por completo. Los mitos eran relatos fantásticos, totalmente acríticos, que en sucesivas ocasiones apelaban a personajes legendarios, como dioses o héroes del Olimpo. Constituían una explicación irracional del mundo cuyo objetivo no era sino aliviar la desazón a la que someten la ignorancia y el desconocimiento sobre las leyes que rigen la naturaleza y, por ende, los fenómenos que afectan directamente al ser humano. El pensamiento racional y reflexivo reemplazó a los mitos con la transición que en filosofía se conoce como el paso del mito al logos (“razón” en griego), que da lugar al establecimiento de un orden dentro del caos a partir de la observación de la realidad y la reflexión racional sobre ésta.

Sin embargo, con la persistencia del mito de Kennedy advertimos que los mitos no han desaparecido por completo de la esfera del pensamiento humano a pesar de encontrarnos en pleno siglo XXI, justamente cuando el racionalismo se expande más que nunca, como ilustran los abundantes avances y descubrimientos científicos que se continúan llevando a cabo. Este fenómeno es, cuando menos, chocante, en la medida en que refleja el rechazo voluntario a las dotaciones racionales de las que dispone el ser humano. ¿Qué causas empujan al ser humano a parapetarse en la irracionalidad? ¿Cuáles son las motivaciones del mito de Kennedy?

Frente al mundo desolado, taciturno, lúgubre y desesperanzador que legó la Segunda Guerra Mundial, Kennedy ofreció una imagen segura, energética y positiva que se proponía encauzar a la humanidad en el camino de la convivencia dentro de la paz. Kennedy proveyó a los ciudadanos de esperanza, que era justamente aquello de lo que carecían. Prometió no escatimar en esfuerzos para lograr establecer la Nueva Frontera, que no era sino una metáfora del mundo reinado por la libertad y por la igualdad de oportunidades al que él aspiraba. “Más allá de esa frontera están los inexplorados ámbitos de la ciencia y del espacio, los problemas no resueltos de la paz y de la guerra, los invictos bolsillos de la ignorancia y de los prejuicios, de las preguntas sin respuestas, de la pobreza y de la abundancia”. Inmersos en unas circunstancias históricas tan poco halagüeñas, no era de extrañar que numerosos ciudadanos se adhirieran a los desafíos que Kennedy invitaba a superar conjuntamente. Independientemente de cómo se desarrollara su presidencia, Kennedy ofrecía un discurso altamente tentador, en tanto que esperanzador y persuasivo. Una amplia cantidad de estadounidenses se aferró al joven presidente únicamente por su mensaje positivo, sin contemplar después la efectividad de sus decisiones. Simplemente importaba encontrar un lugar donde desprenderse de la desesperanza.

El mito forjado tras el magnicidio de Kennedy no consiste, ni mucho menos, en una edulcoración de la figura del 35º Presidente de los Estados Unidos, sino que, más bien, refleja una edulcoración de aquello que jamás existió. Por esta razón, hablamos de un mito, porque es totalmente irracional, en la medida en que no tiene sentido alguno recurrir a explicaciones basadas en lucubraciones. Así como en la Antigüedad el ser humano se amarraba a los mitos para lograr un equilibrio existencial, tras la devastadora Segunda Guerra Mundial, el ser humano continuaba necesitando, en parte, aferrarse a pilares irracionales para poder sobrellevar una existencia que también le rebosaba, no por la carencia de conocimientos, como en la Antigüedad, sino al contrario, por la abundancia de conocimiento, que había conducido a un uso inhumano y vil de la tecnología y de la racionalidad. “Pensamos mucho, pero sentimos muy poco”, como diría Chaplin.

La exigua presidencia de Kennedy está rodeada de infinitas luces y sombras que dificultan sobremanera extraer una conclusión nítida sobre sus logros. En mi opinión, las luces superan a las sombras. Pero no es esto lo que nos concierne ahora. Recordamos, cincuenta años después, a Kennedy no por aquello que hizo, sino por aquello que prometió hacer. No le recordamos tanto por sus éxitos o por sus fracasos, como por la luz que desprendían sus palabras en un contexto histórico en el que la oscuridad se había apoderado de la humanidad. El mito de Kennedy no se construye sobre sus actuaciones, sino sobre el aura de esperanza que jamás le abandonó. Hoy día, continuamos evocando a Kennedy por nuestra intrínseca incapacidad de avanzar en este mundo sin abrigar pensamientos idealistas e irracionales, los cuales nos permiten aligerar la crudeza de la existencia a través de la firme esperanza de que siempre puede producirse el cambio. La esperanza, como la llama de Kennedy, nunca deja de titilar.


domingo, 20 de octubre de 2013

La Nucía: una VERGÜENZA


¿Cómo reaccionarían ustedes si se enteraran de que existen, hoy en día, grandes atisbos de sistema dictatorial en un pueblo español? Pese a la evidente degradación política del país, sonaría a imaginativo y ficticio. Sólo nos faltaba que, después de las incombustibles luchas, tanto colectivas como individuales, que tuvieron lugar durante la época franquista con el fin de conocer la democracia, todavía persistieran en España territorios abocados a la ausencia de libertad. Supongo que la mayoría de ustedes, cargados de esperanza, compartirán esta percepción positiva: es imposible que esta agresión a la democracia pueda suceder en pleno siglo XXI. Lamento decirles que, si piensan así, son unos ilusos, como lo era yo hasta que conocí todo lo que se cocía en la Nucía.

La Nucía es un pueblo enclavado en las proximidades de la costa del Mediterráneo por la zona de Benidorm. Es un entrañable lugar que cuenta con casi veinte mil habitantes. Su población comenzó a experimentar un pronunciado crecimiento a partir del boom inmobiliario, construyéndose numerosas urbanizaciones en los alrededores del pueblo, destinadas en gran parte a acoger a  los residentes extranjeros, que se multiplicaban anualmente a una velocidad vertiginosa.

Desde que Bernabé Cano llegara a la alcaldía de La Nucía en 2003, este pueblo no ha hecho sino encauzarse en un camino aderezado con fastuosidad y suntuosidad cuyo destino ha sido saciar la incalculable codicia y megalomanía del alcalde del Partido Popular. La Nucía, de repente, se trocó en el pueblo más maravilloso de toda España (éste fue, quizá, el propósito de Cano): acogía a los grandes cantantes del momento, que realizaban conciertos financiados por las arcas públicas, se construía un llamativo auditorio de música, se erigían fuentes majestuosas en las entradas del pueblo para llamar, ya de primeras, la atención de los visitantes... La Nucía seguía religiosamente los pasos de Valencia capital: gastar inconscientemente el dinero y, como consecuencia, endeudarse hasta las botas. Todo con tal de dotar a este pueblo de un aura de magnificencia y exclusividad que le distinguiera del resto de lugares de la Comunidad Valenciana.

Una vez situados, podemos adentrarnos de nuevo en la cuestión inicial. En los pueblos, como ustedes bien sabrán, las noticias vuelan y la rumorología abunda. Desde hace un tiempo, a mi oído empezó a llegar una gran cantidad de chismorreos sobre la situación de La Nucía. Se contaba que Bernabé Cano se había convertido en una figura casi intocable, y no únicamente porque triunfara con mayoría absoluta en las elecciones y prolongara así su mandato, sino porque  perpetuaba la estabilidad política de su partido y de su persona mediante métodos coercitivos. Yo no daba crédito ante tales rumores. La Nucía ha sido siempre muy familiar para mí, dado que se encuentra al lado de mi pueblo, así que me propuse realizar una visita con el fin de corroborar si todo aquello que se comentaba era cierto.

Era una tórrida mañana veraniega cuando, custodiado por mi hermano, que iba provisto de una libretita con la que anotar toda la información-no fuera a ser que se nos pasara ninguna barbarie por alto-, me adentré en el casco antiguo del pueblo. No hube de esperar para que mis augurios se cumpliesen, pues, a las primeras de cambio, experimenté en primera persona cómo una señora mayor, regente de una tienda cuyo nombre no pienso revelar, se negó a hablar conmigo sobre todo lo que acontecía en la Nucía. Este estupefaciente rechazo me dejó sin palabras. A la señora se le notaba tensa, tenía miedo a hablar (sí, han leído bien, miedo a hablar). Intenté persuadirla de que hablara, pero fue en vano. Le argumentaba que no había ningún motivo por el que temer, pues me comprometía a mantener su anonimato, además, le hacía ver cuán alarmante era su postura. Ella no cedió, argüía, con no mucha afabilidad, que podían tomar represalias y consecuentemente cerrar su comercio si ella me confesaba su descontento con Bernabé Cano. Yo no daba crédito, seguía esforzándome por convencerla de que ninguna represalia podía afectarle a ella, en la medida en que iba a mantener su anonimato. Además, sus palabras tampoco iban a poder acarrear represalias en mi contra, en tanto que no habito en la Nucía. Mi denuedo fue en balde. Abandoné su comercio sin recoger ninguna declaración suya. Me dejó realmente tocado observar cómo la coacción de la que había oído hablar parecía no tratarse, por desgracia, de una ficción. Estaba ante una realidad tan desconcertante como preocupante.

El comienzo de mi papel detectivesco no fue, como ven, muy halagüeño. Sin embargo, me armé de valor y especialmente de paciencia para poder reanudar el programa interrogatorio que había planificado. Con esta energía renovada me presenté –con la inestimable compañía de mi hermano, qué difícil de soportar habría sido este calvario si no- en un nuevo comercio. Esta vez, por suerte, la persona al cargo del negocio colaboró activamente proporcionándonos información abundante. De entre ésta, yo destacaría, por encima de todo, la alusiva a su vida personal, pues resultó sumamente desalentador escuchar cómo una persona que ha vivido toda su vida en la Nucía, declaraba abiertamente su deseo de abandonar el pueblo. “Si me lo pudiera permitir económicamente, no dudaba ni un minuto en irme”, con esa frialdad me hablaba. “Esto es una dictadura, no existe aquí la libertad”, añadía por si aún no había quedado claro la causa de su descontento.

Proseguí en mi ruta por el pueblo, topándome con tres personas más que se ofrecieron a hablar y que me proporcionaron una cantidad de datos más que suficientes como para poder afirmar que en la Nucía se vive con un miedo y una injusticia propios de las dictaduras. Me comentaba un habitante que por la calle hay que ir con mucho cuidado, vigilando siempre alrededor, pues la madre del alcalde parece ser que se dedica a deambular por el pueblo en busca de disidentes con el fin de revelar la identidad de estos “desertores” a su estimadísimo hijo. Yo ya empezaba a pensar que me había introducido en una historia novelesca, que me había introducido sin querer, cual Don Quijote, en el 1984 de Orwell. Sinceramente, habría preferido conocer al Gran Hermano, antes que continuar con ese calvario interminable.

Las supuestas atrocidades democráticas protagonizadas por Bernabé Cano me las narraban ahora otros dos vecinos. Uno de ellos me contaba con una indignación implacable que se había mandado derrumbar un edificio perteneciente a un concejal de CDL (http://www.diarioinformacion.com/benidorm/2013/07/12/alcalde-nucia-ejecuta-derribo-obra/1394923.html), un partido de la oposición. Las denuncias de este vecino no terminaban ahí: la mayoría de consejeros del alcalde están imputados, como el propio alcalde, que parece haber participado en la trama Gürtel (http://www.youtube.com/watch?v=epXJG6qM4RA); se intenta manipular hasta la prensa, pues en una ocasión en la que aparecía Bernabé Cano en un reportaje de la revista Interviú (http://www.interviu.es/reportajes/articulos/asalto-a-la-nucia), siendo acusado de corromperse, el alcalde mandó a sus ayudantes comprar todas las ediciones de esta revista de los quioscos del pueblo y de los alrededores para así evitar que la información llegara a los habitantes; Cano afirmó que no conocía a Correa, cuando más tarde se evidenció lo contrario. En fin, un cúmulo de sinvergonzonerías que, en caso de ser ciertas, arrastran a la Nucía a una menesterosidad democrática indigna.

Con un desasosiego casi insostenible, me planté ante el último vecino, que agravó aún más mi desesperanza al indicarme que la estrategia de Cano no consiste sino en dividir al pueblo. “Estás conmigo, o contra mí”. Este lema, como nos cuenta el vecino, no beneficia en absoluto a la Nucía, pues esta escisión genera un ambiente carente de armonía que dificulta la convivencia entre los habitantes. Asimismo, el alcalde supuestamente se sirve de unas artimañas ilícitas y de un populismo abominable para fortalecer su poder dentro del pueblo, como bien me muestra este vecino cuando me enseña un vídeo donde el alcalde en un pleno alienta al público a increpar a la oposición (http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/06/13/valencia/1371144423_883041.html).  

Aunque aún disponía de tiempo para continuar mi humilde actividad periodística, decidí ponerle fin, habida cuenta de la extenuación que me habían producido esas vergonzosas prácticas antidemocráticas que pudieran estar llevándose a cabo en pleno siglo XXI. Mi cuerpo no podía soportar ya más esas atrocidades que se está consintiendo que se cometan en la Nucía.

No es digno de un país que abraza la democracia, como España, que cuente entre sus territorios con uno donde se propugnan unas prácticas políticas que atentan contra la libertad de los ciudadanos. No podemos en absoluto tolerar que este virus antidemocrático siga reproduciéndose sin control. Debemos, por lo tanto, rebelarnos públicamente y manifestar nuestra reprobación hacia estas prácticas tan perniciosas para la sociedad. El pueblo de la Nucía debe unir fuerzas y despojarse de ese miedo que le invade. El pueblo de la Nucía debe rebelarse públicamente ante esos gobernantes que restringen su libertad. Motivos sustancialmente menores estimularon hace más de dos años a los indignados a salir a la Plaza del Sol y constituir el movimiento conocido como el 15-M. ¿A qué esperan los indignados de la Nucía? ¿De ser cierto, cómo puede tolerarse algo tan intolerable como un sistema sin libertad en España en pleno siglo XXI?  “La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”, Albert Einstein.


martes, 10 de septiembre de 2013

El futuro de Cataluña y de España


Sé a lo que me expongo al proponerme tratar un tema tan delicado. Únicamente, ruego un poco de transigencia y una mentalidad abierta ante lo que voy a escribir.

Mañana, 11 de septiembre, coincidiendo con la Diada, tendrá lugar la cadena humana por la independencia de Cataluña. Todo apunta a que será un acontecimiento que agudice, aún más si cabe, el sentimiento independentista estimulado especialmente desde que Artur Mas llegara a la presidencia de la Generalitat. Será un evento revulsivo, lo que no quita que sea totalmente ridícula e hiperbólica la comparación que Mas ha establecido con el "I have a dream" de Luther King. Paralelamente, en la víspera de la Diada, aparecen en El País unos comentarios polémicos espetados en 2005 por Pérez de los Cobos, presidente del Tribunal Constitucional, quien sostuvo que "los catalanes han sido educados en el desprecio a la cultura española". A mi parecer, la visión de Pérez de los Cobos es bastante errónea, en suma, esa perspectiva tan expandida no hace sino incrementar el distanciamiento de Cataluña con el resto de España; o del resto de España con Cataluña, como quiera entenderse.

Que quede claro: no soy ni catalanista, ni independentista, ni mucho menos nacionalista. El nacionalismo es, en mi opinión, un sentimiento sectario y deplorable. ¿Qué es el nacionalismo? Ni los propios nacionalistas lo tienen claro. Yo lo definiría como la identificación conjunta de un grupo de personas que comparten unos rasgos (el idioma, costumbres, tradiciones… Hasta aquí, todo es bastante comprensible, esta identidad compartida podríamos denominarla patriotismo) que exalta su identidad colectiva, pretendiendo sobreponerse al resto de identidades. En este último matiz, es decir, en la manifestación de cierto separatismo, reside el que es, a mi parecer, el grave y abominable error del nacionalismo, aquello que lo convierte en un sentimiento grotesco e incluso megalómano. Además, identificarte especialmente con tus allegados, no debiera ser un impedimento para sentirte identificado con personas con rasgos distintos de los tuyos. Estableciendo un símil (perdónenme si resulta demasiado simple y frívolo) ese sentimiento de identificación del nacionalismo es comparable con el de cualquier miembro de una familia con sus parientes. Tanto la familia como nuestro lugar de nacimiento son fruto del azar, pues no elegimos dónde establecernos al nacer. Sin embargo, pese a que este fenómeno, en tanto que azaroso, carece de racionalidad, solemos identificarnos fuertemente con nuestros parientes y con nuestro lugar de nacimiento (o de desarrollo), e incluso les tenemos un cariño especial y, con frecuencia, mayor que al resto. Sin embargo, estas características casi intrínsecas a nuestra persona, no son óbice para que, a lo largo de nuestra vida, gocemos de numerosas amistades (exentas de imposiciones del azar) y descubramos infinidad de lugares que nos cautivan igual, o incluso más, que el nuestro. El nacionalismo, por tanto, limita el conocimiento del mundo y de la humanidad. Además de fomentar la irracionalidad.

Ahora bien, cuando aparecen figuras importantes de nuestra política como Pérez de los Cobos e Ignacio Wert (no se olvide su ya célebre “hay que españolizar a los catalanes”) pronunciándose sobre el tema de Cataluña, no se sabe bien si su verdadero propósito es frenar la ola nacionalista o impulsarla. En primer lugar, me parece que no es Cataluña, como indica Pérez de los Cobos, sino Wert, quien “educa en el desprecio a la cultura catalana”. Existe en España, sobre todo en Madrid, una especie de tendencia a concebir como arma política y como peligroso y dañino para el castellano la existencia del catalán. Resulta hilarante que pueda tenerse miedo a una lengua hablada por apenas 11.5 millones de personas, frente a los 500 millones de castellanohablantes que hay en el mundo. Yo mismo, que hablo valenciano, sufro en ocasiones esta broma de mal gusto cuando se me pregunta por qué narices hago uso de esa mierda de lengua que no sirve para nada. Existe una confusión enorme y perniciosa acerca del uso del catalán y del castellano. Hablar catalán no es sinónimo de atacar al castellano, del mismo modo que emplear el castellano no significa tener algo en contra del catalán. Es compatible, como es mi caso, abrazar, apreciar y usar ambas lenguas. Sin embargo, en los últimos años se está intentando incompatibilizar, como bien se plasma en los actos y en las palabras de Wert.

Sería una salvajada que se intentara reducir o imposibilitar la enseñanza en catalán, puesto que constituiría el primer paso hacia la desaparición de una lengua minoritaria que, como tal, necesita ser reforzada y enseñada a partir de las escuelas. El castellano, en cambio, se aprende casi por inercia, pues la mayoría de libros, de prensa escrita y de programas de radio y televisión optan por utilizar esta lengua a la hora de expresarse. Hecho que se refleja en la encuesta que se realizó hace unos años en Cataluña y que muestra cómo el conocimiento del castellano está muy por encima del catalán entre los ciudadanos de esta comunidad autónoma. Por consiguiente, los ataques a esta lengua minoritaria alientan a los catalanes a escudarse en el nacionalismo, pues la lengua es una parte fundamental e inalienable de la cultura de Cataluña, una parte sin la cual no pueden concebir su identidad.

Atacar el catalán, por recelo del castellano, constituye también una actitud nacionalista y, por ende, intransigente. Resulta contradictorio e incoherente la cantidad de españoles que se enervan con el nacionalismo catalán, pero que, sin embargo, manifiestan un nacionalismo, en su caso español, mucho mayor. El problema del nacionalismo no es de qué tipo es, sino el nacionalismo en sí.

En la actualidad, estamos inmersos en un estado de confusión e incertidumbre acerca del futuro de España y de Cataluña. No sabemos con certeza qué va a suceder, sin embargo, intuimos que este proceso no va a estar exento de confrontaciones y conflictos. Cómo solucionar esta situación deviene, pues, en una obligación ineludible para nuestro presidente del gobierno, quien se muestra demasiado esquivo ante un tema tan trascendental. Quizás la convivencia entre España y Cataluña podría recuperarse si dejásemos de una vez por todas los nacionalismos a un lado e izáramos, en lugar de tantas banderas diferentes, una sola: la de la tolerancia.





lunes, 2 de septiembre de 2013

"Candilejas"


Hoy he visto “Candilejas”, una muy buena película de mi estimadísimo Charles Chaplin (es uno de los grandes genios: director, actor, guionista y compositor en este filme).

Calvero (Chaplin) evita que Thereza, una joven que vive en el mismo hogar de acogida donde él habita, se suicide intoxicándose a causa de una fuga de gas que ella misma ha planeado. Como consecuencia, a Thereza se le priva de su habitación, por lo que Calvero, mucho más mayor, la acoge en la suya, haciéndose pasar por su marido para impedir que acusen a la joven de intento de suicidio. Durante los primeros días de su estancia en los aposentos de Calvero, Thereza se muestra pesimista y depresiva debido a la frustración y tristeza que su desgraciada existencia le genera. No obstante, Calvero logra animarla y revitalizarla a través de grandes discursos sobre la grandeza de la vida. Una vez estimulada, Thereza logra triunfar con su oficio: el baile. Sin embargo, es ahora Calvero quien sufre ataques depresivos, habiendo de recurrir ocasionalmente a la bebida. Su frustración procede de la angustia que le produce el ocaso de su carrera como cómico, ya que desde hace tiempo que desconoce cómo ingeniárselas para lograr entretener al público.

“Candilejas” me ha gustado mucho, en especial lo inverosímil que se torna según va desarrollándose la historia. En el inicio, parece la película más vitalista de Chaplin. Esos pasajes donde Calvero reanima a Thereza lo son, de hecho. Sus peroratas sobre la vida son realmente convincentes y cautivadoras. Me quedo con diferentes frases memorables: “el mayor juguete del ser humano es su cabeza (ataque al materialismo); “la muerte es inevitable, pero la vida también”; “nada tiene tanta fuerza como la vida”. Sus palabras emocionan y motivan, hasta el punto de lograr que Thereza olvide su paranoica depresión. Paralelamente, descubrimos que esas peroratas de Calvero no van destinadas únicamente a la joven, sino que es él mismo también el receptor de sus mensajes esperanzadores, pues su existencia, como ya hemos comentado, no pasaba precisamente por su momento de máximo esplendor. Su comportamiento no puede ser más humano, ¿pues cuántas veces osamos proporcionar a los demás consejos que no somos capaces de aplicarnos a nosotros mismos? Qué valientes somos al aconsejar y qué cobardes cuando nos toca a nosotros luchar. Así que Thereza consigue deshacerse de las dolorosas cadenas de la depresión gracias a los éxitos que empieza a cosechar como bailarina. Calvero opta por abandonarla para así no transmitirle la negatividad de la cual él, desgraciadamente, no ha podido escapar. Evita contaminarla.

Observamos, por tanto, cómo la felicidad de los personajes de esta película emana en gran parte de la satisfacción que les produce su trabajo. Una satisfacción que se ve sometida al juicio del público, dado que el recibimiento de la concurrencia es la peor pesadilla de los artistas, como comprobamos con Calvero. Esta enorme influencia emocional del público también la apreciamos en el momento en el que protagonista prescinde de éste, pues, pese a andar deambulado por las calles exhibiendo sus ninguneados espectáculos, se siente feliz al no verse abocado a la presión y al aniquilador juico del público. Qué importante es el entorno para el artista, de él dependen tanto su éxito como su fracaso

El final de la película pasa a ser, en mi opinión, un poco más esperanzador. Calvero se arma de valor para retornar por última vez al escenario frente a una sale a rebosar de personas expectantes. Finalmente, el cómico sale victorioso del trance gracias a unos números desternillantes que provocan la risa en los espectadores.

Súbitamente, tras su reencuentro con el éxito, Calvero fallece a causa de un ataque al corazón. Sin embargo, llega al desenlace de su vida feliz, resonando aún en él los aplausos del público y contemplando, maravillado, cómo Thereza, también feliz, deleita a los presentes con la finura, el ritmo y la belleza de su baile. Por lo que los dos personajes que aparecen presentados alicaídos y depresivos al comienzo acaban por tornarse felices y esperanzadores. Calvero y Thereza se retroalimentan, sacan lo mejor del otro respaldándose no sólo en el amor que los une íntimamente, sino también en el amor que sienten ambos por sus respectivos oficios y, por extensión, por la vida, esa gran fuerza que acabó atrayéndoles.


jueves, 29 de agosto de 2013

I WANT TO HAVE A DREAM


Barack Obama, el primer presidente negro de la historia de Estados Unidos, rendía ayer homenaje a Martin Luther King el día en que se cumplían cincuenta años de aquel célebre discurso que el reverendo ofreció en Washington en la escalinata del memorial de Abraham Lincoln. La imagen no podía ser más simbólica: Obama perorando sobre Luther King bajo la imponente sombra del gran emancipador (under the shadow of the great emancipator, Lincoln). Fue una imagen para el recuerdo que refleja la continuidad de los sueños estadounidenses acerca de la lucha por alcanzar la libertad. Porque cuando Martin Luther King had a dream, Lincoln ya había tenido su sueño. Y hoy, cuando King ya ha tenido su dream, Obama tiene el suyo. Los sueños, como vemos, son imperecederos. Son inmunes al paso del tiempo.

En 1863, justo cien años antes del I have a dream de King, Abraham Lincoln había deleitado a todos los presentes en el cementerio de Gettysburg con un discurso tan sucinto como preciso que concluía de forma memorable con las siguientes palabras: “...que habrá en esta nación, con la ayuda de Dios, un nuevo nacimiento de la libertad; que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá en esta tierra”. Lanzaba una ola de esperanza en un momento desalentador, en plena Guerra de Secesión, donde el Norte y el Sur de la Unión estaban totalmente fragmentados. El inicio del discurso también marcó un punto de inflexión en la política abolicionista que estaba llevando a cabo y que desembocó en la emancipación de los esclavos negros. Su fulgurante comienzo fue: “Hace ochenta y siete años nuestros padres crearon en este continente una nación, concebida en la libertad y consagrada al principio de que todos los hombres nacen iguales”. Democracia, libertad, igualdad, eso era exactamente lo que anhelaba Lincoln. Fruto de su denuedo, los negros vieron la luz por primera vez en siglos.

Pero el sueño del gran emancipador estaba inconcluso. John F. Kennedy, cien años después del discurso de Lincoln y dos meses y medio antes del de King, se vio obligado a irrumpir en la televisión estadounidense para exigir que se permitiera el acceso de dos jóvenes negros a la Universidad de Alabama. Recurriendo a los ideales defendidos por Lincoln (“esta nación se fundó basándose en el principio de que todos los seres humanos son creados iguales, y de que los derechos de cada ser humano se ven reducidos cuando se amenazan los derechos de uno solo de ellos”. Palabras de JFK) Kennedy denunciaba las desigualdades existentes entre los negros y los blancos: “un bebé negro nacido en los Estados Unidos hoy, sin importar en qué parte de la Nación venga al mundo, tiene más o menos la mitad de probabilidades de completar la escolarización en el instituto que un bebé blanco nacido en el mismo lugar el mismo día, una tercera parte de probabilidades de llegar a completar estudios universitarios, una tercera parte de probabilidades de llegar a convertirse en un profesional, el doble de probabilidades de estar desempleado, una séptima parte de probabilidades de ganar 10.000 dólares anuales, una esperanza de vida siete años menor, y la perspectiva de ganar solamente la mitad”.

Setenta y ocho días después de la comparecencia de Kennedy, Martin Luther King lideraba la marcha que concluyó con el insuperable I have a dream y que tenía como fin clamar contra todas esas injusticias que los negros seguían sufriendo en un país que se jactaba de ser paradigmático en cuanto a democracia y libertad. King expuso ante una gran multitud de personas su sueño, no sólo el sueño del americano negro, sino el de cualquier americano amante de la libertad. Fue una llamada a la igualdad y a la justicia que dio sus frutos, pues sin ella sería casi inexplicable la llegada a la presidencia de Barack Obama, el primer presidente negro en la historia de los Estados Unidos.

Ayer, cincuenta años después, Obama se afanó en recordarnos los sueños de quien fue una de sus grandes inspiraciones políticas. Ayer, cincuenta años después, Obama nos recordó que él sigue soñando, que nosotros, los ciudadanos del mundo, debemos seguir soñando. Se han conquistado grandes avances pero se debe evitar caer en la complacencia. Por eso, ayer, cincuenta años después, Obama nos recordó las imperfecciones de la sociedad y la política americana, extrapolables a cualquier país desarrollado. El presidente en el cargo reivindicaba la igualdad para los sectores marginados del pueblo americano, como los gais y los discapacitados, al mismo tiempo que también cargaba contra las perniciosas consecuencias del capitalismo radical imperante en las últimas décadas y causante de la extensión y el incremento de las desigualdades sociales.

Ayer apreciamos más que nunca la eternidad y el poderío de los sueños; cómo, siglo tras siglo, la esperanza de éstos se mantiene; cómo, pese a las carencias de nuestro entorno, siempre podemos aferrarnos a nuestros sueños y a nuestras ilusiones. Porque sólo se es totalmente libre cuando se sueña. El sueño político, además, es el reflejo de una actitud crítica y comprometida con la democracia. Es el reflejo de un espíritu empático y luchador que se propone acercar la realidad a la utopía, por muy difícil que resulte esta empresa. Hagamos caso a Obama y soñemos todos.

jueves, 1 de agosto de 2013

BIENVENIDOS AL ESPECTÁCULO


 En qué mal momento se me ha ocurrido esta mañana enchufar la caja tonta para sentarme a ver el pleno que tenía lugar en el Senado. No podría haber cometido error más grande para comenzar este mes de agosto, pues el espectáculo que he presenciado me ha producido tal desasosiego e indignación que me ha dejado mal cuerpo para el resto de la semana. Mi descolocación ha sido tal, que no he podido terminar de ver el final del pleno, puesto que me sentía perdido, hasta tal punto que no sabía discernir entre si estaba observando una reunión parlamentaria o una película totalmente zafia.

 Recuerdo que abundaban los chillidos, los exabruptos y, sobre todo, las falacias. Algunos se trataban de chillidos injuriosos; otros, de un júbilo tan incontenible que acababan reproduciéndose en grandes ovaciones, todos de pie, vitoreando fielmente a su infalible líder. Los máximos representantes de los dos partidos más importantes se lanzaban calumnias, tachando de corrupto al partido contrario, exigiendo autocrítica y remarcando la carencia ética del otro. El presidente del Gobierno parafraseaba a Rubalcaba, con el fin de parapetarse en argumentos con los que anteriormente se había defendido el líder socialista, argumentos que contradecían la actitud de Rubalcaba en el pleno de hoy y que delataban la conveniencia de sus declaraciones.

Mariano Rajoy esquivaba las preguntas de la mayoría de los portavoces de la oposición, dedicándose únicamente a responder a aquel a quien podía desarmar fácilmente mediante acusaciones pasadas; evitando, además, ofrecer una explicación convincente sobre los SMS que intercambió con Bárcenas una vez sabida la existencia de una cuenta ilegal del extesorero del PP en un banco de Suiza. Alfonso Alonso denunciaba públicamente la falta de modestia de Rosa Díez al mismo tiempo que él se jactaba, haciendo uso de la ironía, de la mayoría absoluta obtenida por el Partido Popular en las últimas elecciones. Tampoco faltaban las apelaciones a grandes citas de intelectuales con las que algunos políticos concluían sus comparecencias, pretendiendo impregnar sus falaces discursos de coherencia y sentido común.

Yo no podía salir de mi estado de estupefacción, que, en suma, iba incrementándose conforme transcurría la sesión. Deseaba bajar la cabeza y encontrarme con un cuenco de palomitas entre mis manos, con la intención de convencerme de que aquel esperpento que estaba observando no era sino una mera ficción. Desgraciadamente, el anhelado cuenco no apareció en ningún momento. Por lo que apagué el televisor, INDIGNADO. Indignado al constatar, una vez más, cómo la diatriba política eclipsa el verdadero esclarecimiento de los asuntos que conciernen a la ciudadanía; indignado al observar cómo se prima la pugna, en detrimento de la cooperación; indignado al comprobar que la política se aleja cada vez más de los ciudadanos. Indignado, en fin, ante las grandes lagunas democráticas de nuestro país.



domingo, 23 de junio de 2013

¡VIVA LA EDUCACIÓN PÚBLICA!


Ahora que Anatolio Alonso “Anato”, estudiante de la enseñanza pública, ha logrado la calificación más alta de la Selectividad –un 9.95-, me parece que nos encontramos ante el mejor momento para reivindicar la educación pública. Sí, efectivamente, esa misma educación pública que tantos palos está recibiendo en los años recientes.

Aunque a mí me resulte escandaloso, todavía abunda la gente que cuestiona la enseñanza pública. Y no sólo eso, sino que, además, se empeñan en desmantelarla. Por ello, me veo ahora en la obligación de exponer por qué creo que esta modalidad educativa es tan imprescindible. No se crean que voy a descubrir nada nuevo, más bien, voy a limitarme a escribir algunas evidencias, que, para tratarse de evidencias, están muy poco establecidas en algunos sectores de la sociedad.

En la actualidad, existe una gran laguna moral que impide, cada vez más, conocer qué es eso de la empatía. Esta tendencia desemboca en una falta de conciencia acerca de cuán importante resulta el azar en nuestras vidas. Tengo la sensación de que mucha gente que nace en familias acaudaladas se siente responsable de ese privilegio. Consideran que son superiores puesto que han nacido en familias “superiores” (primer error, concebir la capacidad adquisitiva como sinónimo de superioridad). Sin embargo, se olvidan de que esa fortuna es fruto totalmente del azar. Quien nace en un ambiente de riqueza no ha hecho ningún mérito para localizar su vida en él. De la misma forma que los habitantes de los países menos desarrollados no son masoquistas que han escogido vivir sumidos en la pobreza. El azar, por tanto, es el causante de las ingentes desigualdades que protagonizan el inicio de nuestras vidas. Por ello, en tanto que carecemos de mérito o demérito respecto al origen de nuestras vidas, debemos reivindicar la igualdad de oportunidades para todos. ¿Por qué una persona nacida en una familia humilde no va a poder tener acceso a la educación? Acabar con la educación pública significa perpetuar este determinismo inicial del azar, hasta convertirlo en un determinismo vitalicio. Significa, pues, restringir la libertad, destrozarla, destruirla. El desmantelamiento de la enseñanza pública consiste en agudizar aún más las injusticias de la vida. Finiquitar la educación pública implica establecer una esencia definida en las personas, imposibilitando que se lleve a cabo un desarrollo autónomo, pues la libertad quedará reducida a aquellos que puedan permitirse el coste económico de la educación.

Asimismo, el desmantelamiento de la educación pública es un gran atentado contra la democracia, ya que esta forma pluralista de educación es una de las máximas expresiones de la misma. La enseñanza pública, del mismo modo que la democracia, abraza la diversidad. Se educa en el pluralismo, en la tolerancia y en el respeto a los otros. Además, la única condición para lograr el acceso en ambas es la condición de ser humano, rehusando, por tanto, el elitismo intelectual, la xenofobia, el racismo, la homofobia, el machismo y cualquier otro tipo de discriminación.

El excelente resultado obtenido por Anato en la Selectivad refleja que la enseñanza pública, además de ser socialmente benefiosa, es eficiente y fructífera. No podemos permitir que se siga recortando en un elemento que es tan fundamental para el desarrollo democrático, social e incluso económico del país. Por ello, debemos seguir reivindicando la importancia de la educación pública. No se nos puede despojar de uno de los derechos más imprescindibles del ser humano, como es el de obtener una educación universal y pluralista, al alcance de todos. Si desaparece la educación pública, desaparece la igualdad de oportunidades.

domingo, 26 de mayo de 2013

Monarquía vs República


Tendemos a asociar (a veces incluso de forma inconsciente) la democracia a la república. De la misma forma que solemos separarla de la monarquía. Sin embargo, aunque raramente resulte errónea esta asociación, no siempre se da. Si entendemos por democracia la participación del pueblo en la organización del gobierno del mismo, debemos comprender que lo importante en un sistema no es su apariencia democrática, sino la participación del pueblo de hecho. Es decir, no podemos dejarnos llevar por la grandilocuencia de los términos con los que se denomina a un sistema, sino que debemos reparar en el desarrollo de las condiciones que estos términos implican. Resulta simple, pero igual de sencillo es incurrir en el error mencionado. Ya denunciaba Joaquín Costa en su ensayo Oligarquía y caciquismo que se tildara de democrático al sistema de la Restauración; y que se alegara que el caciquismo era una consecuencia de esta organización política. Según Costa, la Restauración se sustentaba y se basaba en una serie de artimañanas ilegítimas, como el caciquismo. De democrática no tenía nada. Este aura de democracia que la sobrevolaba no era sino una mera apariencia con la que se pretendía engañar al pueblo. Por tanto, hemos de andarnos con cuidado y, sobre todo, debemos intentar ver más allá del “aspecto físico” que presentan las cosas.

Una vez tenido en cuesta esto, podemos retomar el tema. El origen del liberalismo político data del siglo XVII, en Inglaterra, gracias en gran parte a la sublevación militar que Oliver Cromwell lideró para acabar con los ilimitados poderes del monarca Carlos I. De esta forma, el parlamento, al fin, devino en la institución más importante del país; y Cromwell impulsó la implantación de una república, conocida con el nombre de Protectorado. Sin embargo, pese a la inestimable contribución de Cromwell al liberalismo, su manera de actuar fue totalmente despótica, pues llegó incluso a acumular más poder que el propio Carlos I. Un claro ejemplo es la afición que tenía por disolver parlamentos. Poco después de su muerte (1658), ejerciendo su hijo, Richard Cromwell, la función de Lord Protector, el parlamento decició declarar rey de Inglaterra a Carlos II, en detrimento del descendente directo de Cromwell, que fue, por consiguiente, depuesto. De esta forma se inició una nueva etapa monárquica, la Restauración de los Estuardo, donde el rey, a pesar de que tenía que buscar legitimidad en el parlamento, llegaba a ignorarlo en muchas ocasiones. Carlos III, de hecho, disolvió el parlamento en 1681 y gobernó, prescindiendo de él, los últimos cuatro años de su reinado. Todos estos acontecimientos desembocaron en la Revolución Gloriosa, cuyo éxito suposo el comienzo de una monarquía parlamentaria, que aún perdura en la actualidad. Se curó al sistema de cualquier tipo de tentanción absolutista, restringiendo duramente los poderes del rey; que ya no podría, por ejemplo, ni suspender las leyes, ni crear impuestos.

La  conquista democrática más inmediata que tuvo lugar en Europa tras la Revolución Inglesa, fue la Revolución Francesa. La figura de Napoleón refleja el fracaso a corto plazo, en cuanto al liberalismo político, de esta revolución. Bonaparte protagonizó un Golpe de Estado en 1799 que tenía como objetivo principal que se le nombrara uno de los tres cónsules de la República (instaurada en 1792). Los cónsules asumían el poder supremo de la república, sobre todo el primero, que poseía todo el poder. Napoleón, verosímilmente, fue nombrado primer cónsul; y lanzó una nueva Constitución que reforzaba su grado desmesurado de poder. Era él mismo quien nombraba a los miembros del Senado, quienes, a su vez, designaban a los del Cuerpo Legislativo y el Tribunado. La Primera República Francesa, tuvo su fin en el gobierno despótico y tirano de Bonaporte. De hecho, él mismo fue el encargado de finiquitar este sistema al proclamar el I Imperio Francés en 1804.

En estos dos ejemplos de experiencias republicanas, observamos la inicial proclividad de estos tipos de sistema al despotismo. Resulta realmente paradójica esta tendencia si tenemos en cuenta que los ideales de una república son, en un principio, totalmente opuestos al de cualquier sistema totalitario. La república es, como mucho consideramos, la mayor expresión de la democracia. Sin embargo, en los inicios de su puesta en marcha, suele derivar en sistemas no democráticos. Quizás pueda considerarse que algunos casos de conquista republicana, como el de Estados Unidos, refuta el argumento anteriormente desarrollado. No obstante, cabe considerar que EEUU, con el logro de su independencia en 1776, empezaba su historia desde cero, sin una carga tan pesada del pasado, pues el pueblo estadounidense antes se regía por la monarquía inglesa y, una vez emancipado de esta, iba a poder desarrollarse con menos obstáculos en el camino de la democracia. Volviendo a la argumentación de antes, cabe preguntarse qué características inherentes a la república son las causantes de su insostenibilidad (más bien, insostenibilidad inicial). En primer lugar, puede resultar de vital importancia el origen de la república. Es decir, su legitimidad. No es lo mismo una república instaurada por un golpe de estado protagonizado por veinte generales, que una república impulsada por la mayoría del pueblo, como fue la Revolución Francesa. Parece evidente que resulta elevadamente dificultoso rehuir la violencia a la hora de instaurar una república si el sistema anterior se opone a su instauración. Sin embargo, el mejor ejemplo de origen de una república es aquel en el que el pueblo no la impone violentamente. La Segunda República Española es un caso ejemplar, pues fue proclamada de forma democrática. En contraste con este ejemplo, la Primera República Española fue tan efímera precisamente por esta razón: el pueblo apenas tomó partido en su instauración. De esta manera, los ciudadanos eluden su respobilidad acerca de un sistema al que no se muestran afín y que ni siquiera han respaldado. Esto explica la falta de apoyos que sufrió la primera experiencia republicana de nuestro país.

En segundo lugar, la república es uno de los sistemas que mayor inestabilidad presentan. Esta inestabilidad no es sino un mero reflejo de la diversidad de los ciudadanos, la cual queda recogida en este sistema. Pues, al participar en la vida política, las disidencias cotidianas pasan a ser también disidencias políticas, que tambalean sucesivamente a la república. A esta inestabilidad se le añade la incorporación del pueblo a un sistema totalmente nuevo, que requiere de una adaptación.Y que puede producir frustraciones a los más impacientes y menos involucrados en la política. La república, como gran expresión de la libertad, implica la dificultad y labor que supone asumir la responsabilidad a la que te somete la propia libertad. Por tanto, si se buscan sencillez y resultados celéricos, en un sistema republicano jamás van a encontrarse. Y menos aún en sus inicios, donde el pueblo todavía se está adecuando al nuevo sistema.

Visto lo visto, no resulta descabellado que todas estas consecuencias que acarrea un sistema republicano acaben desembocando en una situación de caos general, tanto en la vida cotidiana, como en la política. Esta insostenibilidad inicial acaba por sentenciar a la república, que es reemplazada por un sistema mucho menos liberal y, por consiguiente, más autoritario, a saber, una monarquía o una dictadura. Basándonos en los casos de Inglaterra, Francia y España, podemos hablar de dos procesos diferentes: una autocracia (por no llamarlo dictadura) de un liberal que quiere propugnar los ideales del liberalismo, lo que es una detestable (¿y necesaria?) contradicción, como los casos de Cromwell y Napoleón; o bien un sistema no liberal, como la Restauración de los Estuardo en Inglaterra, la Restauración Borbónica en Francia (tanto la restauración inglesa como la francesa suceden a las fallidas autocracias), y la dictadura de Franco en España. Tras estos períodos, apreciamos que vuelven aparecer sistemas liberales: la Revolución Gloriosa, La Segunda República Francesa y la actual monarquía parlamentaria española. Por tanto, podemos considerar que durante estas etapas de no-liberalismo, que suceden a una etapa de enorme  liberalismo, se desarrolla una madurez y concienciación política en el pueblo. Y que, sobre todo en las restauraciones francesas e inglesas, los nuevos sistemas, aunque no son liberales, no son tan reticentes al liberalismo como los sistemas que preceden a las etapas liberales que les preceden a ellos.

Por tanto, retomando la cuestión inicial, ¿qué sistema es más democrático, una monarquía o una república? El resultado final de una república consolidada es, innegablemente, democrático. Sólo cabe observar repúblicas actuales, como la alemana o la francesa. Sin embargo, ¿puede una república establecerse únicamente mediante la democracia? Es decir, ¿puede irrumpir por primera vez en escena y consagrarse un sistema republicano sin tener ningún tipo de contacto y flirteos con sistemas no democráticos? Negándole esta democracia total al republicanismo, ¿puede entonces la monarquía llegar a erigirse en un sistema más democrático que el republicano? 

sábado, 25 de mayo de 2013

MONSTRUOS



En estos momentos escribo con el corazón. Os aseguro que no estoy pensando ni qué pongo ni qué voy a poner. Sólo me importa transmitir lo que llevo dentro de mí, consciente o no de ello. Disfruto de todo, me gusta la vida, creo que hemos nacido para vivir bien, felices y superando todos los obstáculos que se nos van colocando en este trayecto tan sinuoso. ¿Qué es la vida? Qué pregunta tan fabulosa. Qué cuestión tan común. Y, sin embargo, qué realmente compleja de contestar es. Todo es vida, y vida es todo. Pero, ¿qué es todo? ¿Qué existe y qué  no existe? ¿Qué es aquello que me impulsa a realizar una acción, a actuar de una forma u otra? ¿Por qué somos  racionales y a la vez tan irracionales? ¿Cuál es nuestra aportación a este mundo? Estamos sujetos a unas leyes que no controlamos en absoluto. El día que la diosa naturaleza decida echarnos de su terreno, no nos quedará ninguna otra opción. ¿Qué se creen, que aquí el único con derecho a despedir y prescindir de la gente es el señor gobierno español? Por supuesto que no. ¡Qué ilusos pueden llegar a ser algunos! Somos seres insignificantes, que no vamos a cambiar el devenir del Universo, ni mucho menos lograr que éste se amolde a nosotros. No somos NADA. Por esta razón, odio la soberbia, detesto la gente con aires de superioridad. ¿Qué es la persona más rica sino un ser igualmente vulnerable frente a la naturaleza que yo? ¿Por qué abunda, pues, la altivez? Damos asco. Sin cooperación, no vamos a progresar en la vida. Necesitamos de los demás, somos seres sociales, que dependemos del funcionamiento de la humanidad concebida como un colectivo. Resulta insultante y denigrante la política que se está llevando a cabo para paliar la crisis. Egoísmo, egoísmo y más egoísmo. Los ricos, más ricos; la clase media y los menos afortunados económicamente, que se vayan a freír espárragos. Sólo importa que la élite perpetúe su situación. ¿Qué pueden llegar a ser algunos sino monstruos que intentan acabar con su propia especie? El ser humano me avergüenza con demasiada frecuencia.

lunes, 29 de abril de 2013

La voz del pueblo




Los españoles nos sentimos desde hace mucho tiempo desorientados, desamparados, apenados e incluso timados por la alarmante situación en la que se encuentra el país: 6.2 millones de desempleados, más del 50% de la juventud sin trabajo, proliferación de corruptelas, deshaucios, pobreza… No obstante, a pesar de la desesperanza generalizada, existe una figura social que consigue unirnos a la mayoría de ciudadanos, logrando que nos identifiquemos con él cada domingo que sale en escena denunciando todas aquellas injusticias que tanto nos afectan a los españoles. Me refiero, efectivamente, a Jordi Évole.

La labor social que está llevando a cabo Évole durante esta interminable recesión económica es  inestimable. Quien no hace mucho era conocido jocosamente como el Follonero, se ha erigido en el más fiel representante de la ciudadanía española. Así lo constata la audiencia que cosecha cada domingo su programa, Salvados, llegando a sobrepasar los tres millones de espectadores con bastante asiduidad, y teniendo una tirada enorme entre los jóvenes. El programa de la Sexta suele convertirse en trending topic durante el momento de su emisión, por lo que Twitter arde todas las noches del domingo, atestado de comentarios que comparten con indignación las denuncias de Jordi Évole.

La imagen que ofrece el periodista catalán llena el gran vacío que ha dejado en la sociedad la degradación de la política del país. Frente a la sinvergonzonería, hipocresía, inmoralidad y pasividad que caracterizan a nuestros actuales políticos, Évole presenta una imagen honesta, incisiva, cautivadora y, sobre todo, comprometida con la ciudadanía. Cada programa de Salvados consiste en una intensiva búsqueda de la verdad, con la que pretende señalarnos las flaquezas de nuestra democracia, con el fin de que mantengamos los ojos abiertos y nos concienciemos de los problemas que nos rodean. Puesto que el funcionamiento de una buena democracia necesita de la participación de los ciudadanos. Y, para que esta aportación sea fructífera y beneficiosa, la ciudadanía debe tener un conocimiento nítido de la realidad. Como los políticos se las ingenian para ocultárnosla, nos vemos obligados, pues, a aferrarnos a Évole y a su Salvados como método de supervivencia.

Este aluvión incesante de reconocimientos y alabanzas hacia Évole coincide con una situación histórica en la que los personajes más representativos de la sociedad española carecen de carisma y de admiración pública. Rajoy y Rubalcaba, líderes de los dos partidos más importantes del país, no transmiten al pueblo ninguna imagen de esperanza o cercanía, sino más bien de obsolescencia y rechazo. Y qué decir de la monarquía… Difílmente vaya a poder ésta recuperar el prestigio que obtuvo durante La Transición si el rey continúa empeñándose en no abdicar. Por el contrario, Jordi Évole nos resulta familiar. Nos identificamos con él, puesto que comparte nuestros intereses y, asimismo, lucha denodadamente por ellos. Lo concebimos como uno de los nuestros. Sólo basta con observar cómo se anticipa a nosotros en sus entrevistas, formulando siempre esa pregunta incómoda y descarada que resulta tan antipática para el entrevistado y que, sin embargo, tanto anhelamos los ciudadanos. Esa sensación de complacencia no tiene precio.

Salvados es, por tanto, una de las pocas satisfacciones de las que puede disfrutar hoy en día la ciudadanía. Es una muestra del esfuerzo que se necesita para renovar una democracia que flojea demasiado. Un ejemplo flagrante de compromismo social y de empatía con el débil. Salvados es la voz clamorosa del pueblo.

jueves, 28 de marzo de 2013

Relato: "Víctima de la corrupción"


Querido padre:

No quiero ser cruel. Te aseguro que no hay ningún tipo de maldad oculta en las líneas que voy a intentar escribir. Pero he sufrido mucho. Y necesito exteriorizar todo lo que llevo guardando meses y meses en mi interior. Mi vida se ha convertido en un auténtico calvario desde que, al inicio del año, los medios de comunicación más importantes del país comenzaran a involucrarte en diferentes tramas de corrupción. Semana tras semana, han sacado a la luz numerosas noticias sobre tu relación con vergonzosas corruptelas. No puedes imaginarte cuánto ha cambiado mi vida desde entonces. Más bien, cuán compleja ha devenido. Mi corazón se acelera y se encoge al mismo tiempo cada mañana, cuando me toca pasar, inevitablemente, por delante del quiosco contiguo a mi instituto. No soporto el excesivo protagonismo que te confieren las portadas de los periódicos. Y, aunque intento desviar mi mirada de dichas portadas, me resulta imposible no reparar en los datos y la información que publican acerca de ti. Entre las hazañas que te atribuyen, destacan: haber recibido, de forma gratuita, todo tipo de prendas de vestir; haber participado en la compra de votos en diferentes elecciones municipales; y, por último (la más épica), tener más de treinta millones de euros en una cuenta en un banco de Suiza.

¿Qué puedo hacer papá? He creído en tu inocencia desde el principio, ya que me has repetido hasta la saciedad que no tienes nada que ver con esta retahíla de actos ilegales. Según tu opinión, se trata de una estrategia con la que algunos medios pretenden desestabilizar el partido en el que militas. No me extrañaría que la finalidad de todo este revuelo fuera tan simple y nimia, pues no sería la primera vez que sucede esto en el país. No obstante, conforme van consumiéndose los meses, las diatribas contra ti no hacen sino aumentar. Lo peor, papá, es que la base en la que se sustentan los argumentos de estas diatribas es bastante fehaciente. Pues hasta tu propio partido se ha visto forzado a confirmar parte de las “machadas” fiscales que pareces haber protagonizado. De esta forma, los datos publicados en los medios sobre ti, han sido dotados, finalmente, de total veracidad.

A pesar de todos estos acontecimientos, que conducen, como mínimo, al escepticismo, sigues insistiéndome en que crea en tu inocencia. Me juras y perjuras que jamás podrías ser lo suficientemente sinvergüenza como para realizar tales desfachateces. ¡Qué gran dilema el mío! ¿Qué hacer, creer a toda una sociedad o fiarse de las sinceras palabras de mi padre, la persona que me ha educado y me ha enseñado todo lo que soy?

Con el fin de esclarecer este dilema, me afano en conocer la verdad, en emprender un viaje que me lleve a su encuentro. Sin embargo, este viaje está resultándome bastante fatigoso y pesado. La verdad se está haciendo de rogar (es bastante coqueta ella) y se resiste a ser conocida. Mientras se dilata la incertidumbre, dedico mi tiempo a plantearme nuevas cuestiones: ¿de verdad quiero saber la verdad? Mi instinto me induce a ello, pero, ¿quiere mi parte racional obtener tal conocimiento? No sé por qué narices me empecino en llevar a cabo esta insondable búsqueda. Además, no estoy seguro de los beneficios que extraería yo de este conocimiento. Ya que, en caso de corroborar tu culpabilidad, ¿cómo reaccionaría? ¿Qué reacción considerarías normal? Porque, vaya, creo que la vida no nos tiene acostumbrados a decepciones de tan alta magnitud. Así que no comprendo por qué razón el ser humano se empeña en buscar la verdad en ocasiones en las que únicamente puede acarrear desgracias. Quizás, esta necesidad se deba a que el conocimiento de la verdad nos proporciona seguridad. Y, en esta vida,
para avanzar, es fundamental dar pasos cargados de firmeza y seguridad. Aunque no sé. Conozco a multitud de ignorantes que, aunque se muestren negligentes frente a preocupaciones de este tipo, viven la mar de felices, sin la necesidad de avanzar. ¿Y cuál es nuestro principal objetivo en la vida sino el de alcanzar la felicidad? Tampoco me llega a convencer. Puesto que, si todos fuéramos ignorantes voluntarios, ávidos, únicamente, de nuestra propia felicidad, el mundo se movería de forma caótica y la generalización de la ignorancia impediría el progreso. Por tanto, creo que prefiero decantarme por convivir con la crudeza de la verdad (o de la realidad, lo mismo da), por muchos problemas que pueda depararme.

El otro día, me conmovió (y de qué manera) una imagen en la televisión. Lance Amstrong, que era flamante vencedor de siete Tours, reconoció haber logrado estos campeonatos gracias a diferentes sustancias ilegales que se inoculaba. Afirmó que se había dopado. Como consecuencia, ha sido despojado de los siete Tours que “ganó” (me da vergüenza utilizar este término si no lo remarco entre comillas). Esta declaración ha tenido lugar ocho años después de que ganara su último campeonato. Lo que significa que se ha pasado los mismos años defendiendo con toda energía y convicción su falsa inocencia. ¿Cómo se puede ser tan caradura? ¿Cómo puedo estar yo seguro de que tú no estás siguiendo los pasos de Amstrong? El momento más estremecedor de la declaración de Amstrong fue cuando el exciclista contó, con una voz temblorosa, cuán duro fue instar a su hijo a que dejara de defenderle. Hacerle ver que aquellos que atacaban a su padre, lo hacían con razón. Automáticamente, lo extrapolo a mi situación. En realidad, no sé qué prefiero ser: si el hijo engañado, pero que tiene plena confianza en su padre; o el hijo que ha descubierto la verdad, y cuya concepción acerca de su progenitor jamás volverá a ser la misma. Ser ignorante o conocedor de la cruda realidad, esa es la cuestión. Lo que está claro es que ser tramposo o corrupto (valga la redundancia) implica mentir incluso a tus más allegados. Debe de ser, por tanto, de suma y vital importancia el fin de todos estos actos ilegales que, de ser descubiertos, te destrozan por completo tu vida y gran parte de tus relaciones personales. Sin embargo, por más que lo intente, me cuesta elucubrar sobre cualquier tipo de cosa en esta vida cuya obtención justifique un esfuerzo que puede acarrear consecuencias tan perniciosas.

A medida que voy avanzando en mi escrito, me invaden el escepticismo y la desconfianza. Ahora, en este instante, no te creo. No creo en tu inocencia. Quizás, dentro de unos minutos, vuelva a cambiar de idea. Pero la cuestión es que, en este momento, considero que has participado en la monotemática trama de corrupción. Hay demasiadas cosas que no casan. En primer lugar, no entiendo por qué razón voy a rechazar la información que transmiten diversos periódicos, dado que se trata de una información objetiva y constatada. En segundo lugar, cuando analizo nuestras experiencias vitales como familia, aparecen nuevos hechos que no soy capaz de entrelazar. ¿Cómo puede ser que hayamos gozado siempre de una vida tan lujosa? Mamá y tú sois funcionarios, pues, aunque no suela denominarse así a los políticos, tu sueldo también procede de las arcas públicas. Vuestros salarios, aunque buenos, no eran ni mucho menos estratosféricos. Tampoco los abuelos dejaron una gran herencia. Por tanto, es incomprensible cómo hemos dispuesto, desde que tengo memoria, de todo tipo de lujos: un mercedes, alojamientos en hoteles de cinco estrellas, chófer, tres casas y, por supuesto, el súper yate.

Cuando pienso en el verano, me viene a la cabeza, automáticamente, la imagen del yate. Rememoro las incontables anécdotas que hemos vivido en la costa levantina, más concretamente, en Altea, donde hemos veraneado desde que nací. Es una lástima que a mamá le maree ir en barco, cuántas aventuras se ha perdido… Cada mañana, cuando estoy de camino al instituto, me imagino que es verano. Zarpamos de Altea, en el yate, con dirección desconocida para mí, pues eres tú, el capitán del barco, quien escoges un destino nuevo con el que aderezar de entusiasmo y emoción nuestras travesías por el Mediterráneo. Desde el instante en que embarcamos, nuestro pequeño navío y yo pasamos a depender totalmente de ti, capitán. Eres tú quien nos conduce por el mar. ¡Y con qué gran destreza lo haces! El tamaño de las olas queda reducido por tu gran arte a la hora de manejar el timón. Inspiras tanta seguridad que, aunque viéndome solo, rodeado por mar y sin poder vislumbrar nada más allá, ni un ápice de nerviosismo o intranquilidad consiguen infundirme las interminables aguas del desconocido lugar.

No te limitas a ejercer de capitán cuando navegamos, sino que lo eres, junto a mamá, en todos los ámbitos de mi vida. Vosotros dos sois las personas que me habéis guiado y conducido siempre por el buen camino. En la infancia y en la adolescencia, la figura de los padres es tan fundamental… Nos aferramos totalmente a vosotros. Sois imprescindibles para nuestra supervivencia, tanto física como psicológica. Os erigís en nuestra mayor referencia. Sin vosotros, nos sentimos desorientados. Es evidente que es una época en la que nos asimos a figuras que tomamos como ejemplo, por ello, es frecuente que abunden las idolatrías a cantantes, futbolistas, actores, actrices… Necesitamos basarnos en diferentes ejemplos para comenzar a forjarnos como personas. Emulamos los comportamientos de los personajes que mejor representan los valores y gustos que desearíamos engendrar.

¿Y por qué corromperse? Esta es la cuestión que acapara mayor protagonismo entre mis reflexiones. Me esfuerzo por comprender qué te pudo llevar a cometer tales atrocidades fiscales y, sobre todo, morales. En primer lugar, ¿qué necesidad tenías de enriquecerte si con vuestros salarios nos daba para llevar una vida suficientemente cómoda? Y, en segundo lugar, ¿cómo se te puede ocurrir obtener el dinero de una forma tan ilegítima?

A raíz de los sucesos que han ido acaeciendo, mi vida ha dado un vuelco. Tu más que probable implicación en aborrecibles tramas de corrupción ha cambiado mi forma de vivir hasta límites inimaginables. He perdido toda la confianza en ti. Mi vida se ha desmoronado por completo. La figura del capitán que me guiaba en mi aventura vital  ha ido diluyéndose paulatinamente, hasta quedarse en nada. Como consecuencia, he tenido que hacerme yo con el timón y emprender, solo,  mi propia travesía. Creo que, por esta razón, soy más maduro que la gente normal de mi edad. Con dieciséis años, me he visto forzado a desarrollar una autonomía prematura. Debo hacer frente, sumido en la más grande de las soledades, a las gigantescas olas con las que me ataca la vida. A veces logran tambalearme, sin embargo, voy acostumbrándome a lidiar con ellas. Ahora dudo de todo. No sé qué soy, ni qué he sido, ni qué seré. ¿Están también contaminados los principios y valores que he aprendido de ti? ¿He sido, por lo tanto, un caradura a lo largo de mi vida? ¿Cómo puedo avanzar ahora? Y mi madre, ¿cómo no iba a conocer lo que te llevabas entre manos? Ahora que me toca pensar por mí mismo, me doy cuenta de lo agotador que es. Todo son dudas, cuestiones, pensamientos… Y, sin embargo, ¡cuánto cuesta obtener conclusiones claras! En este momento, que he experimentado (con demasiada intensidad) lo que significa pensar de verdad, entiendo, en parte, a las personas que abogan por llevar una vida feliz y despreocupada. Aquellas personas que conciben la ignorancia como una evasión de la dureza de la realidad. Sin embargo, aunque parezca extraño, me noto mucho más realizado ahora que cuando otros pensabais por mí. Prefiero estar en contacto con los problemas de la vida que evitarlos. Ya que, tarde o temprano, tendremos que enfrentarnos, inexorablemente, a ellos. Además, le estoy cogiendo gustillo a esto de pensar. Las dudas son un puro reflejo de la inestabilidad del mundo y de nuestras experiencias en él. Nos recuerdan constantemente que somos nosotros quienes manejamos el timón y que, por lo tanto, somos los responsables de escribir nuestro presente y nuestro futuro; manteniéndonos, así, con los ojos abiertos, con el fin de impedir que un despiste posibilite el ataque de nuevas olas.

La vida es demasiado corta e imprevisible como para supeditar la satisfacción y felicidad de nuestra existencia a factores ajenos a nosotros, ante los cuales nada podemos hacer. Por esta razón, no puedo permitir que tus fraudulentos actos acaben amargando mi vida. No me lo merezco, pues yo no he sido partícipe de ellos. Sin embargo, no es menos cierto que algunos factores, como el bienestar familiar, son imprescindibles para poder gozar de una vida plenamente satisfactoria. Por tanto, es normal que todo esto me afecte tanto. Por muy autónomo que sea, echo en falta la estabilidad familiar, cuya ausencia ralentiza y dificulta los pasos de mi vida. Así que debo intentar establecer un nuevo orden de prioridades y objetivos vitales que me permita avanzar de una vez por todas, puesto que llevo demasiado tiempo estancado. Este conjunto de decisiones quizá implique separarme de ti durante un período de tiempo indefinido; o quién sabe, a lo mejor logra que me retracte y que, por consiguiente, me decante por respaldarte si observo que te arrepientes por completo de lo que has hecho. Aunque claro, tampoco podemos concebir el arrepentimiento como  redención de la culpabilidad. Así que difícilmente puedes merecerte no ingresar en prisión.

Acabo ya mi escrito. Como podrás apreciar, he desarrollado diferentes reflexiones durante estas cuatro horas que llevo de forma consecutiva delante del papel. Sin embargo, en el transcurso de este escrito apenas se han disipado las dudas que tengo acerca de ti, de mí, y de nuestra relación padre-hijo. He logrado simplemente esclarecerlas, sin conseguir ni mucho menos hacerlas desaparecer. Ahora mismo, en este momento de mi vida, lo único que tengo claro es que cambiaría todo el dinero y todos los lujos de los que hemos gozado, por tu dignidad como persona. Esto es todo.

César Fuster