"Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor". José Luis Sampedro

sábado, 7 de octubre de 2023

A ratos perdidos

 

El otro día leí en Tuiter a un asiduo de El País decir que Chirbes adopta en sus diarios una actitud autocomplaciente. No elaboraba más en su opinión, pero imagino que lo que quería decir es que Chirbes se regodea en su pena y se da demasiada lástima a sí mismo. Me dolió en el alma leer eso. Voy por el tercer y último volumen de los diarios, más de 1500 páginas en total acompañando a uno de mis escritores favoritos por sus meandros emocionales, y si algo puedo afirmar es que tengo la impresión de que el pobre Chirbes padecía una depresión de caballo, con visos de ser totalmente crónica. En sus diarios nos abre la puerta a las catatumbas del pozo de oscuridad en el que vivía enfangado y del que nunca supo salir, ni siquiera cuando su trabajo recibió un reconocimiento unánime. Todo le generaba inseguridad. Desde la espera de un email sobre el último libro que había escrito hasta la preparación de una charla sobre el tema más banal ante una audiencia pequeña.

Chirbes no puede ser autocomplaciente en su pena porque él era totalmente consciente de su disfuncionalidad emocional y manifestaba constantemente la frustración que le generaba no contar con los instrumentos necesarios para poder salir hacia delante. Su cabeza lo tenía maniatado, torturado y cubría de una negritud densa la textura de cada una de sus experiencias, imposibilitando así la felicidad y empujándole a unos lugares cercanos a la misantropía. Chirbes quería amar, sentir y emocionarse, pero le costaba sobremanera. Su alma estaba quebrada desde que él tenía memoria. Huérfano de un padre suicida, criado en un internado, gay en un tiempo donde la homosexualidad estaba estigmatizada, su vida estuvo desde el principio salpicada de adversidades. No se sentía cómodo en las relaciones sociales, pero, al mismo tiempo, las anhelaba con fruición. Su soledad era mucho menos elegida de lo que parecía desde fuera.

Leyendo los diarios, el último pensamiento que me asalta es el de la autocomplacencia. Lo que me despiertan sus textos es, por el contrario, una compasión inmensa. Sólo quiero colarme en las páginas de sus diarios y aparecerme en su pasado, en el momento en que estaba delante de sus cuadernos escribiendo esas precisas líneas que estoy leyendo y abalanzarme sobre él. Abrazarle con fuerza y decirle que le quiero mucho y que es un ser maravilloso. Recoger sobre mis hombros sus lágrimas antes de que las pinte con su pluma estilográfica y las disfrace de palabras.

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