"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

lunes, 31 de marzo de 2014

La necesaria responsabilidad histórica


Al estar enclavados en la historia viva, que es volátil y cambiante, nos cuesta tomar conciencia de nuestra situación. Así observamos el pasado con cierta ufanía fruto de la superioridad que nos produce pensar que los desagradables acontecimientos de otros tiempos han sido ya solventados y reparados. Creemos que las heridas han sido totalmente curadas, que resulta imposible que de ellas puedan volver a brotar sangrientos conflictos y guerras interminables. Pero la historia está inconclusa. Somos nosotros los encargados de escribirla día a día con los pasos de nuestra andadura por el presente.

Es curiosa la facilidad con la que el ser humano se desentiende de su responsabilidad histórica. Pensamos que somos herederos de un pasado que desemboca definitivamente en nosotros. Sin reparar en cuán fundamental deviene nuestra labor para poder garantizar el éxito del futuro a partir de la asunción del pasado como un elemento que siente las bases del presente, que a la sazón serán las del futuro. La conexión entre el pasado, el presente y el futuro es realmente interesante. Tenemos, con diversas incógnitas por resolver, constancia sobre el pasado. Mientras que el presente, en tanto que lo habitamos, podemos considerarlo también como existente. Sin embargo, tengo la sensación de que se carece de conciencia sobre la trascendencia de nuestro presente en la historia. Pues no lo proyectamos sobre un futuro. Olvidamos que la historia jamás se ha quedado postrada en un pasado o en un presente en concreto, sino que es más bien una evolución continua que fluye en cada instante del presente por las trazas esgrimidas por el pasado, que no conducen sino a un insoslayable futuro.

El futuro será inevitablemente presente y pasado. O mejor dicho, el pasado y el presente han sido previamente futuro. Porque el presente precede al futuro, un tiempo todavía no vivido que, al experimentarse, adoptará la forma de presente. Y que, al transcurrir en su totalidad y perder su vigencia temporal, pasará a formar parte del indeleble pasado. Podemos deducir, por lo tanto, que todo acontecimiento conmovedor que tuviera lugar otrora, gozó en algún momento del cuerpo de una idea tormentosa que pronto invadió la sosegada y desprevenida realidad, transformándola más tarde en una tragedia que únicamente se había revestido hasta entonces de ingentes porciones de abstracción y fabulación.

Es menester que la sociedad actual, tan imbuida de la cortedad en la visión vital propugnada por el capitalismo salvaje, tome conciencia de su situación histórica y de la enorme trascendencia de su presente para frenar el tren hacia el abismo en el que en estos instantes se encuentra instalada la Humanidad, cargada como está de insensibilidad, insolidaridad e irresponsabilidad. Únicamente preocupada por la fugacidad de las satisfacciones materiales y monetarias. Afanada exclusivamente en el bienestar del presente, sin atender a la continua mutabilidad del mismo a la que le someten tanto el pasado, que lo entierra, como el futuro, que lo suplanta. Si continuamos escapándonos de nuestra responsabilidad histórica, no habrá presente que valga la pena. No habrá Humanidad.