"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

domingo, 27 de octubre de 2019

Once upon a time in Hollywood



Sin ser yo un fervoroso fan de Tarantino, Once upon a time in Hollywood me ha parecido la película más redonda que he visto en lo que llevamos de año. Es una película que rezuma fascinación por el cine en cada plano y que está atravesada por un tierno y a la vez irónico sentimiento de nostalgia hacia el Hollywood de antaño. Tarantino retrata un Hollywood que huele a cine en cada rincón: un Hollywood anegado de estrellas, de carteles de películas, de paredes decoradas con imágenes de actores y actrices, de salas de cine y de letreros luminosos anunciando las sesiones de cada día. En el centro de este escenario, en los años sesenta, Tarantino sitúa dos historias paralelas que confluirán en el desenlace de la película.

Por un lado, Tarantino sigue los pasos de Sharon Tate (Margot Robbie), una joven actriz de películas de acción que se mueve por la vida con una ingravidez asombrosa, sin tener un rumbo fijo, disfrutando de cada instante con una inocencia, una naturalidad y una alegría irresistiblemente contagiosas. Sharon Tate es la pareja de Roman Polanski, quien, por el contrario, es caricaturizado como un joven remilgado, ensimismado en sus incipientes éxitos, un tanto alelado y profundamente insulso. Deliberadamente, sabiendo que somos conocedores de su trágico final, Tarantino envuelve al personaje de Margot Robbie de un aura especial, de un atractivo, tanto personal como sensual, descomunal, que no consigue sino que el espectador sienta todavía más simpatía hacia el personaje, lamentando en todo momento el terrible final que se le augura. Sharon Tate apenas necesita articular palabras para resultar arrebatadora. Es su mera presencia, la fuerza vital que desprenden sus movimientos y sus gestos, lo que seduce al espectador. La mejor prueba de ello es la fantástica escena en la que Sharon Tate, tímidamente hundida en una butaca de una sala de cine, disfruta en silencio viendo una película suya al comprobar cómo los espectadores vibran con las escenas en las que ella aparece.

Por otro lado, Tarantino nos relata las vicisitudes de Rick Dalton (Leonardo di Caprio), un actor que está de capa caída, y de su doble y fiel escudero, Cliff Booth (Brad Pitt).  Tarantino pone el foco en dos personajes que contrastan completamente con el glamour y el éxito que se asocian a Hollywood, pues ambos ocupan un lugar marginal dentro del escenario artístico de Los Ángeles. Aunque Rick Dalton goza, evidentemente, de un estatus social más alto que el de su doble Cliff Booth, su carrera cinematográfica languidece de tal manera que uno no puede evitar situarles en una situación de marginalidad equivalente, con el agravio añadido para Rick del sabor amargo que supone tocar fondo después de haber conocido el éxito (siempre relativo en su caso, ya que lo máximo que había alcanzado en su carrera había sido protagonizar una serie de televisión de western). El desarrollo de los personajes de Rick y Cliff es maravilloso. Mientras que Rick recurre durante buena parte de la película al alcohol para conllevar su frustración, Cliff asimila con total entereza su precaria posición dentro del mundo cinematográfico. No tiene ningún problema en tener que estar siempre a disposición de su jefe y amigo Rick, todo lo contrario: se muestra muy solícito en todo momento. Además, no se amilana ante nadie, ni siquiera ante estrellas como Bruce Lee, a quien se permite retar y vencer en un duelo hilarante. Su fama de tipo duro se ve acentuada por una leyenda que circula por Hollywood, según la cual Cliff habría asesinado a su mujer. Como si se hubiera contagiado de la firmeza de Cliff, Rick acaba saliendo de su letargo, empujado en parte por cómo le afecta a su orgullo el que una jovencísima actriz con la que tiene que trabajar le venga a repartir lecciones sobre cómo actuar. Los diálogos y las escenas con la pequeña actriz son impagables.

Como se ha mencionado ya, de fondo de estas dos historias paralelas encontramos el Hollywood de los años sesenta. Un Hollywood que, a ojos de Tarantino, no ha podido permanecer impermeable al movimiento hippy surgido en aquella época. Los hippies están presentes en toda la película, forman parte de la fisonomía de Los Ángeles de los años sesenta. Tarantino los retrata con un desprecio evidente como progres ridículos que abrazan la revolución más como una forma de autocomplacencia personal que por el verdadero objetivo de cambiar el mundo que habitan. La larga escena en que Cliff se introduce en un rancho que antes había sido utilizado como set de rodaje para westerns, pero que ahora ha sido ocupado por decenas de despreocupados hippies es excelente. Tarantino logra crear una sensación de suspense asfixiante, así como, en un homenaje más al cine dentro de esta película, fabrica un mini western dentro de la propia película, con Cliff solo, sin aparente escapatoria, enfrentándose a la horda de hippies que se han asentado en el rancho.

La película culmina con un final frenético en el que Tarantino, para imprimir mayor velocidad a la narración, va señalando la hora y el minuto exacto en que se produce cada acción dentro del día clave de 1969 en que todos sabemos que un grupo de hippies acabó con la vida de Sharon Tate y sus amigos. Sin embargo, para sorpresa de todos, Tarantino propone un final alternativo. Del mismo modo que en Malditos Bastardos nos ofrecía un goce del que la historia nos había privado: ver matar a Hitler; en Once upon a time in Hollywood nos brinda la oportunidad de disfrutar viendo a Sharon Tate salvando su vida. Tarantino juega con el espectador durante toda la película: despistándole, manipulándole, haciéndole creer que esta película iba a tratar sobre el asesinato de Sharon Tate. Sin embargo, contra todo pronóstico, se desvía del final esperado por todos para reivindicar el poder del cine como generador de historias únicas y fantásticas, con estallido de violencia tarantiniana mediante, por supuesto. En una película que desprende en todo momento amor por la magia del cine, por la capacidad única de las películas de crear historias e imaginarios en los que los espectadores nos sumergimos para soñar y aliviar nuestras frustraciones vitales (o para regodearnos en ellas), Tarantino decide hacer su propia contribución construyendo una historia que nos tiene atrapados desde el primer al último segundo y que nos transporta durante más de dos horas y media a un mundo ficticio que nos habla de éxitos, fracasos, leyendas, villanos y héroes inesperados.  


   


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