Ahora que Anatolio Alonso “Anato”, estudiante de la enseñanza
pública, ha logrado la calificación más alta de la Selectividad –un 9.95-, me
parece que nos encontramos ante el mejor momento para reivindicar la educación
pública. Sí, efectivamente, esa misma educación pública que tantos palos está
recibiendo en los años recientes.
Aunque a mí me resulte
escandaloso, todavía abunda la gente que cuestiona la enseñanza pública. Y no
sólo eso, sino que, además, se empeñan en desmantelarla. Por ello, me veo ahora
en la obligación de exponer por qué creo que esta modalidad educativa es tan
imprescindible. No se crean que voy a descubrir nada nuevo, más bien, voy a
limitarme a escribir algunas evidencias, que, para tratarse de evidencias,
están muy poco establecidas en algunos sectores de la sociedad.
En la actualidad, existe una gran
laguna moral que impide, cada vez más, conocer qué es eso de la empatía. Esta
tendencia desemboca en una falta de conciencia acerca de cuán importante
resulta el azar en nuestras vidas. Tengo la sensación de que mucha gente que
nace en familias acaudaladas se siente responsable de ese privilegio.
Consideran que son superiores puesto que han nacido en familias “superiores”
(primer error, concebir la capacidad adquisitiva como sinónimo de
superioridad). Sin embargo, se olvidan de que esa fortuna es fruto totalmente
del azar. Quien nace en un ambiente de riqueza no ha hecho ningún mérito para
localizar su vida en él. De la misma forma que los habitantes de los países
menos desarrollados no son masoquistas que han escogido vivir sumidos en la
pobreza. El azar, por tanto, es el causante de las ingentes desigualdades que
protagonizan el inicio de nuestras vidas. Por ello, en tanto que carecemos de
mérito o demérito respecto al origen de nuestras vidas, debemos reivindicar la
igualdad de oportunidades para todos. ¿Por qué una persona nacida en una
familia humilde no va a poder tener acceso a la educación? Acabar con la
educación pública significa perpetuar este determinismo inicial del azar, hasta
convertirlo en un determinismo vitalicio. Significa, pues, restringir la
libertad, destrozarla, destruirla. El desmantelamiento de la enseñanza pública
consiste en agudizar aún más las injusticias de la vida. Finiquitar la educación
pública implica establecer una esencia definida en las personas,
imposibilitando que se lleve a cabo un desarrollo autónomo, pues la libertad
quedará reducida a aquellos que puedan permitirse el coste económico de la educación.
Asimismo, el desmantelamiento de
la educación pública es un gran atentado contra la democracia, ya que esta
forma pluralista de educación es una de las máximas expresiones de la misma. La
enseñanza pública, del mismo modo que la democracia, abraza la diversidad. Se
educa en el pluralismo, en la tolerancia y en el respeto a los otros. Además,
la única condición para lograr el acceso en ambas es la condición de ser
humano, rehusando, por tanto, el elitismo intelectual, la xenofobia, el
racismo, la homofobia, el machismo y cualquier otro tipo de discriminación.
El excelente resultado obtenido
por Anato en la Selectivad refleja
que la enseñanza pública, además de ser socialmente benefiosa, es eficiente y
fructífera. No podemos permitir que se siga recortando en un elemento que es tan
fundamental para el desarrollo democrático, social e incluso económico del
país. Por ello, debemos seguir reivindicando la importancia de la educación
pública. No se nos puede despojar de uno de los derechos más imprescindibles
del ser humano, como es el de obtener una educación universal y pluralista, al
alcance de todos. Si desaparece la educación pública, desaparece la igualdad de oportunidades.
Al igual que Anato, también César Fuster ha obtenido la mejor nota PAU de su comunidad. Y yo me siento muy contenta, no tanto por su calificación como por su pensamiento y sus valores que tan bien ha expuesto en esta reflexión.
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