"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

jueves, 12 de junio de 2014

La libertad no pertenece al neoliberalismo


Es realmente curioso observar cómo quienes abanderan el neoliberalismo exigen constantemente la privatización de los servicios suministrados por el Estado aduciendo que la interferencia de éste en el mercado supone un grave ataque a la libertad de los individuos. Es curioso especialmente por cuánto se enfatiza en la palabra libertad, empleada ya con tal frecuencia que acaba convirtiéndose, en boca de estos abanderados neoliberales, en una palabra completamente vacía.

¿Cómo pueden las fuerzas políticas a las que se les llena la boca hablando de libertad lanzar incesantes calumnias hacia los movimientos sociales que bregan por recuperar la soberanía ciudadana? ¿Cómo pueden los apologistas de la libertad individual defender al mismo tiempo un sistema ferozmente hermético? ¿Cómo pueden los grandes defensores de la libertad malversar de un modo tan miserable la esencia de este ideal reduciéndolo a la libertad económica? ¿Cómo pueden, en fin, ser tan radicalmente cínicos?

El liberalismo económico que el neoliberalismo propugna intenta encumbrarse cobijándose bajo el amparo del liberalismo político en una operación revestida de una manipulación de los conceptos inadmisible. El liberalismo político se caracteriza por defender robustamente la división de poderes, así como el reconocimiento del derecho de todos los individuos a la participación política. Esta visión del individuo que se desprende del liberalismo político difiere enormemente de la del neoliberalismo, que concibe al individuo como un sujeto capaz de participar en los intercambios económicos sin la intervención del Estado. Olvidando una consecuencia que ya apuntaba Rousseau más de dos siglos atrás: “la libertad sin igualdad no existe”. En nuestro contexto neoliberal, sólo goza de libertad aquél que dispone de medios económicos con los que desenvolverse en el marco del mercado. José Luis Sampedro explicaba este suceso con gran brillantez, más o menos venía a decir: “la libertad equivale a lanzar al vuelo una cometa. Pero no cabe olvidar que la cometa debe ser sujetada a través de una cuerda (la igualdad), porque si no, terminará por escapársele a uno de las manos”.

El neoliberalismo vende una imagen de la libertad falsa, engañosa y deletérea. ¿Acaso gozan de una libertad verdadera aquellas personas olvidadas por el sistema que pujan cada día por sobrevivir, ese 10% de la población más pobre que ha perdido un tercio de sus ingresos entre 2007 y 2010, por sólo el 1% perdido entre los más ricos? ¿Puede existir la libertad en un mundo globalizado donde los 85 individuos más ricos concentran la misma riqueza que los 3.000 millones más pobres? ¿De qué libertad disfrutan las personas desclasadas que consumen su existencia sobreviviendo, es decir, no muriendo, en lugar de viviendo?

Suena a broma de mal gusto que el neoliberalismo se apropie la defensa del liberalismo político cuando sus principios trazan una sociedad compuesta por individuos despojados de sus facultades de sujeto, individuos confinados en el margen de maniobra (condicionado por la renta de cada uno) que habilita el mercado y expulsados del escenario de la política, que pasa a estar invadido por los poderes económicos y financieros. Individuos susceptibles de continua domesticación a través de la construcción de un estadio económico presidido por el consumismo voraz, por la máxima de “compro, luego existo”, por el insostenible comportamiento del “usar y tirar”. Posturas alienantes inoculadas por un sistema dirigido por las veleidades capitalistas y el anhelo de perpetuidad.

El liberalismo político se caracteriza, en contraposición del neoliberalismo, por reconocer la potencialidad del ser humano, por convertirlo en ciudadano y protegerlo a través del lanzamiento de textos jurídicos encaminados a garantizar sus derechos y libertades. El liberalismo político deposita la confianza en la ciudadanía, velando por la invulnerabilidad de la autonomía de los ciudadanos, que deben ser los directores de la actividad política mediante el desempeño de su voluntad individual, que converge en una voluntad general que organiza la vida política. Pues el liberalismo político sólo puede explicarse como una evolución de las ideas contractualistas que reivindican la soberanía derivada de los ciudadanos. Se toma en consideración la autonomía individual del ser humano no de manera aislada como hace el neoliberalismo, sino como condición para levantar un edificio colectivo que garantice la convivencia de los seres humanos. Se trata de un reconocimiento inclusivo de la autonomía, no exclusivo. La autonomía presentada como la capacidad individual de cada sujeto para participar en los acontecimientos vitales con el ejercicio de su responsabilidad.

La libertad abrigada por el liberalismo político se basa, por lo tanto, en el reconocimiento de la posibilidad de actuación de cada ser humano, que garantiza de este modo la facultad política de los individuos para poder incidir en el funcionamiento del contexto político en que se hallan enmarcados. Así que, a diferencia del comportamiento propugnado por las fuerzas políticas neoliberales, el liberalismo político invita a la participación ciudadana, a la organización asamblearia y a la asociación de los sujetos políticos. Los movimientos sociales que tanto aterran a los abanderados del neoliberalismo bregan, además, por recuperar la libertad de aquellos individuos desechados por el mercado que se encuentran instalados en una desigualdad intolerable que les incapacita políticamente. Son estos movimientos sociales quienes de verdad luchan por la libertad y por los derechos políticos usurpados. Por eso tiemblan los neoliberales, quienes, al oponerse con aspereza y violencia verbal a estas reivindicaciones sociales no han conseguido sino desenmascarase por completo: no anhelan la libertad, es la libertad lo que les aterroriza.

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