"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

domingo, 20 de octubre de 2013

La Nucía: una VERGÜENZA


¿Cómo reaccionarían ustedes si se enteraran de que existen, hoy en día, grandes atisbos de sistema dictatorial en un pueblo español? Pese a la evidente degradación política del país, sonaría a imaginativo y ficticio. Sólo nos faltaba que, después de las incombustibles luchas, tanto colectivas como individuales, que tuvieron lugar durante la época franquista con el fin de conocer la democracia, todavía persistieran en España territorios abocados a la ausencia de libertad. Supongo que la mayoría de ustedes, cargados de esperanza, compartirán esta percepción positiva: es imposible que esta agresión a la democracia pueda suceder en pleno siglo XXI. Lamento decirles que, si piensan así, son unos ilusos, como lo era yo hasta que conocí todo lo que se cocía en la Nucía.

La Nucía es un pueblo enclavado en las proximidades de la costa del Mediterráneo por la zona de Benidorm. Es un entrañable lugar que cuenta con casi veinte mil habitantes. Su población comenzó a experimentar un pronunciado crecimiento a partir del boom inmobiliario, construyéndose numerosas urbanizaciones en los alrededores del pueblo, destinadas en gran parte a acoger a  los residentes extranjeros, que se multiplicaban anualmente a una velocidad vertiginosa.

Desde que Bernabé Cano llegara a la alcaldía de La Nucía en 2003, este pueblo no ha hecho sino encauzarse en un camino aderezado con fastuosidad y suntuosidad cuyo destino ha sido saciar la incalculable codicia y megalomanía del alcalde del Partido Popular. La Nucía, de repente, se trocó en el pueblo más maravilloso de toda España (éste fue, quizá, el propósito de Cano): acogía a los grandes cantantes del momento, que realizaban conciertos financiados por las arcas públicas, se construía un llamativo auditorio de música, se erigían fuentes majestuosas en las entradas del pueblo para llamar, ya de primeras, la atención de los visitantes... La Nucía seguía religiosamente los pasos de Valencia capital: gastar inconscientemente el dinero y, como consecuencia, endeudarse hasta las botas. Todo con tal de dotar a este pueblo de un aura de magnificencia y exclusividad que le distinguiera del resto de lugares de la Comunidad Valenciana.

Una vez situados, podemos adentrarnos de nuevo en la cuestión inicial. En los pueblos, como ustedes bien sabrán, las noticias vuelan y la rumorología abunda. Desde hace un tiempo, a mi oído empezó a llegar una gran cantidad de chismorreos sobre la situación de La Nucía. Se contaba que Bernabé Cano se había convertido en una figura casi intocable, y no únicamente porque triunfara con mayoría absoluta en las elecciones y prolongara así su mandato, sino porque  perpetuaba la estabilidad política de su partido y de su persona mediante métodos coercitivos. Yo no daba crédito ante tales rumores. La Nucía ha sido siempre muy familiar para mí, dado que se encuentra al lado de mi pueblo, así que me propuse realizar una visita con el fin de corroborar si todo aquello que se comentaba era cierto.

Era una tórrida mañana veraniega cuando, custodiado por mi hermano, que iba provisto de una libretita con la que anotar toda la información-no fuera a ser que se nos pasara ninguna barbarie por alto-, me adentré en el casco antiguo del pueblo. No hube de esperar para que mis augurios se cumpliesen, pues, a las primeras de cambio, experimenté en primera persona cómo una señora mayor, regente de una tienda cuyo nombre no pienso revelar, se negó a hablar conmigo sobre todo lo que acontecía en la Nucía. Este estupefaciente rechazo me dejó sin palabras. A la señora se le notaba tensa, tenía miedo a hablar (sí, han leído bien, miedo a hablar). Intenté persuadirla de que hablara, pero fue en vano. Le argumentaba que no había ningún motivo por el que temer, pues me comprometía a mantener su anonimato, además, le hacía ver cuán alarmante era su postura. Ella no cedió, argüía, con no mucha afabilidad, que podían tomar represalias y consecuentemente cerrar su comercio si ella me confesaba su descontento con Bernabé Cano. Yo no daba crédito, seguía esforzándome por convencerla de que ninguna represalia podía afectarle a ella, en la medida en que iba a mantener su anonimato. Además, sus palabras tampoco iban a poder acarrear represalias en mi contra, en tanto que no habito en la Nucía. Mi denuedo fue en balde. Abandoné su comercio sin recoger ninguna declaración suya. Me dejó realmente tocado observar cómo la coacción de la que había oído hablar parecía no tratarse, por desgracia, de una ficción. Estaba ante una realidad tan desconcertante como preocupante.

El comienzo de mi papel detectivesco no fue, como ven, muy halagüeño. Sin embargo, me armé de valor y especialmente de paciencia para poder reanudar el programa interrogatorio que había planificado. Con esta energía renovada me presenté –con la inestimable compañía de mi hermano, qué difícil de soportar habría sido este calvario si no- en un nuevo comercio. Esta vez, por suerte, la persona al cargo del negocio colaboró activamente proporcionándonos información abundante. De entre ésta, yo destacaría, por encima de todo, la alusiva a su vida personal, pues resultó sumamente desalentador escuchar cómo una persona que ha vivido toda su vida en la Nucía, declaraba abiertamente su deseo de abandonar el pueblo. “Si me lo pudiera permitir económicamente, no dudaba ni un minuto en irme”, con esa frialdad me hablaba. “Esto es una dictadura, no existe aquí la libertad”, añadía por si aún no había quedado claro la causa de su descontento.

Proseguí en mi ruta por el pueblo, topándome con tres personas más que se ofrecieron a hablar y que me proporcionaron una cantidad de datos más que suficientes como para poder afirmar que en la Nucía se vive con un miedo y una injusticia propios de las dictaduras. Me comentaba un habitante que por la calle hay que ir con mucho cuidado, vigilando siempre alrededor, pues la madre del alcalde parece ser que se dedica a deambular por el pueblo en busca de disidentes con el fin de revelar la identidad de estos “desertores” a su estimadísimo hijo. Yo ya empezaba a pensar que me había introducido en una historia novelesca, que me había introducido sin querer, cual Don Quijote, en el 1984 de Orwell. Sinceramente, habría preferido conocer al Gran Hermano, antes que continuar con ese calvario interminable.

Las supuestas atrocidades democráticas protagonizadas por Bernabé Cano me las narraban ahora otros dos vecinos. Uno de ellos me contaba con una indignación implacable que se había mandado derrumbar un edificio perteneciente a un concejal de CDL (http://www.diarioinformacion.com/benidorm/2013/07/12/alcalde-nucia-ejecuta-derribo-obra/1394923.html), un partido de la oposición. Las denuncias de este vecino no terminaban ahí: la mayoría de consejeros del alcalde están imputados, como el propio alcalde, que parece haber participado en la trama Gürtel (http://www.youtube.com/watch?v=epXJG6qM4RA); se intenta manipular hasta la prensa, pues en una ocasión en la que aparecía Bernabé Cano en un reportaje de la revista Interviú (http://www.interviu.es/reportajes/articulos/asalto-a-la-nucia), siendo acusado de corromperse, el alcalde mandó a sus ayudantes comprar todas las ediciones de esta revista de los quioscos del pueblo y de los alrededores para así evitar que la información llegara a los habitantes; Cano afirmó que no conocía a Correa, cuando más tarde se evidenció lo contrario. En fin, un cúmulo de sinvergonzonerías que, en caso de ser ciertas, arrastran a la Nucía a una menesterosidad democrática indigna.

Con un desasosiego casi insostenible, me planté ante el último vecino, que agravó aún más mi desesperanza al indicarme que la estrategia de Cano no consiste sino en dividir al pueblo. “Estás conmigo, o contra mí”. Este lema, como nos cuenta el vecino, no beneficia en absoluto a la Nucía, pues esta escisión genera un ambiente carente de armonía que dificulta la convivencia entre los habitantes. Asimismo, el alcalde supuestamente se sirve de unas artimañas ilícitas y de un populismo abominable para fortalecer su poder dentro del pueblo, como bien me muestra este vecino cuando me enseña un vídeo donde el alcalde en un pleno alienta al público a increpar a la oposición (http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/06/13/valencia/1371144423_883041.html).  

Aunque aún disponía de tiempo para continuar mi humilde actividad periodística, decidí ponerle fin, habida cuenta de la extenuación que me habían producido esas vergonzosas prácticas antidemocráticas que pudieran estar llevándose a cabo en pleno siglo XXI. Mi cuerpo no podía soportar ya más esas atrocidades que se está consintiendo que se cometan en la Nucía.

No es digno de un país que abraza la democracia, como España, que cuente entre sus territorios con uno donde se propugnan unas prácticas políticas que atentan contra la libertad de los ciudadanos. No podemos en absoluto tolerar que este virus antidemocrático siga reproduciéndose sin control. Debemos, por lo tanto, rebelarnos públicamente y manifestar nuestra reprobación hacia estas prácticas tan perniciosas para la sociedad. El pueblo de la Nucía debe unir fuerzas y despojarse de ese miedo que le invade. El pueblo de la Nucía debe rebelarse públicamente ante esos gobernantes que restringen su libertad. Motivos sustancialmente menores estimularon hace más de dos años a los indignados a salir a la Plaza del Sol y constituir el movimiento conocido como el 15-M. ¿A qué esperan los indignados de la Nucía? ¿De ser cierto, cómo puede tolerarse algo tan intolerable como un sistema sin libertad en España en pleno siglo XXI?  “La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”, Albert Einstein.


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