"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

lunes, 26 de mayo de 2014

Ganó la CIUDADANÍA


El bipartidismo sufrió ayer un golpe muy duro que ilusiona, entusiasma y llena de esperanza. Han hecho falta casi cuarenta años de democracia para atacar con contundencia al orden político imperante en las últimas décadas. Un orden basado en la bifurcación de la política en dos únicos partidos que han incurrido, como constatan los resultados de ayer (y las percepciones de la ciudadanía desde hace bastante tiempo), en un anquilosamiento supino, así como en una ineptitud exasperada en la canalización de las demandas sociales. Ambas fuerzas políticas, que habían presumido de alcanzar conjuntamente un 80% de los votos en las últimas elecciones europeas de 2009, han visto notoriamente mermados sus resultados en el plebiscito que ayer constituían las elecciones para el Parlamento Europeo. Por primera vez, no lograron ni siquiera obtener el 50% de los votos.

La ciudadanía castigó severamente a los dos partidos que han claudicado ante las presiones financieras y económicas en sus recientes mandatos. Partidos que han sido absorbidos por políticas del austericidio, políticas contra la sociedad, especialmente contra los más débiles. Que han conducido a España a la segunda posición en lo referente a la pobreza infantil. Que han convertido a España en un país donde trabajar ha sobrevenido insuficiente para salir de la pobreza: un 12% de españoles trabajan sin lograr con ello escapar de ella. Donde la sanidad y la educación han padecido ataques ponzoñosos y letales. Un país donde las clases políticas han fertilizado los campos de la indignación y el inconformismo a base de decisiones y actuaciones encaminadas a perpetuarles en la posición privilegiada y llevadas a cabo a costa de la resiliencia y el sufrimiento de los más débiles.

La ciudadanía mostró claramente ayer su deseo por sepultar el bipartidismo y por anclar de nuevo la política a su terreno originario, que no es otro que el de los ciudadanos. Se confirmó la aparición de una nueva era en la política española dimanante de los movimientos sociales que han brotado con la crisis y que reivindican un sistema más democrático y más social, donde uno pueda ejercer plenamente su condición de ciudadano participando activamente en las decisiones que nos conciernen a todos y que, por haberlas delegado en representantes indecentes, han sido distorsionadas y desviadas de su legítimo fin.

Los ciudadanos, además, han optado mayoritariamente por el camino que ofrece una izquierda que se aleja apresuradamente del PSOE y que abandera una regeneración del sistema acorde con las demandas sociales de ciudadanos que han descubierto que, para ejercer su ciudadanía, necesitan previamente desempeñar la condición de ser humano que les es arrancada por las mortíferas políticas de austeridad.  Pues uno se ve imposibilitado de desarrollar el ejercicio de la ciudadanía en situaciones de miseria donde la totalidad de las preocupaciones son consumidas por el deseo de supervivencia. Por esta razón, el viraje a la izquierda es necesario.

La política, merced a los resultados de ayer, parece ser vista de nuevo como una herramienta al servicio de los ciudadanos y no como un arma aniquiladora de esperanzas humanas. Los ciudadanos vuelven a concebir la política como un bien propio que solo puede preservarse con dedicación, compromiso y esfuerzo. Asistimos a un escenario donde la responsabilidad e implicación de cada ciudadano serán imprescindibles para impedir una nueva usurpación de nuestra política. Ayer se dijo basta. A partir de hoy, toca avanzar más allá y tomar cada uno de nosotros nuestra ciudadanía no sólo como un derecho, sino también como un deber. El futuro es nuestro. El cambio es posible.



domingo, 25 de mayo de 2014

Somos aves migratorias

Toda la vida es un truco. A lo largo de nuestra existencia no dejamos de esmerarnos en construir edificios vitales con los que poder sostener la incertidumbre, la pesadez y la intriga sobre la aventura que vivimos. La vida en sí no tiene en absoluto sentido, deja a nuestra merced la decisión acerca de qué queremos buscar y de qué queremos vivir. Porque en sí, nuestra existencia no existe, debemos crearla cada uno de nosotros a partir de una esencia que dibujamos con nuestro corazón, con nuestras ganas de encontrar motivos por los que vivir en este mundo que tan inhóspito puede llegar a resultarnos.

La vida es de todo menos inamovible. Hasta el pasado se remueve en nuestra memoria en forma de melancolía y de nostalgia, recordándonos que estamos en una atracción que no cesa en ningún instante, que, cuando menos se lo espera uno, puede dejarle abandonado en la impotencia del pasado, de aquello que no puede volver a brillar ni a vivir, pero que, paradójicamente, podemos mantener con luz en nuestra existencia en forma de recuerdo. Recuerdos positivos, que nos ayudan a desatarnos de la sordidez existencial y que nos impulsan hacia el futuro gracias a que nos conservan en el presente. Todo son trucos, pues la vida, sin que nada mediara entre ella y nosotros, carecería de alicientes. Carecería de atractivo.


Por eso, somos aves que migramos constantemente hacia nuevas vivencias y hacia nuevas experiencias que exigen una adaptación veloz y convincente para que podamos seguir suspendidos en el aire y la luz de la vida. Somos aves que nos agarramos a nuestro vuelo, a nuestro continuo movimiento. Aves que avanzamos gracias a unas alas que no dejan de funcionar, actuando como trucos que nos hacen creer en que el futuro es siempre el lugar al que debemos aterrizar.