"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

viernes, 23 de septiembre de 2022

Trémula luz del tiempo

Sé que nada de lo que escriba va a estar a la altura de lo que él merece. Ni tampoco de lo que ha significado para mí. Javier Marías murió ayer y a muchos nos ha dejado muy solos. Su muerte la sufro como se sufren la mayoría de las muertes, egoístamente, pensando en todo de lo que me priva su ausencia, en los libros que esperaba que siguiera escribiendo y que sabía a ciencia cierta que disfrutaría leyendo, pero que ya no existirán, si acaso sólo en la imaginación de los lectores que nos hemos quedado huérfanos de sus historias y que nos tendremos que conformar ahora con fabularlas.

Siempre me ha gustado referirme a Marías con un apelativo cariñoso para fingir que había entre los dos una familiaridad que me habría gustado que existiese de verdad. JM le llamaba últimamente. En otra época me dio por llamarle Tito Marías. Estos apelativos me ayudaban a suplir la frustración de haber sido incapaz de conocerle, así como a bajar un poco a la tierra a alguien a quien reverenciaba desde muchos metros de distancia.

A JM le estoy agradecido por haberme proporcionado incontables horas de placer con sus libros, pero, sobre todo, le estoy agradecido por haber iluminado rincones de mi corazón que yo sólo había logrado intuir, no siendo capaz de explorarlos en profundidad hasta que me crucé con esas digresiones alargadas de sus libros que se enredan como serpientes y que cuando abordan un tema lo hacen presa y lo someten sin piedad a todo tipo de reflexiones, desde las más banales y anecdóticas a las más complejas. Entrar en un libro suyo es siempre una experiencia extraña, ya que uno tiene la sensación de que no pasa nada y de que, al mismo tiempo, pasa mucho. O de que pasa mucho para lo poco que pasa. Lo mismo sucede con su prosa que, pese a ser evidentemente manierista, acaba resultando natural por fuerza de su coherencia interna y de su musicalidad.

Lo que más me gusta de JM son las pequeñas historias que incluye en sus novelas. Historias que, inicialmente, parecen periféricas a la historia central, pero que luego acaban nutriéndola. A veces son historias ya escritas y que él toma prestadas, como la de El Coronel Chabert en Los Enamoramientos o la de Enrique V en Berta Isla. Otras son historias creadas por él mismo, cargadas de sentido del humor y que muchas veces rozan el absurdo. Me viene a la cabeza la del cantante de ópera en El hombre sentimental que se niega a aceptar su ocaso. Cuando ve que cada vez asiste menos gente a sus conciertos, maquina un sistema para asegurarse de que todas las butacas aparezcan ocupadas. Prácticamente obliga a los trabajadores del teatro -desde los acomodadores a los limpiadores- a que dejen su tarea y acudan a su actuación. Al final, su pérdida de habilidades es tan manifiesta que ni siquiera los trabajadores del teatro bastan para llenar tantas butacas vacías. Sobrevive durante un tiempo sacando gente de la chistera para hacerle de público hasta que ya, después de exprimir todas las posibilidades, llega un día al escenario y ve que todavía hay una butaca vacía. Su orgullo le impide empezar el concierto si la sala no está totalmente llena. Decide bajar del escenario y ocupar él mismo esa butaca vacía. Así, de esa manera tan inesperada, es como se acaba despidiendo de su profesión.

Los libros de Marías son como las películas de Woody Allen: siempre parecen el mismo. Así como es imposible no mezclar en la cabeza Annie Hall con Manhattan, igual de complicado resulta diferenciar Berta Isla de Tu Rostro Mañana. Al igual que en las películas de Allen, los libros de Marías están protagonizados por personajes inteligentes y circunspectos que se parecen muy sospechosamente al autor. No ayuda a esta disociación el que los protagonistas sean casi siempre traductores o personas de letras con vínculos con el Reino Unido. Marías, sin embargo, no utiliza esta similitud con sus personajes para engrandecer sus virtudes, sino, más bien, lo contrario: se aprovecha de ella para reírse de sí mismo y poner al descubierto sus manías, sus defectos y sus vicios incorregibles. 

Los libros de Marías también se asemejan en la temática. En ellos subyace siempre el mismo problema: la imposibilidad de saber. A Marías le obsesiona la incapacidad de desentrañar la verdad de entre la maraña de hechos que componen la vida de los seres humanos. Es imposible discernir qué nos deparará el futuro, de qué son capaces las personas de nuestro alrededor, de qué somos capaces nosotros, cuál será nuestro rostro mañana, qué dolores o alegrías llevamos en potencia y desplegaremos en el tiempo que viene. Igual de complicado resulta adivinar qué somos en el presente, qué intereses nos mueven, qué nos empuja a observar al resto de personas, a capturar secretos ajenos que nos impondrán responsabilidades inesperadas. Por qué sentimos la necesidad de contar, sabiendo que esa misma necesidad supone siempre una condena, nos ata, nos hace vulnerables, nos somete a malinterpretaciones y posibles extorsiones. El sentimiento más frustrante y doloroso está relacionado con la imposibilidad de saber lo que ya aconteció. La imposibilidad de recorrer con certeza los hechos que sucedieron y de los que no ha quedado registro y que, por tanto, están sometidos a la arbitrariedad, al temblor del dedo con el que cada sujeto señala el pasado, el suyo y el de los otros. Sin embargo, la imposibilidad de saber no paraliza a los personajes de Marías, sino que los invita a amasar verdades que, por leves que sean, permiten, al menos, observar mejor la oscuridad que los rodea.

Te voy a echar mucho de menos, JM. 

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