- “Nena, ponte guapa, que hoy vamos a conquistar la
noche madrileña”.
-“Pero, Jacinta, si son las diez, estoy tejiendo
la bufanda que me pediste y en nada me iré a la cama. Olvídate”.
-“Mira que eres ceniza, hermana. A padres les
daría vergüenza ver lo moñas que eres. Hija, es que nunca te apetece nada. Estás
aplatanada. Eres una sosa. No haces nada por disfrutar el presente. Va, ¡vente!
-“Ni se te ocurra mencionar a padres para
convencerme. Manipuladora. Que eres una manipuladora. Qué harpía has sido
siempre, jodía. Y deja de meterte conmigo. Yo no soy sosa. Me divierto mucho yo
sola. Otra cosa es que no lo externalice”.
-“Perdón, no quería meterme contigo. Ya sabes como
soy. Tengo la lengua demasiado afilada. No, pero, en serio, me encantaría que
vinieras. Lo vamos a pasar fenomenal. Además, lo necesito, que estoy ansiosa a
más no poder. O salgo de fiesta o me fumo una cajetilla entera”.
-“Qué bruta eres, Jacinta. Si es que no cambias.
Da igual que tengas 70 años, sigues igual de bruta que siempre. E igual de
fresca. Mira que salir de fiesta a tu edad”.
-“Jajaja, ¿quién es la harpía ahora, hermana?”.
-“Bueno, vale, boba. Me acicalo y en una hora estoy
en tu casa”.
-“Ya sabía yo que podía contar con mi hermana.
Guapa, más que guapa. Si es que eres la mejor hermana del mundo”.
-“Anda, tira, tira. Ahora no te me pongas
zalamera. Te veo en nada. Un beso”.
Se encuentran en el portal de casa de Jacinta. Como
les ha pasado desde que eran pequeñas, van vestidas prácticamente igual sin
haber discutido antes qué iban a ponerse. Tacones. Vestido color púrpura largo y
ceñido. Un chal de seda rojo. Y baratijas del mercadillo que dan un poco el
pego y les confieren cierto glamour. Una pulsera dorada en la mano derecha. Un collar. Y unos pendientes de perlas. Cuando se ven, no pueden evitar reírse. “Si es que
no aprendemos”.
A Jacinta le pirra el reggaetón, así que van a La
Gozadera, su local favorito. Dolores se escandalizó cuando su hermana le habló
por primera vez de este tipo de música hace unos años. Le cantaba las letras de
las canciones y las bailaba agarrándose a la fregona. Dolores, mientras, se
santiguaba y pedía perdón al señor por tanta blasfemia. “Lo tuyo no tiene
nombre, Jacinta. Si padres te vieran…”. Con el paso de los años y tantos días
escuchando a su hermana, Dolores al final se ha acabado haciendo al reggaetón.
De hecho, a veces se lo pone en la radio mientras cocina, aunque aún no se ha
atrevido a confesárselo a Jacinta.
Llegan a la entrada de la La Gozadera. Hay una
cola larga de jóvenes que aprovechan la espera para prolongar el botellón. Dolores
se siente una estafadora, no puede estar ahí, no es apropiado a su edad. A Jacinta,
sin embargo, se la trae al pairo. Ha estado tantas veces en el local que conoce
a todo el mundo y nunca se siente juzgada. Todo lo contrario. Ahí la idolatran.
El segurata de la puerta es con la única con la que muestra algo de simpatía. Nada
más verla, se le quita la cara de mala hostia que tienen los de su especie,
descruza los brazos, destensa la mandíbula y se le iluminan los ojos.
-“Doña Jacinta, usted por aquí, ¡qué alegría! Ya
la echábamos de menos”.
-“Ay, Aitor, mira que te me pones tontote rápido.
¿Cuántas veces te he dicho que me tutees?
-“Disculpe, Doña Jacinta, pero es que no me sale.
Bueno, ya sabe que aquí los jubilados no pagan entrada. Así que adelante. La
noche es suya”.
Se pide un gin tonic cada una. Se los sirven en un
vaso de tubo. Se hacen un hueco entre la muchedumbre. Jacinta tira de su
hermana. Va apartando a la gente con empujones. Algunos se giran de mala leche,
con ganas de gresca, pero cuando ven que es una señora mayor y, sobre todo,
cuando se dan cuenta de que es Doña Jacinta, inmediatamente relajan las facciones
de la cara y sonríen. Dolores no ve ni un pimiento. Ha dado un sorbo al gin
tonic y ya va piripi. Sólo escucha cómo la gente susurra el nombre de su hermana
con un aire de admiración y misterio, como si su mera presencia en el local
justificara ya lo que han pagado para entrar. Se sitúan en el centro de la
pista de baile. La música atrona sus tímpanos. “Tú me dejaste caer, pero ella
me levantó. Llámale poca mujer, pero ella me levantó. Tú me dejaste caer, pero
ella me levantó. Llámale poca mujer, pero ella me levantó. Oh-oh-oh. Pero ella
me levantó. Eh-eh-eh. Pero ella me levantó. Me fallaste, abusaste, vacilaste.
Ella me revivió. Me dejaste, te burlaste, ahora es tarde. Ella me rescató. Hey.
Limpió mis heridas a tiempo. Hey. Sanó todo mi sufrimiento. Hey”. Jacinta está
desatada. Se agarra la punta del vestido y lo levanta arriba y abajo. Mueve sus
caderas. Da vueltas sobre sí misma. Se muerde el labio inferior. Alza al aire el dedo índice de la mano derecha y cierra los ojos, embriagada
completamente por la música. Los jóvenes hacen un círculo su alrededor. Ella
les coge de la mano y les hace girar sobre sí mismos. Se agacha poco a poco
hasta que su trasero toca el suelo pegajoso, lo restriega en la superficie
durante cinco segundos y vuelve a subir, también poco a poco. La gente grita eufórica.
“Dale duro, Doña Jacinta. Di que sí”.
Dolores sigue bebiendo. Está completamente
borracha. Sin saber cómo, de repente se ve bailando. Se coloca detrás de su
hermana y empieza a cantar a grito pelado. “Y me dice ‘papi’. 'Tá bien dura
como Natti. Borracha y loca, a ella no le importa. Vamo' a perrear, la vida es
corta, e. Y me dice ‘papi’. 'Tá bien dura como Natti. Despué' de las doce no se
comporta. Vamo' a perrear, la vida e' corta. Ante' tú me pichaba'. Ahora yo
picheo. Ante' tú no quería'. Ahora yo no quiero”. Jacinta no da crédito. Nunca ha
visto a su hermana así. “¿Desde cuándo te sabes la letra de esta canción?”.
Dolores sigue a lo suyo, concentrada. Se remueve el pelo mientras baila. Un
chaval de unos veinte años se ríe de ella. “Ven aquí, chato, te voy a enseñar
lo que es un buen perreo”. El chaval accede por las risas frente a la mirada
expectante de sus colegas. Dolores se aprieta a él por detrás y va descendiendo
muy poco a poco, siguiendo el ritmo de la música. Baja, como su hermana, hasta
el fondo. El chaval no tiene la elasticidad ni el aguante suficiente para darle
la réplica. Sus amigos se empiezan a reír de él por flojo y bocachanclas. “Pedro
ladrador, poco mordedor. Te falta resistencia, cari”, le espeta Dolores. El
chaval se marcha corriendo, avergonzado.
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