Jacinta rebufa arrellenada en el sillón del salón. Sale bilis de su boca al
comprobar que Raimunda ha cogido sus llaves y ha cerrado la puerta de casa con
ellas. Después de desgranar lentamente todas las maldiciones habidas y por
haber, decide resignarse y envía su cabeza a ponderar otros asuntos.
El vídeo de despedida. Es un momento propicio para volver a él y añadir las
modificaciones debidas. Jacinta tiene claro desde hace años que ella no quiere
un funeral al uso. No quiere misa -sólo pensar en la voz del cura en cuestión penetrando
su indefenso féretro le pone de mala leche- y tampoco quiere un funeral civil
ordinario. Como buena cinéfila, quiere asegurarse de que su despedida sea
contada desde un ángulo idóneo y con un encuadre que le saque partida a su
figura. No importa lo cadavérica que pueda llegar a estar, es su cuerpo y con
él quiere incrustarse en la memoria de los seres que le importan. Además, quiere
ser protagonista que para algo será su funeral. Jacinta es muy posesiva en todo
lo concerniente a los trámites post mortem. Está harta de asistir a
funerales donde cada asistente se estruja los sesos para pensar, y después comunicar
a la familia, memorias en las que el muerto compartió su tiempo con ellos, como
si ese tiempo en el que los asistentes (a cuál más irrelevante) consiguieron
inmiscuirse en la vida del muerto bastara para explicar la importancia y
trascendencia de quien ya no está entre nosotros. “¡Iros a pastar!”, grita Jacinta
a los hipotéticos asistentes de ese funeral no planificado por ella. “A hablar
de vuestro libro a vuestra puta casa, que ahora es mi momento. Mi momento. Si
la muerte ni siquiera garantiza el protagonismo exclusivo de uno durante los
minutos de su funeral, ¿qué podemos esperar ya? Anda, iros a freír espárragos,
pedazos de moñas”. Jacinta se indigna pensando en ese hipotético funeral al
uso, aunque sabe que el suyo nunca ocurrirá en esos términos porque para eso
lleva años entregada al cometido de diseñar todos sus pormenores.
Ella quiere estar presente el día de su funeral a través de un vídeo. El inicio de la despedida lo tiene claro, no
lo ha cambiado desde el primer ensayo, que se remonta a más de veinte años
atrás. “Miradme, queridos, sí, aquí estoy, levitando entre vosotros. Rompiendo
las barreras del espacio y del tiempo. Por un lado, procedo del pasado, ya que
no estoy ya entre vosotros y, sin embargo, aquí estoy. Por otro lado, provengo
del futuro, pues este vídeo está siendo reproducido en un espacio temporal
posterior al momento en que fue grabado. Os hablo así, compuesta de pasado y de
futuro, omnipresente, sin necesidad de recurrir a un Dios que exhiba las
características sobrenaturales que yo encarno en este instante. Observadme -y levanta
los brazos y los coloca en forma de cruz-, ¿qué tengo que envidiar yo al hijo
de Dios?”.
Después de darle muchas vueltas a cómo seguir, al final se ha decidido a
dejar la broma que se le vino a la cabeza hace veinte años al pensar por
primera vez en este vídeo. Aún sigue sin tener claro si el efecto de ésta será
o no anticlimático, pero ¿qué le importa el clima a un muerto? “Ahora que hablo
del hijo de Dios, quiero confesar, Padre, que la primera vez que me masturbé
fue en los baños del Prado pensando en el Jesucristo crucificado de Velázquez. Los
abdominales marcados, la sangre deslizándose suavemente por su bello torso y, especialmente,
esos paños menores, menorísimos, que, en lugar de tapar sus partes, invitan a uno
a imaginarlas, todos esos factores en conjunto catapultan -y siguen catapultando-
la libido de cualquier joven. Eso es indiscutible. Y eso es lo que me sucedió a
mí”.
En el vídeo aparece ataviada con un vestido rojo con escote pronunciado que
le regaló Isidoro en el viaje de novios. Le queda largo y demasiado ceñido,
pero no le importa. Respeto sepulcral a su Isidoro. Enumera las personas que
han poblado su vida, bien sea para bien o para mal, y dedica cosa de un minuto
a dirigirse a cada una de ellas. Al Seta, uno de sus primeros líos, le agradece
los truquitos que le enseñó y le recrimina que tuviera tan corta la paciencia y
tan larga la indecencia. Ni siquiera un adiós de despedida, hay que ser jo puta.
Al Xexu, otro de sus líos, le pide que le devuelva a Raimunda las pesetas que
le debía a ella. Engañarme y sajarme al mismo tiempo, menudo sinvergüenza
estabas hecho, Xexito. Se dirige a Ramona, su peluquera durante más de treinta
años, y le agradece toda la cháchara que le ha dado y el arsenal de chismes con
los que la ha provisto. Sin ti, me habría quedado fuera de lugar en el barrio. A
Silvia, la amiga de Raimunda, le dice que ha disfrutado mucho dándole cariño y
cuidándola cuando era pequeña. Cuando te quedabas a dormir, era como una fiesta
para mí, me encantaba montaros la tienda de campaña a Raimunda y a ti en el
salón. También me emocionaba mucho ver la cara de ilusión que se te ponía
cuando veías que había comprado tus galletas favoritas para desayunar. Hija, no
dejes de cuidar nunca a Raimun, por favor te lo pido. Al carnicero del barrio
le suelta que a ver si deja de tener la mano tan suelta, que si no acabará
cortándose un día con el cuchillo. O le cortarán otras esas manazas.
Jacinta va eliminando y añadiendo a gente en cada ensayo del vídeo, así
como va modificando lo que dice de aquellos que aparecen de continuo. Dolores
es la única que ha tenido acceso a cada uno de los vídeos que ha grabado, eso sí,
sin llegar nunca a ver qué dice su hermana sobre ella. “No quiero que te
relajes demasiado conmigo si escuchas las cosas bonitas que te digo”. Además,
Jacinta esgrime su vídeo final como un arma amenazadora contra Dolores. “O te
portas bien o te borro del vídeo”, le ha dicho en más de una ocasión. No tiene
piedad.
Entre los asuntos que ha dejado zanjados Jacinta, se encuentra el alquiler
del cine Doré tres días después de su fallecimiento. Quiere que sea ahí, en la
filmoteca nacional, donde se proyecte el culmen de su obra cinematográfica. Lo
de los tres días lo ha decidido para que así dé tiempo a que se trasladen a
Madrid aquellos que no viven en la capital.
Otro aspecto de la última versión del vídeo a destacar es su final, en el
que ruega a Dolores y a Jacinta que, por favor, la trituren. “Sólo faltaba,
abandonar mi cuerpo en la intemperie sin poder habitarlo yo. Nanay. A mí
trituradita de pe a pa. Seguro que sepo, sabo o sé (como se diga) mejor. Os
pido, además, que peséis mis cenizas. Que yo sé lo que peso viva (68 kilos),
pero no sé lo que pesaré muerta. Para pesarme muerta, no pongáis en la báscula
las cenizas dentro de la urna. Quiero que me peséis sin la urna. Al natural. Mi
último topless. Lo de pesarme muerta no es un asunto baladí. Quiero que lo
hagáis porque mi deseo es asignar distintos porcentajes a mis cenizas y
otorgarle un fin a cada porcentaje. Os cuento. Quiero que el 10% de mis cenizas
sean esparcidas sobre la tumba de Luis Aragonés, mi gran referente colchonero.
Luego, 20% de ellas deseo que sean depositadas sobre la tumba de Alain Delon, gata y parda a la vez me ha puesto siempre ese hombre. Otro 20% quiero
que lo derraméis sobre la tumba de Paul Newman, a ver si así puedo darle yo el
golpe final, jeje. Y ya, por último, el 50% restante sobre la tumba de Cary
Grant. Que sí, que no soy ajena a los rumores sobre su homosexualidad, pero es
que me dan absolutamente igual. Bebo los vientos por Cary desde pequeñita y con
Cary quiero descansar hasta la eternidad. Me gustaría aclarar que el uso destinado
a mis cenizas no colisiona para nada con mi amor hacia Isidoro, ni supone un
feo para él. No sé, ya que no pudimos probar con nadie más durante nuestro
matrimonio, me parece bien aprovechar ahora mi tiempo como muerta y acercarme a
otros hombres que he encontrado siempre altamente atractivos. Otra cosa es si
resulta moralmente correcto que invada el espacio de Luis, Alain, Paul y Cary
sin su consentimiento expreso. Pero de verdad que no quiero acostarme con
ellos, únicamente busco yacer junto a ellos. A Cary lo único que anhelo es
cantarle hasta el fin de los días ‘todo te lo puedo dar, menos el amor, baby’.
Y por los gastos de ir a Estados Unidos, no os preocupéis, que los cubro de
sobra con lo que os dejo en la herencia, mis chicas. De verdad, no preocuparos.
Os quiero, leñe. Dolores, no te olvides de batirme bien, que ya sabes la
canción esa que tanto nos gusta bailar en la Gozadera”. Jacinta se arranca y
empieza a cantar a grito pelado:
“Ma-yo-ne-sa ella me bate como haciendo mayonesa
Todo lo que había tomado se me subió pronto a la
cabeza
Ma-yo-ne-sa ella me bate como haciendo mayonesa
No sé ni cómo me llamo ni dónde vivo (ni dónde
vivo) ni me interesa.
Y haciendo palmas y arriba y arriba
Es el coro que arranca que dice que dice
Bate que bate eeee el chocolate eeee
Bate que bate
Bate que bate que bate el chocolate.”
Deja de cantar y cierra
el vídeo con un último grito: “¡Os quiero, mis niñas!”.
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