"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

viernes, 15 de marzo de 2013

HUMANIDAD


De veras que me enerva la sociedad en la que vivimos. Sólo importa el dinero. Todo está supeditado a él. Únicamente se piensa en los beneficios crematísticos. Concebimos el dinero como sinónimo de valor, cuando ni mucho menos es así. Hace unos días vi Lo Imposible, una película española en la que se plasman unos valores que refutan totalmente esta aborrecible tendencia capitalista que impera en el mundo desde hace demasiado tiempo. 

Este film relata la historia de una familia española compuesta por un matrimonio joven y sus tres hijos, que pasaba sus vacaciones de navidad en Tailandia, alojada en un lujosísimo hotel, pues se trataba de una familia bastante acaudalada. Sin embargo, en una mañana de su relajante estancia en el país asiático, tuvo lugar un devastador tsunami que arrasó toda la costa, logrando, así, separar a la familia. De esta forma, comienza la desesperante, dramática e inquietante búsqueda de los unos a los otros. Por un lado, el padre consigue hacerse con dos de sus hijos, mientras que, por el otro, la madre y el hijo mayor coinciden y se disponen a realizar un laborioso viaje que les lleve a un hospital para poder tratar las graves heridas que había sufrido la madre y, posteriormente, afanarse en la búsqueda del resto de miembros de la familia. No obstante, estas prioridades se ven alteradas por la aparición de nuevas necesidades, entre las que figuraba recoger a un niño pequeño que se hallaba solo, y el ofrecimiento de ayuda a gran parte de los heridos con los que se topaban. Como ellos, actuaba la mayoría de las víctimas de la conmevodora catástrofe natural. De hecho, a la madre le salvó el amparo y cuidado que le ofreció un nativo, que interrumpió la búsqueda de sus familiares para cargar con la joven española hasta conducirla a un hospital. Ejemplos de caridad humana, como estos, abundan en la película y, estoy seguro de que, como indica la protagonista real de la historia, son incontables los actos de generosidad, bondad y humanidad que se dieron durante esas angustiosas horas y días en las que todos habían perdido todo.

Los afectados por el tsunami dejaron de lado todas las diferencias raciales, culturales, sociales y económicas que podrían haberlos separado en cualquier momento anterior de sus vidas, con el fin de centrar todos sus esfuerzos en la supervivencia de los seres humanos que estaban sufriendo tal tragedia. Por un momento, la única condición que importaba para recibir una ayuda era la condición de ser humano. El miedo y pánico eran comunes a todos los habitantes de la zona. Todos comprobaron en primera persona cómo se las puede ingeniar la naturaleza para causar irreparables daños. Aceptaban en ese momento, pues, la vulnerabilidad de todo ser humano frente al poder de la propia naturaleza. Ni el dinero, ni la tecnología, ni el orgullo pueden hacer nada frente a él. Es una lástima que se necesite de estas desgracias para sensibilizarse con todos los humanos, hasta con aquellos que algunos despreciaban y vejaban únicamente por su color de piel hasta el momento en el que les tendieron la mano con el fin de ayudarles. 

Somos seres humanos, que nos deberíamos sentir, en gran parte, desprotegidos por el azar que nos ha traído a esta vida que a veces parece escurrirse de nuestras manos. No comprendo por qué cuesta tanto asimilar que, por muchos avances y progresos que experimentemos, jamás podremos controlar en su totalidad el mundo en el que habitamos. Por ello, frente a esta incertidumbre que nos invade a todos acerca de nuestra existencia (o futura y pasada no existencia) en este mundo, creo que lo lógico sería que valoráramos, por encima de todo, nuestra condición de humano. Ya que, al fin y al cabo, nuestra característica más destacable y que compartimos todas las personas, es la de ser humanos. Si toda la gente se concienciara de ello, seguro que la vida en conjunto de la humanidad, sería mucho más fácil y agradable. Por esta razón, considero un  gran disparate postergar la humanidad al dinero, como se está haciendo en la actualidad. Esto no hace sino reflejar la falta de concienciación y, sobre todo, el predominio de un concepto erróneo acerca de nuestra vida. El primer ser humano no llegó al mundo con moneditas y billetes en la mano, hemos sido nosotros quienes hemos creado este sistema de intercambio con el fin de facilitar el comercio. Somos, pues, los artífices del dinero y, sin embargo, estamos subyugados a él. Se me revuelve el estómago solo de pensar en la posibilidad de que en un futuro no tan lejano sean los robots, también creados por nosotros mismos, quienes nos dominen a los seres humanos. 

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