"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

jueves, 29 de diciembre de 2022

Mis 10 libros de 2022

 -Los días perfectos, Jacobo Bergareche.

-Los cachorros, Vargas Llosa.

-Oh, William, Elizabet Strout.

-La promesa, Damon Galgut.

-A marriage portrait, Maggie O'Farrell.

-Facendera, Óscar García Sierra.

-Nubosidad variable, Carmen Martín Gaite. 

-Nada, Carmen Laforet.

-Mala índole, Javier Marías. 

-Mi vida querida, Alice Munro. 

Mis 10 películas favoritas de 2022

 (Pelis vistas por primera vez este año)

-West Side Story, Spielberg.

-Licorice Pizza, P.T. Anderson.

-Los abrazos rotos, Almodóvar.

-Tener y no tener, Hawks.

-La doncella, Park Chan-wook.

-Alcarràs, Clara Simón.

-Aftersun, Charlotte Wells. 

-Deseando amar, Wong Kar-Wai.

-Atraco a las 3, José María Forqué.

-The Rider, Chloé Zhao.


martes, 20 de diciembre de 2022

Mayonesa

Jacinta rebufa arrellenada en el sillón del salón. Sale bilis de su boca al comprobar que Raimunda ha cogido sus llaves y ha cerrado la puerta de casa con ellas. Después de desgranar lentamente todas las maldiciones habidas y por haber, decide resignarse y envía su cabeza a ponderar otros asuntos. 

El vídeo de despedida. Es un momento propicio para volver a él y añadir las modificaciones debidas. Jacinta tiene claro desde hace años que ella no quiere un funeral al uso. No quiere misa -sólo pensar en la voz del cura en cuestión penetrando su indefenso féretro le pone de mala leche- y tampoco quiere un funeral civil ordinario. Como buena cinéfila, quiere asegurarse de que su despedida sea contada desde un ángulo idóneo y con un encuadre que le saque partida a su figura. No importa lo cadavérica que pueda llegar a estar, es su cuerpo y con él quiere incrustarse en la memoria de los seres que le importan. Además, quiere ser protagonista que para algo será su funeral. Jacinta es muy posesiva en todo lo concerniente a los trámites post mortem. Está harta de asistir a funerales donde cada asistente se estruja los sesos para pensar, y después comunicar a la familia, memorias en las que el muerto compartió su tiempo con ellos, como si ese tiempo en el que los asistentes (a cuál más irrelevante) consiguieron inmiscuirse en la vida del muerto bastara para explicar la importancia y trascendencia de quien ya no está entre nosotros. “¡Iros a pastar!”, grita Jacinta a los hipotéticos asistentes de ese funeral no planificado por ella. “A hablar de vuestro libro a vuestra puta casa, que ahora es mi momento. Mi momento. Si la muerte ni siquiera garantiza el protagonismo exclusivo de uno durante los minutos de su funeral, ¿qué podemos esperar ya? Anda, iros a freír espárragos, pedazos de moñas”. Jacinta se indigna pensando en ese hipotético funeral al uso, aunque sabe que el suyo nunca ocurrirá en esos términos porque para eso lleva años entregada al cometido de diseñar todos sus pormenores.

Ella quiere estar presente el día de su funeral a través de un vídeo.  El inicio de la despedida lo tiene claro, no lo ha cambiado desde el primer ensayo, que se remonta a más de veinte años atrás. “Miradme, queridos, sí, aquí estoy, levitando entre vosotros. Rompiendo las barreras del espacio y del tiempo. Por un lado, procedo del pasado, ya que no estoy ya entre vosotros y, sin embargo, aquí estoy. Por otro lado, provengo del futuro, pues este vídeo está siendo reproducido en un espacio temporal posterior al momento en que fue grabado. Os hablo así, compuesta de pasado y de futuro, omnipresente, sin necesidad de recurrir a un Dios que exhiba las características sobrenaturales que yo encarno en este instante. Observadme -y levanta los brazos y los coloca en forma de cruz-, ¿qué tengo que envidiar yo al hijo de Dios?”.

Después de darle muchas vueltas a cómo seguir, al final se ha decidido a dejar la broma que se le vino a la cabeza hace veinte años al pensar por primera vez en este vídeo. Aún sigue sin tener claro si el efecto de ésta será o no anticlimático, pero ¿qué le importa el clima a un muerto? “Ahora que hablo del hijo de Dios, quiero confesar, Padre, que la primera vez que me masturbé fue en los baños del Prado pensando en el Jesucristo crucificado de Velázquez. Los abdominales marcados, la sangre deslizándose suavemente por su bello torso y, especialmente, esos paños menores, menorísimos, que, en lugar de tapar sus partes, invitan a uno a imaginarlas, todos esos factores en conjunto catapultan -y siguen catapultando- la libido de cualquier joven. Eso es indiscutible. Y eso es lo que me sucedió a mí”.

En el vídeo aparece ataviada con un vestido rojo con escote pronunciado que le regaló Isidoro en el viaje de novios. Le queda largo y demasiado ceñido, pero no le importa. Respeto sepulcral a su Isidoro. Enumera las personas que han poblado su vida, bien sea para bien o para mal, y dedica cosa de un minuto a dirigirse a cada una de ellas. Al Seta, uno de sus primeros líos, le agradece los truquitos que le enseñó y le recrimina que tuviera tan corta la paciencia y tan larga la indecencia. Ni siquiera un adiós de despedida, hay que ser jo puta. Al Xexu, otro de sus líos, le pide que le devuelva a Raimunda las pesetas que le debía a ella. Engañarme y sajarme al mismo tiempo, menudo sinvergüenza estabas hecho, Xexito. Se dirige a Ramona, su peluquera durante más de treinta años, y le agradece toda la cháchara que le ha dado y el arsenal de chismes con los que la ha provisto. Sin ti, me habría quedado fuera de lugar en el barrio. A Silvia, la amiga de Raimunda, le dice que ha disfrutado mucho dándole cariño y cuidándola cuando era pequeña. Cuando te quedabas a dormir, era como una fiesta para mí, me encantaba montaros la tienda de campaña a Raimunda y a ti en el salón. También me emocionaba mucho ver la cara de ilusión que se te ponía cuando veías que había comprado tus galletas favoritas para desayunar. Hija, no dejes de cuidar nunca a Raimun, por favor te lo pido. Al carnicero del barrio le suelta que a ver si deja de tener la mano tan suelta, que si no acabará cortándose un día con el cuchillo. O le cortarán otras esas manazas.

Jacinta va eliminando y añadiendo a gente en cada ensayo del vídeo, así como va modificando lo que dice de aquellos que aparecen de continuo. Dolores es la única que ha tenido acceso a cada uno de los vídeos que ha grabado, eso sí, sin llegar nunca a ver qué dice su hermana sobre ella. “No quiero que te relajes demasiado conmigo si escuchas las cosas bonitas que te digo”. Además, Jacinta esgrime su vídeo final como un arma amenazadora contra Dolores. “O te portas bien o te borro del vídeo”, le ha dicho en más de una ocasión. No tiene piedad.

Entre los asuntos que ha dejado zanjados Jacinta, se encuentra el alquiler del cine Doré tres días después de su fallecimiento. Quiere que sea ahí, en la filmoteca nacional, donde se proyecte el culmen de su obra cinematográfica. Lo de los tres días lo ha decidido para que así dé tiempo a que se trasladen a Madrid aquellos que no viven en la capital.

Otro aspecto de la última versión del vídeo a destacar es su final, en el que ruega a Dolores y a Jacinta que, por favor, la trituren. “Sólo faltaba, abandonar mi cuerpo en la intemperie sin poder habitarlo yo. Nanay. A mí trituradita de pe a pa. Seguro que sepo, sabo o sé (como se diga) mejor. Os pido, además, que peséis mis cenizas. Que yo sé lo que peso viva (68 kilos), pero no sé lo que pesaré muerta. Para pesarme muerta, no pongáis en la báscula las cenizas dentro de la urna. Quiero que me peséis sin la urna. Al natural. Mi último topless. Lo de pesarme muerta no es un asunto baladí. Quiero que lo hagáis porque mi deseo es asignar distintos porcentajes a mis cenizas y otorgarle un fin a cada porcentaje. Os cuento. Quiero que el 10% de mis cenizas sean esparcidas sobre la tumba de Luis Aragonés, mi gran referente colchonero. Luego, 20% de ellas deseo que sean depositadas sobre la tumba de Alain Delon, gata y parda a la vez me ha puesto siempre ese hombre. Otro 20% quiero que lo derraméis sobre la tumba de Paul Newman, a ver si así puedo darle yo el golpe final, jeje. Y ya, por último, el 50% restante sobre la tumba de Cary Grant. Que sí, que no soy ajena a los rumores sobre su homosexualidad, pero es que me dan absolutamente igual. Bebo los vientos por Cary desde pequeñita y con Cary quiero descansar hasta la eternidad. Me gustaría aclarar que el uso destinado a mis cenizas no colisiona para nada con mi amor hacia Isidoro, ni supone un feo para él. No sé, ya que no pudimos probar con nadie más durante nuestro matrimonio, me parece bien aprovechar ahora mi tiempo como muerta y acercarme a otros hombres que he encontrado siempre altamente atractivos. Otra cosa es si resulta moralmente correcto que invada el espacio de Luis, Alain, Paul y Cary sin su consentimiento expreso. Pero de verdad que no quiero acostarme con ellos, únicamente busco yacer junto a ellos. A Cary lo único que anhelo es cantarle hasta el fin de los días ‘todo te lo puedo dar, menos el amor, baby’.

Y por los gastos de ir a Estados Unidos, no os preocupéis, que los cubro de sobra con lo que os dejo en la herencia, mis chicas. De verdad, no preocuparos. Os quiero, leñe. Dolores, no te olvides de batirme bien, que ya sabes la canción esa que tanto nos gusta bailar en la Gozadera”. Jacinta se arranca y empieza a cantar a grito pelado:

“Ma-yo-ne-sa ella me bate como haciendo mayonesa

Todo lo que había tomado se me subió pronto a la cabeza

Ma-yo-ne-sa ella me bate como haciendo mayonesa

No sé ni cómo me llamo ni dónde vivo (ni dónde vivo) ni me interesa.

Y haciendo palmas y arriba y arriba

Es el coro que arranca que dice que dice

Bate que bate eeee el chocolate eeee

Bate que bate

Bate que bate que bate el chocolate.”

 

Deja de cantar y cierra el vídeo con un último grito: “¡Os quiero, mis niñas!”.

viernes, 16 de diciembre de 2022

Sabandija

Jacinta se encuentra mal y Raimunda le obliga a quedarse en casa, a pesar de que es domingo y de que ello supone perderse la visita rutinaria a la tumba de Isidoro.

-Mamá, no seas cabezota, por dios. Hoy te quedas en casa. Pero si es que, mírate, si apenas puedes levantarte del sillón.

-Joder con las hijas que inhabilitan a sus madres. ¿No tendré yo edad para decidir libremente sobre mi salud? Quiero ir a ver a tu padre. No he faltado ningún domingo y este no va a ser una excepción. Me encuentro fresca como una rosa.

-Si es como la rosa más marchita del campo, sí, ahí te doy la razón. Tu apariencia no puede ser más preocupante. Se te ve pachucha. No seas tozuda y siéntate. Mamá, ¡siéntate! -enfatiza Raimunda cuando ve que Jacinta, para desafiarla, levanta ligeramente su trasero del sillón.

-¿Y yo qué voy a hacer con todas las canciones que le tenía que cantar hoy a papá si me mantienes confinada en casa? ¿Adónde van a ir a parar todas las palabras que llevo escribiendo en mi cabeza durante la semana? ¿Y las melodías que he creado para acompañarlas? No irás a privar a tu pobre padre, pachucho él de verdad ahí rodeado de muertos tediosos, de mi ingenio y mi dulzura, ¿no? No osarás…

-Qué razón tiene tía Dolores cuando te llama chantajista emocional. Hoy te estás luciendo de verdad. O sea, es que de verdad que no sé qué decir ante tanto despropósito -hace una pausa-. Bueno, sí, creo que lo sé. O me obedeces a mí o llamo a tía Dolores para que sea ella la que te dé la murga. Sabes perfectamente que, si la llamo, la tienes aquí en menos de un minuto con su maletín de aspirante a enfermera y sus altas dosis de hipocondría.

-¡Ni se te ocurra! -ahora Jacinta levanta el culo del sillón no como desafío a su hija, sino de manera natural, con un respingo que condensa a la perfección el miedo que le produce la imagen que le está pintando Raimunda-. Como llames a tu tía, te desheredo, traidora. Que eres una traidora. Cuántos años cuesta de criar una hija para que luego le falte tiempo para pegarte la puñalada trasera. Brutus. Que eres una Brutus. Brutus Raimunda. Arráncame los laureles -se señala la sien-, ven, arráncamelos y culmina así la conquista de mi territorio, despójame de lo poco que resta de mi libertad.

-Qué pena que el mundo del teatro se haya perdido tu sutileza shakesperiana.   

Jacinta observa la luz que procede de un móvil que Raimunda ha colocado sobre la cómoda del salón. El móvil empieza a emitir pitidos. Pi-pi-pi-pi-pi. De repente, los pitidos se ven interrumpidos por una voz familiar que inunda el salón.

-Ay, Raimunda, cariño, ¡buenos días! ¿Qué necesitas, cielo?

Jacinta, al comprender lo que está sucediendo, se levanta rápidamente del sofá dirección a la cómoda. Se planta delante de la pantalla y con el dedo índice de su mano derecha empieza a lanzarle golpes. Sus manos le tiemblan por los nervios y no logran atinar al botón rojo. Se sigue oyendo de fondo la voz de su hermana. “¿Qué pasa, Raimun? ¿Puedes responderme, por favor? Me estoy empezando a preocupar”. La preocupación que trasluce la voz de su hermana intensifica los nervios que siente Jacinta, que se manifiestan a través de gruñidos descompasados. Después de varios intentos, por fin consigue darle al botón de colgar. Se gira a Raimunda con una mueca de enfado que cubre todo su rostro y que anticipa la tempestad.

 -¡Desagradecida! ¡Mala víbora! ¡Mal bicho! ¡Mala pécora! ¡Rata traidora! ¡Sabandija! Esta no te la voy a perdonar como que me llamo Jacinta Trujillo Arboleda. Por encima de mi cadáver vuelves a intentar chantajearme de esta manera. Nunca más, Raimunda. Nunca más.

Haber esperado la reacción de su madre no reduce en absoluto el miedo que todavía le produce a Raimunda ser receptora de estos arrebatos de ira. Se rehace rápidamente para que su madre no aprecie el poder que sigue ejerciendo sobre ella. Se ajusta el pañuelo negro en la cabeza y le dice:

-Bueno, llámame lo que quieras, ¿qué no me habrás llamado ya a estas alturas de la vida? Pero entiendo que, vista la preocupación injustificada de tu hermana por una llamada en la que no la he informado de nada, te puedes imaginar perfectamente cómo reaccionará cuando le pase el parte de cómo de mal estás esta semana. Así que, ya sabes, insúltame todo lo que quieras, pero yo me marcho al cementerio y tú te quedas aquí. Le daré besos a papá de tu parte, eso tenlo por seguro.

Y sin dar opción a que su madre le dé la réplica, Raimunda abre la puerta de casa y se va. Jacinta, resignada, vuelve a acomodarse en el sillón y musita para sí misma: “Si es que lo peor es que es igual a mí”. 

miércoles, 14 de diciembre de 2022

Instaraimun

Raimunda me ha llamado por teléfono para quejarse de que últimamente la tengo abandonada en Instragram. Me estoy centrando demasiado en otros personajes y tiene miedo de convertirse en un personaje secundario. Yo, sorprendido con su comentario, le he dicho que compruebe mi blog, que ahí sale siempre. Pero no, ella quiere Instagram. “Si tu blog ese no lo lee ni el tato”, me ha dicho con la delicadeza que le caracteriza. Para tranquilizarla, le he comentado que algunos de mis amigos y familiares que me siguen en Insta me preguntan por ella. “¿Qué se cuenta la Raimun?”, me han llegado a preguntar nada más verme. Parece ser que le hace ilusión escuchar eso de mi boca. Le cambia enseguida el tono de voz y noto, a pesar de que no puedo verla, que se ha ruborizado. Si es que es vanidosa, bien que lo sé yo.

Ha aprovechado la llamada para recriminarme otras cosas. Me ha dicho que no remarco lo suficiente que a ella también le gustan las tías. Yo le he contestado que tenga paciencia y que, además, no quiero convertirla en una mera cuota. “¿Cuota?, pero serás cenizo, César. Se llama representación de la diversidad y sirve para reparar muchos siglos de silencio”. Después de esa primera tirada de orejas, me ha dicho que no era necesario que fuera tan explícito narrando cómo perdió la virginidad en el Calderón. “Podrías respetar un poco más mi intimidad, ¿no? Una cosa es que vayan a saber sobre mi vida, otra cosa es que no dejes nada para mí”. Me ha sugerido, además, que cuente su episodio con el Cholo, que ese sí hará gracia a mis followers.

Yo le he dicho que tampoco se venga arriba con tanta exigencia. Que, al fin y al cabo, es un personaje de ficción y no tiene reconocido ningún derecho. Como era de esperar, se ha mosqueado conmigo y me ha colgado. A ver ahora cómo hago para reconciliarme con ella.