De veras que me enerva la
sociedad en la que vivimos. Sólo importa el dinero. Todo está supeditado a él. Únicamente
se piensa en los beneficios crematísticos. Concebimos el dinero como sinónimo
de valor, cuando ni mucho menos es así. Hace unos días vi Lo Imposible, una película española en la que se plasman unos valores que refutan totalmente esta aborrecible tendencia capitalista que impera en el mundo desde hace demasiado tiempo.
Este film relata la historia de una familia española compuesta por un
matrimonio joven y sus tres hijos, que pasaba sus vacaciones de navidad en
Tailandia, alojada en un lujosísimo hotel, pues se trataba de una familia bastante acaudalada.
Sin embargo, en una mañana de su relajante estancia en el país asiático, tuvo
lugar un devastador tsunami que arrasó toda la costa, logrando, así, separar a la familia. De esta forma, comienza la desesperante,
dramática e inquietante búsqueda de los unos a los otros. Por un lado, el padre
consigue hacerse con dos de sus hijos, mientras que, por el otro, la madre y el
hijo mayor coinciden y se disponen a realizar un laborioso viaje que les lleve
a un hospital para poder tratar las graves heridas que había sufrido la
madre y, posteriormente, afanarse en la búsqueda del resto de miembros de la
familia. No obstante, estas prioridades se ven alteradas por la aparición de
nuevas necesidades, entre las que figuraba recoger a un niño pequeño que se
hallaba solo, y el ofrecimiento de ayuda a gran parte de los heridos con los
que se topaban. Como ellos, actuaba la mayoría de las víctimas de la
conmevodora catástrofe natural. De hecho, a la madre le salvó el amparo y
cuidado que le ofreció un nativo, que interrumpió la búsqueda de sus familiares
para cargar con la joven española hasta conducirla a un hospital. Ejemplos de
caridad humana, como estos, abundan en la película y, estoy seguro de que, como
indica la protagonista real de la historia, son incontables los actos de
generosidad, bondad y humanidad que se dieron durante esas angustiosas horas y
días en las que todos habían perdido todo.
Los afectados por el tsunami
dejaron de lado todas las diferencias raciales, culturales, sociales y económicas
que podrían haberlos separado en cualquier momento anterior de sus vidas, con
el fin de centrar todos sus esfuerzos en la supervivencia de los seres humanos
que estaban sufriendo tal tragedia. Por un momento, la única condición que
importaba para recibir una ayuda era la condición de ser humano. El miedo y
pánico eran comunes a todos los habitantes de la zona. Todos comprobaron en
primera persona cómo se las puede ingeniar la naturaleza para causar
irreparables daños. Aceptaban en ese momento, pues, la vulnerabilidad de todo
ser humano frente al poder de la propia naturaleza. Ni el dinero, ni la
tecnología, ni el orgullo pueden hacer nada frente a él. Es una lástima que se
necesite de estas desgracias para sensibilizarse con todos los humanos, hasta
con aquellos que algunos despreciaban y vejaban únicamente por su color de piel
hasta el momento en el que les tendieron la mano con el fin de ayudarles.
Somos
seres humanos, que nos deberíamos sentir, en gran parte, desprotegidos por el
azar que nos ha traído a esta vida que a veces parece escurrirse de nuestras
manos. No comprendo por qué cuesta tanto asimilar que, por muchos avances y
progresos que experimentemos, jamás podremos controlar en su totalidad el mundo
en el que habitamos. Por ello, frente a esta incertidumbre que nos invade a
todos acerca de nuestra existencia (o futura y pasada no existencia) en este
mundo, creo que lo lógico sería que valoráramos, por encima de todo, nuestra condición
de humano. Ya que, al fin y al cabo, nuestra característica más destacable y que
compartimos todas las personas, es la de ser humanos. Si toda la gente
se concienciara de ello, seguro que la vida en conjunto de la humanidad, sería
mucho más fácil y agradable. Por esta razón, considero un gran disparate postergar la humanidad al
dinero, como se está haciendo en la actualidad. Esto no hace sino reflejar la
falta de concienciación y, sobre todo, el predominio de un concepto erróneo acerca
de nuestra vida. El primer ser humano no llegó al mundo con moneditas y
billetes en la mano, hemos sido nosotros quienes hemos creado este sistema de
intercambio con el fin de facilitar el comercio. Somos, pues, los artífices del
dinero y, sin embargo, estamos subyugados a él. Se me revuelve el estómago solo
de pensar en la posibilidad de que en un futuro no tan lejano sean los robots, también
creados por nosotros mismos, quienes nos dominen a los seres humanos.
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