"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

sábado, 1 de diciembre de 2012

Participar


Me indigno. Soy una persona que vive en un estado constante de indignación. Este sentimiento predominante en mí se debe a que quiero dedicarme a la política y no encuentro a ninguna persona que me aliente a ello. Más bien, todo lo contrario. Vivo en un país donde la profesión del político sufre tal desprestigio que todos mis seres queridos me sugieren que traslade mi pasión por la política a cualquier otro ámbito. Me comentan, con una seguridad alarmante, que si de verdad quiero ser político, tendré que perder mis principios y, por supuesto, carecer de ética. También afirman que sería un esfuerzo estéril, puesto que no podría cambiar nada. Sin embargo, yo me mantengo firme en mi postura y en mi deseo. Llámenme iluso si quieren.

Criticar a los políticos ha sido siempre una afición muy expandida entre los ciudadanos. Esta costumbre se ha agudizado, más aún si cabe, en la actualidad, debido a la gran crisis en la que estamos sumidos. El país no avanza económicamente. Asimismo, los políticos contribuyen al menoscabo de su profesión corrompiéndose. Cuántos recortes nos habríamos ahorrado sin corrupción… Tenemos la sensación de encontrarnos en un callejón sin salida. Nuestro denodado esfuerzo por encontrar la luz que nos permita salir de esta sórdida situación, es en vano. Nos sentimos impotentes ante la crisis y las injusticias que ella acarrea. Sentimos que está lejos de nuestro alcance poder hacer algo para paliar la indeseada situación en la que vivimos. Frente a ello, rehusamos participar en la vida política. Consideramos que es indigno participar en una profesión tan degradada. Consideramos que no vamos a poder cambiar nada en la política, la cual nos contaminaría  mutilando nuestros principios y valores.

Estigmatizamos al mundo político actual por su palpable degradación. No nos queremos sentir identificados con aquellos políticos cuya única finalidad es el beneficio personal, normalmente económico; ni con aquellos otros que se caracterizan por la abundancia de falacias o el incumplimiento de sus promesas electorales. Tampoco nos agrada vernos representados por personas impresentables e incompetentes. No obstante, no es suficiente adoptar una postura de indignación, porque la indignación política se convierte fácilmente en conformismo. ¿De qué sirven la indignación o la denuncia de las injusticias sin actuación? Nuestro conformismo, en este caso la reticencia que mostramos a participar en la política, propicia el incremento de motivos para indignarnos. Estamos favoreciendo, de esta forma, la proliferación de aquellos políticos que tanta indignación despiertan en nosotros, dado que éstos no encuentran ninguna oposición dentro del ámbito político que les pare los pies. El político corrupto va a continuar siendo corrupto a no ser que surjan nuevos políticos que le aten las manos y promuevan una fuerte sanción de la corrupción. Los políticos van a seguir priorizando la economía a la sociedad  hasta que no aparezca una nueva generación de políticos que tome medidas diferentes. Se rechaza el comercio con Cuba por el hecho de ser una dictadura comunista. Sin embargo, se promueve la relación con China por ser capitalista, aunque también se fundamente en un sistema dictatorial. Los adjetivos, es decir, comunista y capitalista, que representan a la economía, cobran más importancia que el sustantivo, dictadura, el cual entronca con lo social.

Este tipo de injusticias que tan presentes están en nuestro mundo, van a seguir abundando a no ser que, quienes nos indignamos, comencemos a participar en la vida política. No podemos esperar un cambio procedente de quienes no sienten ni se ven afectados por las injusticias. Somos nosotros, los indignados, los insatisfechos, los protestantes; quienes debemos tomar parte en un mundo que tanto nos concierne. De otra forma, nuestra conformista indignación no logrará más que incrementarse a ella misma. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario