"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

viernes, 5 de febrero de 2021

Estrellas fugaces

 

Los bisabuelos de Marta murieron de manera muy seguida, cuando apenas tenía siete años. Ella primero, por un cáncer fulminante que llegó a traición, sin anunciarse con tiempo suficiente para hacerle frente. Él pocos meses después, consumido por la pena. Raquítico. Había adelgazado mucho de tanto llorar en silencio. Su cuerpo estaba vacío, deshabitado de cualquier ilusión de vivir.  

Marta se aferraba a la esperanza de encontrarlos en el cielo. No porque creyera en Dios. No se planteaba esas cosas. Los buscaba en el cielo porque no los encontraba en ninguna otra parte. No le gustaba cuando el día amanecía encapotado. Era como si en la corona de cada nube se hubiera instalado un techo que impedía que se filtrara la luz que sus bisabuelos seguían irradiando desde arriba. Y eso no estaba bien. Le ponía de muy mala leche. No le podían privar de lo poco que le quedaba de ellos.

El bisa siempre le decía que las estrellas fugaces son la única manera en que los ya no están se comunican con nosotros. Mensajes que tenían almacenados y que van exteriorizando poco a poco, racionándolos para que no los olvidemos demasiado pronto. Marta sentía que esos mensajes no eran sólo cosas que no dijeron en vida, sino que también le hablaban del presente que ellos tenían que estar observando desde algún rincón oculto. No podían haberse desvanecido del todo. Así sin más. Marta los buscaba por los armarios de la casa, en las prendas que dejaron impregnadas de sus olores. El olor a café con tostadas de aceite. El olor a la tinta del ABC que el bisa leía diariamente, mojando ligeramente con saliva el dedo índice para pasar las páginas. El olor de los cigarros que dejó pendientes de fumar y que ahora han pasado a ser reliquias que nadie se atreve a tocar.

Marta está segura de que la bisa está encapsulada en la fragancia que todavía desprenden las plantas y las flores que regaba religiosamente cada mañana, a las siete, y que hoy, tantos años después, continúan despertándose atónitas, desconcertadas por la orfandad sobrevenida, preguntando que dónde está esa mano amiga que las nutría de vida. La máxima aspiración de Marta ha sido siempre convertirse en una flor regada por su bisa.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario