"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

jueves, 1 de agosto de 2013

BIENVENIDOS AL ESPECTÁCULO


 En qué mal momento se me ha ocurrido esta mañana enchufar la caja tonta para sentarme a ver el pleno que tenía lugar en el Senado. No podría haber cometido error más grande para comenzar este mes de agosto, pues el espectáculo que he presenciado me ha producido tal desasosiego e indignación que me ha dejado mal cuerpo para el resto de la semana. Mi descolocación ha sido tal, que no he podido terminar de ver el final del pleno, puesto que me sentía perdido, hasta tal punto que no sabía discernir entre si estaba observando una reunión parlamentaria o una película totalmente zafia.

 Recuerdo que abundaban los chillidos, los exabruptos y, sobre todo, las falacias. Algunos se trataban de chillidos injuriosos; otros, de un júbilo tan incontenible que acababan reproduciéndose en grandes ovaciones, todos de pie, vitoreando fielmente a su infalible líder. Los máximos representantes de los dos partidos más importantes se lanzaban calumnias, tachando de corrupto al partido contrario, exigiendo autocrítica y remarcando la carencia ética del otro. El presidente del Gobierno parafraseaba a Rubalcaba, con el fin de parapetarse en argumentos con los que anteriormente se había defendido el líder socialista, argumentos que contradecían la actitud de Rubalcaba en el pleno de hoy y que delataban la conveniencia de sus declaraciones.

Mariano Rajoy esquivaba las preguntas de la mayoría de los portavoces de la oposición, dedicándose únicamente a responder a aquel a quien podía desarmar fácilmente mediante acusaciones pasadas; evitando, además, ofrecer una explicación convincente sobre los SMS que intercambió con Bárcenas una vez sabida la existencia de una cuenta ilegal del extesorero del PP en un banco de Suiza. Alfonso Alonso denunciaba públicamente la falta de modestia de Rosa Díez al mismo tiempo que él se jactaba, haciendo uso de la ironía, de la mayoría absoluta obtenida por el Partido Popular en las últimas elecciones. Tampoco faltaban las apelaciones a grandes citas de intelectuales con las que algunos políticos concluían sus comparecencias, pretendiendo impregnar sus falaces discursos de coherencia y sentido común.

Yo no podía salir de mi estado de estupefacción, que, en suma, iba incrementándose conforme transcurría la sesión. Deseaba bajar la cabeza y encontrarme con un cuenco de palomitas entre mis manos, con la intención de convencerme de que aquel esperpento que estaba observando no era sino una mera ficción. Desgraciadamente, el anhelado cuenco no apareció en ningún momento. Por lo que apagué el televisor, INDIGNADO. Indignado al constatar, una vez más, cómo la diatriba política eclipsa el verdadero esclarecimiento de los asuntos que conciernen a la ciudadanía; indignado al observar cómo se prima la pugna, en detrimento de la cooperación; indignado al comprobar que la política se aleja cada vez más de los ciudadanos. Indignado, en fin, ante las grandes lagunas democráticas de nuestro país.



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