"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

viernes, 26 de septiembre de 2014

¡ROMPAMOS LAS CADENAS DEL MACHISMO!

Esta semana creo que ha estado en gran parte protagonizada por noticias ligadas a la situación de la mujer en el mundo actual. La inauguramos con el fulgurante mensaje feminista de Emma Watson en la ONU, la continuamos con la dimisión de Gallardón y la consecuente cancelación del anteproyecto de ley del aborto y la hemos acabado atentos todos y todas a la polémica suscitada por las palabras de Toni Nadal respecto a la designación de una mujer como capitana del equipo nacional de tenis. Ya ven, ha sido una semana bastante intensa. Y si alguna cosa puede sacarse en claro es que todavía hoy, en pleno siglo XXI, nos hallamos enmarcados en una sociedad donde el estatus social de la mujer es tristemente frágil. Una sociedad donde resulta harto sencillo toparse con prácticas, conductas y pensamientos repugnantemente sexistas, herederos, cómplices y perpetuadores del exacerbado paternalismo que ha jalonado la historia de la humanidad hasta día de hoy.

Me veo obligado, en especial, a tomar el relevo a Emma Watson después de que su discurso se centrara en gran medida a llamar la atención sobre la relevancia del género masculino en el proceso de emancipación de la mujer. A mi juicio, no puede estar más cargada de razón: es urgente que los hombres nos pronunciemos abiertamente y defendamos férreamente la causa feminista. Sin nuestro respaldo y colaboración, es difícil imaginar el fin de la subordinación padecida inmemorialmente por la mujer. Así que, te tomo el relevo Emma, ¡allá voy!:

Queridos amigos míos, compañeros de género y de sexo,

Quizá penséis que la virilidad es una característica necesaria de adoptar. Que refleja seguridad, certidumbre en la vida, conciencia del camino que se sigue. Tal vez creáis con certeza que es una condición sine qua non  de nuestro sexo el rezumar “varonismo”, el demostrar cuán machos y valientes somos, que por falta de cojones jamás se nos podrá incriminar (¡sólo faltaba, vamos sobrados de eso!).

Quizá penséis que somos más guays y más hombres por hablar siempre de la mujer con la lujuria desbordando por nuestra boca y nuestros cuerpos. Que seremos más respetados si ante los machos nos atrevemos a vejar con piropos obscenos y chabacanos a las hembras que cohibidas pasan por nuestro alrededor. Que, como La que se avecina es la serie preferida y más vista entre nuestro entorno, es preciso asimilar el lenguaje sexista que se emplea en esta serie. Utilizar las palabras “guarrilla” y “chocho” como sinónimos fieles y honorables del sustantivo “mujer”.

Quizá penséis que en las discotecas, el lugar de encuentro por excelencia de los machos con los chochos, es imprescindible hacer gala de nuestras virtudes viriles y sacar así a relucir nuestras verdaderas destrezas. Que no se salda con triunfo una salida nocturna si no logramos al menos tocar sin legitimación y con jactancia un par de culitos o un par de pechotes. Que es un gay y maricón el amigo respetuoso y educado que se niega a seguir las directrices varoniles que imperan en las discotecas.

Quizá penséis que la represión de la sensibilidad es imprescindible para mantener intacta nuestra categoría de hombre. Que somos los mejores, los más grandes y que, por esta misma razón, no nos podemos permitir mostrar debilidad ni fragilidad.

Quizá penséis que las mujeres son unas lloricas empedernidas que sólo valen para servirnos y obedecernos. Que sus juicios son tuertos y que es rotundamente imposible que se merezcan cobrar lo mismo que nosotros, que se merezcan equiparse al brillante grupo de los machos.

Queridos compañeros de sexo y de género, estáis muy equivocados. No somos bajo ningún concepto ni mejores que las mujeres, ni superiores. Somos sencillamente iguales. Somos seres humanos que compartimos la existencia en un mundo lleno de incertidumbre donde nos hallamos igualmente desamparados ambos, tanto hombres como mujeres. Donde sólo sabemos con total certeza que en algún momento nos tocará perecer. Nos tocará diluirnos por igual, la naturaleza, como veis, es más sabia que nosotros, y en ningún momento ha establecido distinción alguna entre hombres y mujeres. Por algo será.

Es una interesada construcción histórica la que ha llevado en volandas a los hombres a lo largo del tiempo y la que, por conguiente, ha anclado a las mujeres en la subordinación. Un pensamiento extendido por la trayectoria de los siglos con el único fin de legitimar la supremacía de los hombres y que en la actualidad es necesario que dinamitemos. Porque resulta racionalmente imposible aceptar que la mujer y el hombre no merecemos la misma dignidad ni el mismo respeto. Tanto ellas como nosotros somos aquello que decidimos ser y no, por el contrario, aquello que se nos impone ser. La esencia no puede preceder a la existencia y, por esta razón, no podemos aceptar que a un grupo humano concreto se le subyugue por circunstancias y adscripciones sexuales plenamente azarosas, que se escapan de nuestro ámbito de elección.

Queridos compañeros de sexo y de género, no somos mejores por ocultar nuestra debilidad y, como consecuencia, resaltar nuestra fuerza. No somos mejores por ello porque la vida es una sola y en ella hemos caído inverosímilmente, de modo que no hay nada más humano que mostrar en ocasiones la debilidad intrínseca a nuestra zigzagueante y tumultuosa existencia. No hay mejor manera de hacernos fuertes que uniéndonos emocionalmente con las mujeres para compartir nuestras preocupaciones comunes. No somos más fuertes enmascarando nuestras inquietudes. Para ser verdaderamente fuertes debemos canalizarlas y para ello en ocasiones necesitamos inexorablemente exteriorizarlas.

Las mujeres no son chochos ni guarrillas. No las podemos reducir a calificaciones tan indignas, degradantes y vejatorias. Las mujeres son (no lo olvidéis nunca) seres humanos que merecen el mismo respeto que nosotros. No son objetos ni juguetes con lo que jugar. Son personas como nosotros, con sentimientos, que no son inmunes ante las humillaciones que normalmente les infligimos. Son sujetos racionales que comparten con nosotros esta aventura que es la vida y que, como nosotros, se esfuerzan por alcanzar una existencia satisfactoria y dichosa. No son una especie ajena a la nuestra (no lo olvidéis nunca), pertenecen a nuestra especie. ¡Y menos mal! Porque maldito sería el día en que las perdiéramos. Nosotros no somos hombres sin más, y ellas, por oposición, mujeres sin más. No, no. Nosotros somos, ante todo, seres humanos. Y ellas son, ante todo, seres humanos. Somos, como veis, lo mismo. Pertenecemos al mismo grupo humano.

Queridos compañeros de sexo y género, os ruego por favor que despertéis de una vez del letargo moral en que os encontráis. Que colaboréis con la causa y que realicéis un gran esfuerzo por cambiar la situación de indecible injusticia en la que vive aprisionada la mujer desde siempre. Os ruego, por favor, que cambiéis vuestros comportamientos individuales. Porque sin un conjunto de cambios individuales, ninguna transformación colectiva podrá materializarse. ¡Rompamos de una vez las cadenas del machismo!



Dedicado con cariño a Paqui, a Nuria, a Marta y a Callosina, mis feministas favoritas.











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