"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

martes, 12 de enero de 2021

El crepúsculo de los dioses

 

En Contra la cinefilia, Vicente Monroy escribe con una prosa sobria y precisa sobre el amor al cine. El libro, a pesar de ser corto, está plagado de ideas elaboradas y complejas. Se trata de una especie de enmienda contra su yo cinéfilo del pasado, contra ese chaval que soñaba con experimentar el síndrome de Stendhal cada vez que veía una película nueva. El cine, dice Monroy, es un arte que se presta más que cualquier otro a la confusión con la realidad. Los espectadores se sumergen con tanta facilidad en el mundo que se proyecta sobre la pantalla que llegan a olvidarse de su propio cuerpo durante el tiempo que dura la película. Como cuenta su tocayo Vicente J. Benet en La cultura del cine, esta experiencia inmersiva era todavía más poderosa en los cines antiguos, donde había un telón que tapaba la pantalla, como si detrás se ocultara un escenario. Al empezar la sesión, se apagaban las luces, se comenzaba a proyectar la película y sólo entonces se descorrían las cortinas. La pantalla blanca era un tabú, no se podía hacer visible al público porque eso suponía reconocer la artificiosidad de lo que iban a ver.

El libro de Monroy me ha hecho pensar en el fútbol y, más en concreto, en mi idolatría por Casillas. Mi filia por Iker, como la suya por el cine, también es desbocada e irracional. Mi vida está tan entrelazada con la suya que me costaría reconocerme a mí mismo sin la admiración apasionada que siento hacia él. Aún recuerdo cuando le dio el infarto hace casi dos años. Recibí una cascada de mensajes de amigos y familiares que se lamentaban por lo que le había pasado. Me escribían apenados y preocupados, como si me hubiera pasado a mí. Supongo que en eso consiste toda filia, en volcar parte de tu personalidad en algo externo a ti, que bien puede ser una persona o una afición como el cine, y en integrarlo como un órgano más de tu cuerpo. Hace unas semanas vi Colgar las alas, el documental que han sacado en Movistar sobre la figura de Iker, y, evidentemente, cada imagen me afectó como si se tratara de un pasaje de mi vida. Como los cinéfilos más ortodoxos e iracundos que retrata Monroy, también me sentí ofendido por ver que la calidad del documental dejaba bastante que desear (ese uso barato y tramposo de la música en las escenas más dramáticas, arj). Sentía que cada decisión mal tomada era un ultraje a la vida de Casillas y, por ende, a la mía.

Pero lo heavy es que, tantos años después del declive de mi ídolo, aún no lo he superado. Cuando veo los capítulos sobre su triste despedida del Madrid y sobre el odio que despertó en muchos de los aficionados del club al que perteneció desde los ocho años, un dolor indescriptible aparece en mi cuerpo. Se me revuelve todo, se me humedecen los ojos y siento como si me estuvieran disparando. En realidad, me llevo sintiendo así desde que Mourinho le sentó en el banquillo en Málaga, en diciembre de 2012, y todavía no me he podido recuperar.

Hablando de la decadencia de los ídolos, el otro día vi El crepúsculo de los dioses. El personaje protagonista de la película es Norma Desmond, una estrella del cine mudo que ha caído en el olvido con el paso al cine sonoro. Ya nadie la llama ni se acuerda de ella. Su mayordomo tiene que escribir cartas en nombre de fans inventados para que no se derrumbe. Como no asume su ocaso, se pasa el día viendo en su casa las películas que protagonizó en su época de esplendor. Ella está convencida de que es única e irrepetible y de que sigue siendo una actriz soberbia. “Yo soy grande. Son las películas las que se han hecho pequeñas”, llega a decir en un momento de éxtasis. Eso mismo pienso yo de Iker cada vez que vuelvo a Youtube para ver vídeos de paradas suyas que me sé de memoria y que me hacen sentir que ese mundo pasado todavía está aquí.