Jacinta se encuentra mal y Raimunda le obliga a quedarse en casa, a pesar de que es domingo y de que ello supone perderse la visita rutinaria a la tumba de Isidoro.
-Mamá, no seas cabezota, por dios. Hoy te quedas en casa. Pero si es que,
mírate, si apenas puedes levantarte del sillón.
-Joder con las hijas que inhabilitan a sus madres. ¿No tendré yo edad para
decidir libremente sobre mi salud? Quiero ir a ver a tu padre. No he faltado
ningún domingo y este no va a ser una excepción. Me encuentro fresca como una
rosa.
-Si es como la rosa más marchita del campo, sí, ahí te doy la razón. Tu
apariencia no puede ser más preocupante. Se te ve pachucha. No seas tozuda y
siéntate. Mamá, ¡siéntate! -enfatiza Raimunda cuando ve que Jacinta, para
desafiarla, levanta ligeramente su trasero del sillón.
-¿Y yo qué voy a hacer con todas las canciones que le tenía que cantar hoy
a papá si me mantienes confinada en casa? ¿Adónde van a ir a parar todas las
palabras que llevo escribiendo en mi cabeza durante la semana? ¿Y las melodías que
he creado para acompañarlas? No irás a privar a tu pobre padre, pachucho él de
verdad ahí rodeado de muertos tediosos, de mi ingenio y mi dulzura, ¿no? No
osarás…
-Qué razón tiene tía Dolores cuando te llama chantajista emocional. Hoy te
estás luciendo de verdad. O sea, es que de verdad que no sé qué decir ante
tanto despropósito -hace una pausa-. Bueno, sí, creo que lo sé. O me obedeces a
mí o llamo a tía Dolores para que sea ella la que te dé la murga. Sabes
perfectamente que, si la llamo, la tienes aquí en menos de un minuto con su
maletín de aspirante a enfermera y sus altas dosis de hipocondría.
-¡Ni se te ocurra! -ahora Jacinta levanta el culo del sillón no como
desafío a su hija, sino de manera natural, con un respingo que condensa a la
perfección el miedo que le produce la imagen que le está pintando Raimunda-.
Como llames a tu tía, te desheredo, traidora. Que eres una traidora. Cuántos
años cuesta de criar una hija para que luego le falte tiempo para pegarte la
puñalada trasera. Brutus. Que eres una Brutus. Brutus Raimunda. Arráncame los
laureles -se señala la sien-, ven, arráncamelos y culmina así la conquista de
mi territorio, despójame de lo poco que resta de mi libertad.
-Qué pena que el mundo del teatro se haya perdido tu sutileza
shakesperiana.
Jacinta observa la luz que procede de un móvil que Raimunda ha colocado
sobre la cómoda del salón. El móvil empieza a emitir pitidos. Pi-pi-pi-pi-pi. De
repente, los pitidos se ven interrumpidos por una voz familiar que inunda el
salón.
-Ay, Raimunda, cariño, ¡buenos días! ¿Qué necesitas, cielo?
Jacinta, al comprender lo que está sucediendo, se levanta rápidamente del
sofá dirección a la cómoda. Se planta delante de la pantalla y con el dedo
índice de su mano derecha empieza a lanzarle golpes. Sus manos le tiemblan por
los nervios y no logran atinar al botón rojo. Se sigue oyendo de fondo la voz
de su hermana. “¿Qué pasa, Raimun? ¿Puedes responderme, por favor? Me estoy
empezando a preocupar”. La preocupación que trasluce la voz de su hermana
intensifica los nervios que siente Jacinta, que se manifiestan a través de gruñidos descompasados. Después de varios intentos, por fin consigue darle al botón de colgar. Se gira
a Raimunda con una mueca de enfado que cubre todo su rostro y que anticipa la
tempestad.
-¡Desagradecida! ¡Mala víbora! ¡Mal
bicho! ¡Mala pécora! ¡Rata traidora! ¡Sabandija! Esta no te la voy a perdonar como que me llamo
Jacinta Trujillo Arboleda. Por encima de mi cadáver vuelves a intentar chantajearme
de esta manera. Nunca más, Raimunda. Nunca más.
Haber esperado la reacción de su madre no reduce en absoluto el miedo que
todavía le produce a Raimunda ser receptora de estos arrebatos de ira. Se rehace rápidamente para que su madre no
aprecie el poder que sigue ejerciendo sobre ella. Se ajusta el pañuelo negro en
la cabeza y le dice:
-Bueno, llámame lo que quieras, ¿qué no me habrás llamado ya a estas
alturas de la vida? Pero entiendo que, vista la preocupación injustificada de
tu hermana por una llamada en la que no la he informado de nada, te puedes
imaginar perfectamente cómo reaccionará cuando le pase el parte de cómo de mal
estás esta semana. Así que, ya sabes, insúltame todo lo que quieras, pero yo me
marcho al cementerio y tú te quedas aquí. Le daré besos a papá de tu parte, eso
tenlo por seguro.
Y sin dar opción a que su madre le dé la réplica, Raimunda abre la puerta
de casa y se va. Jacinta, resignada, vuelve a acomodarse en el sillón y musita
para sí misma: “Si es que lo peor es que es igual a mí”.
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