"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

domingo, 17 de mayo de 2015

Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres


Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres es una obra imprescindible para aproximarse al pensamiento de Rousseau. En este libro, el gran filósofo francés sostiene que el ser humano en el estado de la naturaleza era libre e independiente. Carente de cualquier capacidad de raciocinio y confinados sus intereses a la satisfacción del deseo de conservación, el ser primitivo era un ser excepcional y robusto que se las arreglaba perfectamente para sobrevivir. Era un hombre animal que se inquietaba principalmente por encontrar los recursos suficientes con los que saciar su apetito. Además, a diferencia del hombre civilizado, sentía piedad ante el dolor de los semejantes. En el estado de naturaleza, no existían ni las familias, ni las sociedades, ni los sistemas políticos, tampoco la propiedad. El ser primitivo vivía de manera autónoma en los bosques, sin relacionarse con el resto de seres humanos. Estaba desprovisto de las facultades racionales de abstracción de las que hoy goza, por lo que no podía remitir a realidades metafísicas ni cultivar ningún tipo de reflexión. Era un ser simple y autosuficiente que se contentaba con poco y que ni siquiera necesitaba recurrir al lenguaje.

Con el transcurso del tiempo y con la sucesión de cambios en el entorno, el ser primitivo se vio forzado a adaptarse a las nuevas circunstancias que iban apareciendo, por lo que empezó a desarrollar distintas destrezas como la de construir arcos o la de encender fuegos. Gradualmente, fue adquiriendo y almacenando conocimientos que le facilitaban la lucha contra las inclemencias geográficas y medioambientales. Se inició en el lenguaje y comenzó a perfeccionar la capacidad suprasensorial. Como consecuencia, se valió de las ramas de los árboles para levantar cabañas en las que poder asentarse y vivir con mayor estabilidad. En estas incipientes residencias, el hombre y la mujer primitiva pudieron tejer por primera vez lazos amorosos, lo que dio origen a las familias. Se construyeron nuevas cabañas en torno a las iniciales, dando paso a una concentración de familias de la que brotó la sociedad.

Según Rousseau, la inmersión del hombre en la sociedad constituyó la primera perversión de la pureza propia del estado de naturaleza. Al introducirse en la sociedad, el ser primitivo dejó de obtener la felicidad del resultado exitoso de sus actos. Ahora la satisfacción la encontraba especialmente en la relación con los demás. Nuevos sentimientos como el de la venganza, el de la envidia o el del prestigio aparecieron a raíz de la nueva sociabilidad del ser primitivo. Asimismo, imbuido de ideas y planificaciones que superaban el carácter inmediato que anteriormente prevalecía en sus acciones, el ser primitivo descubrió la agricultura. El establecimiento permanente en un lugar era un requisito esencial para la dedicación al cultivo de la tierra. De modo que la posesión continua de estos incipientes terrenos agrícolas fue determinante para el surgimiento del derecho de propiedad.

El derecho de propiedad fue, a los ojos de Rousseau, el hecho que más contribuyó al menoscabo del estado de naturaleza. Con él surgieron a borbotones las desigualdades entre los seres humanos, ya que el desarrollo de la agricultura no era igual para todos, sino que dependía estrechamente de las virtudes de cada sujeto y de las características de la tierra. La instauración de la desigualdad entre los seres humanos dio pie a la aparición de los primeros tipos de subordinación.  Si en el estado de naturaleza se carecía de cualquier posesión, en este nuevo escenario la posesión de la propiedad era el elemento que determinaba el sometimiento de quienes menos tenían a los que más tenían. La armonía reinante en la era primitiva fue dinamitada por las nuevas conductas que propugnaban la acumulación de la propiedad en manos de los ricos. Asimismo, la desigualdad engendraba inestabilidad, ya que los individuos, dentro del reciente espacio de interdependencia, no podían permanecer indiferentes frente a las acciones del resto de sujetos.

La nueva realidad que aniquiló las bondades del estado de naturaleza se sustentaba en la potenciación en los individuos del deseo de causar mal a los semejantes: por un lado, los ricos necesitaban de los servicios que los pobres les ofrecían; por otro lado, los pobres necesitaban de los auxilios de los ricos. Ni los unos ni los otros eran independientes, ambos basaban sus ambiciones en la reducción del bienestar del grupo contrario.
En este continuo estado de lucha, los ricos se arriesgaban a perder sus posesiones, mientras que los pobres sólo podían perder sus cadenas. Los ricos, por lo tanto, tenían más que perder y por ello impulsaron la creación de sociedades con las que prometían salvaguardar a los pueblos con leyes que rubricaran la concordia. La multiplicación de sociedades no fue sino una maniobra de los ricos con la que consolidaron su poder y cuando los pobres se percataron de ello, decidieron construir gobiernos donde se sintieran realmente respetados. Fue así como nacieron los cuerpos políticos y como los individuos encomendaron a los magistrados la representación de sus intereses.

Los individuos, haciendo uso de sus libertades naturales, se dotaron de gobiernos para gestionar con mayor eficacia los problemas dimanantes de la convivencia en sociedad. Estos cuerpos políticos, que debían estar al servicio de los individuos, fueron degradándose hasta que degeneraron en las monarquías absolutas que anegaban Europa en los tiempos de Rousseau. La desigualdad hundió así sus raíces en unos sistemas políticos que sólo podían sostenerse con la propagación de un relato que legitimara la flagrante desigualdad sobre la que se asentaban los gobiernos de los reyes europeos. Rousseau desarrolla al respecto unas reflexiones tan sublimes como vigentes, de las cuales se desprende la siguiente idea: la desigualdad política (que iba más allá de la económica originada por el inicuo reparto de la propiedad) puede calar en la sociedad gracias a los vicios que caracterizan al nuevo ser social. Como el nuevo ser social está obsesionado en distinguirse frente a los otros, no le importa encontrarse sumido en un estado de desigualdad mientras persistan por debajo de él personas que padecen mayores injusticias. No le importa cargar con cadenas mientras pueda subyugar a los individuos que se encuentran en una situación inferior a la suya. En lugar de adoptar una actitud emancipadora y reivindicativa, se enclava en el conformismo que le genera observar que puede someter a otras personas. Se trata de una actitud que coadyuva a la perpetuación del statu quo: al mirar hacia abajo, no repara en el yugo que sobre él colocan quienes se encuentran por encima.

Este gradual deterioro del ser primitivo culmina finalmente en el afianzamiento de unas sociedades corrompidas por la preponderancia de los valores perversos y egoístas del nuevo ser social. Las nuevas sociedades alojan a individuos artificiales, que más que disfrutar de la vida, disfrutan del sufrimiento ajeno. Son sociedades donde el valor que se otorga a la envoltura de las cosas es mayor que el atribuido al contenido de las mismas. Donde existe el placer sin dicha, la reputación sin honor y el conocimiento sin sabiduría. Son sociedades despóticas en las que acaba imponiéndose en el poder el más fuerte. Con tan débil fundamento, los gobiernos se tornan efímeros y los cuerpos políticos terminan por disolverse. Se vuelve así a un estado de naturaleza, pero en esta ocasión corrupto, donde la bondad y la piedad no tienen cabida. 

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