Raimunda me ha llamado por teléfono para quejarse de que últimamente la tengo abandonada en Instragram. Me estoy centrando demasiado en otros personajes y tiene miedo de convertirse en un personaje secundario. Yo, sorprendido con su comentario, le he dicho que compruebe mi blog, que ahí sale siempre. Pero no, ella quiere Instagram. “Si tu blog ese no lo lee ni el tato”, me ha dicho con la delicadeza que le caracteriza. Para tranquilizarla, le he comentado que algunos de mis amigos y familiares que me siguen en Insta me preguntan por ella. “¿Qué se cuenta la Raimun?”, me han llegado a preguntar nada más verme. Parece ser que le hace ilusión escuchar eso de mi boca. Le cambia enseguida el tono de voz y noto, a pesar de que no puedo verla, que se ha ruborizado. Si es que es vanidosa, bien que lo sé yo.
Ha aprovechado la llamada para recriminarme otras cosas. Me ha dicho que no
remarco lo suficiente que a ella también le gustan las tías. Yo le he
contestado que tenga paciencia y que, además, no quiero convertirla en una mera
cuota. “¿Cuota?, pero serás cenizo, César. Se llama representación de la diversidad
y sirve para reparar muchos siglos de silencio”. Después de esa primera tirada
de orejas, me ha dicho que no era necesario que fuera tan explícito narrando
cómo perdió la virginidad en el Calderón. “Podrías respetar un poco más mi
intimidad, ¿no? Una cosa es que vayan a saber sobre mi vida, otra cosa es que
no dejes nada para mí”. Me ha sugerido, además, que cuente su episodio con el
Cholo, que ese sí hará gracia a mis followers.
Yo le he dicho que tampoco se venga arriba con tanta exigencia. Que, al fin
y al cabo, es un personaje de ficción y no tiene reconocido ningún derecho. Como
era de esperar, se ha mosqueado conmigo y me ha colgado. A ver ahora cómo hago
para reconciliarme con ella.
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