"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

jueves, 1 de abril de 2021

La escucha indiscreta

 

A los ingleses les gusta mucho verbalizar, entendiendo aquí verbalizar no como expresar determinada cosa mediante el lenguaje (ya sabemos, de hecho, que son bastante parcos a la hora de comunicarse), sino como la inclinación a sacar verbos de debajo de las piedras. Disfrutan transformando los sustantivos en verbos, buscando atajos que reduzcan al máximo la duración de sus conversaciones. Ellos no te dicen ‘busca en Google’, sino googlea. No te dicen ‘a mí no me digas cariño’, sino don’t honey me. No te dicen ‘escríbeme un correo electrónico’, sino e-mail me (lo que en español podríamos traducir como correoelectronícame) y, del mismo modo, no dicen ‘poner la oreja en conversaciones ajenas’, sino to eavesdrop, un verbo específico que, según el diccionario de Cambridge, significa “escuchar la conversación privada de alguien sin que se entere”. Véase, el paso previo a lo que en valenciano decimos xafardejar, que es un poco lo que yo hago escribiendo sobre la vida de Paco.

De acuerdo con nuestra amiga la Wikipedia, un eavesdropper era una persona que se colocaba en el alero (eaves en inglés) de un edificio para poder escuchar lo que se decía dentro de él. JM, que es dado a la fabulación, lo entiende de otra manera todavía más poética. Para empezar, enfatiza la diferencia entre to eavesdrop y to overhear. Este último verbo hace alusión a la escucha que es indeseada y no casual, mientras que el primero lo hace a la que es indiscreta, secreta, furtiva y deliberada. Está compuesto de eaves, que, como hemos dicho, significa alero, y de drop, que puede significar varias cosas pero que sobre todo tiene que ver con gotas y goteo. Un eavesdropper es, por lo tanto, el que escucha poniéndose a cierta distancia, mínima, de la casa: el que se pone allí donde el alero gotea después de la lluvia y desde allí escucha lo que se dice dentro.

Curiosamente, también se utilizó el término para describir las figuras de madera que Enrique VIII, ese rey lascivo y maníaco que mandaba decapitar a sus esposas cuando se cansaba de ellas, ordenó colocar en el salón del Hampton Court, uno de sus palacios. Aunque las situó en el interior y no en el exterior, donde se encuentran los aleros, el fin de colocarlas ahí captaba la esencia del término, pues no pretendía otra cosa que incomodar a los que ocupaban el salón cuando él no estaba presente, haciéndoles sentir que los eavesdroppers eran insaciables y estaban siempre al acecho, a la espera de descubrir y delatar a aquel que osara hablar mal del rey. Esas figuras de madera, aparentemente inocuas y simpáticas, representaban los oídos de Enrique VIII, que llegaban a todos los rincones de su reino, un poco como el vaso que utilizo yo para acercarme a la vida de Paco, sólo que el alcance de mi vaso es mucho más modesto.

Siento la digresión, la semana que viene me ceñiré a Paco y a lo que le voy eavesdroppeando. Lo prometo.  

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