"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

viernes, 16 de diciembre de 2022

Sabandija

Jacinta se encuentra mal y Raimunda le obliga a quedarse en casa, a pesar de que es domingo y de que ello supone perderse la visita rutinaria a la tumba de Isidoro.

-Mamá, no seas cabezota, por dios. Hoy te quedas en casa. Pero si es que, mírate, si apenas puedes levantarte del sillón.

-Joder con las hijas que inhabilitan a sus madres. ¿No tendré yo edad para decidir libremente sobre mi salud? Quiero ir a ver a tu padre. No he faltado ningún domingo y este no va a ser una excepción. Me encuentro fresca como una rosa.

-Si es como la rosa más marchita del campo, sí, ahí te doy la razón. Tu apariencia no puede ser más preocupante. Se te ve pachucha. No seas tozuda y siéntate. Mamá, ¡siéntate! -enfatiza Raimunda cuando ve que Jacinta, para desafiarla, levanta ligeramente su trasero del sillón.

-¿Y yo qué voy a hacer con todas las canciones que le tenía que cantar hoy a papá si me mantienes confinada en casa? ¿Adónde van a ir a parar todas las palabras que llevo escribiendo en mi cabeza durante la semana? ¿Y las melodías que he creado para acompañarlas? No irás a privar a tu pobre padre, pachucho él de verdad ahí rodeado de muertos tediosos, de mi ingenio y mi dulzura, ¿no? No osarás…

-Qué razón tiene tía Dolores cuando te llama chantajista emocional. Hoy te estás luciendo de verdad. O sea, es que de verdad que no sé qué decir ante tanto despropósito -hace una pausa-. Bueno, sí, creo que lo sé. O me obedeces a mí o llamo a tía Dolores para que sea ella la que te dé la murga. Sabes perfectamente que, si la llamo, la tienes aquí en menos de un minuto con su maletín de aspirante a enfermera y sus altas dosis de hipocondría.

-¡Ni se te ocurra! -ahora Jacinta levanta el culo del sillón no como desafío a su hija, sino de manera natural, con un respingo que condensa a la perfección el miedo que le produce la imagen que le está pintando Raimunda-. Como llames a tu tía, te desheredo, traidora. Que eres una traidora. Cuántos años cuesta de criar una hija para que luego le falte tiempo para pegarte la puñalada trasera. Brutus. Que eres una Brutus. Brutus Raimunda. Arráncame los laureles -se señala la sien-, ven, arráncamelos y culmina así la conquista de mi territorio, despójame de lo poco que resta de mi libertad.

-Qué pena que el mundo del teatro se haya perdido tu sutileza shakesperiana.   

Jacinta observa la luz que procede de un móvil que Raimunda ha colocado sobre la cómoda del salón. El móvil empieza a emitir pitidos. Pi-pi-pi-pi-pi. De repente, los pitidos se ven interrumpidos por una voz familiar que inunda el salón.

-Ay, Raimunda, cariño, ¡buenos días! ¿Qué necesitas, cielo?

Jacinta, al comprender lo que está sucediendo, se levanta rápidamente del sofá dirección a la cómoda. Se planta delante de la pantalla y con el dedo índice de su mano derecha empieza a lanzarle golpes. Sus manos le tiemblan por los nervios y no logran atinar al botón rojo. Se sigue oyendo de fondo la voz de su hermana. “¿Qué pasa, Raimun? ¿Puedes responderme, por favor? Me estoy empezando a preocupar”. La preocupación que trasluce la voz de su hermana intensifica los nervios que siente Jacinta, que se manifiestan a través de gruñidos descompasados. Después de varios intentos, por fin consigue darle al botón de colgar. Se gira a Raimunda con una mueca de enfado que cubre todo su rostro y que anticipa la tempestad.

 -¡Desagradecida! ¡Mala víbora! ¡Mal bicho! ¡Mala pécora! ¡Rata traidora! ¡Sabandija! Esta no te la voy a perdonar como que me llamo Jacinta Trujillo Arboleda. Por encima de mi cadáver vuelves a intentar chantajearme de esta manera. Nunca más, Raimunda. Nunca más.

Haber esperado la reacción de su madre no reduce en absoluto el miedo que todavía le produce a Raimunda ser receptora de estos arrebatos de ira. Se rehace rápidamente para que su madre no aprecie el poder que sigue ejerciendo sobre ella. Se ajusta el pañuelo negro en la cabeza y le dice:

-Bueno, llámame lo que quieras, ¿qué no me habrás llamado ya a estas alturas de la vida? Pero entiendo que, vista la preocupación injustificada de tu hermana por una llamada en la que no la he informado de nada, te puedes imaginar perfectamente cómo reaccionará cuando le pase el parte de cómo de mal estás esta semana. Así que, ya sabes, insúltame todo lo que quieras, pero yo me marcho al cementerio y tú te quedas aquí. Le daré besos a papá de tu parte, eso tenlo por seguro.

Y sin dar opción a que su madre le dé la réplica, Raimunda abre la puerta de casa y se va. Jacinta, resignada, vuelve a acomodarse en el sillón y musita para sí misma: “Si es que lo peor es que es igual a mí”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario