Cuando salí del armario hace seis años y medio, una reacción recurrente de mis
amigos fue preguntarme, como si estuvieran a punto de presenciar una revelación
histórica, si había estado enamorado de Iker Casillas todo ese tiempo. Lo
preguntaban como si sólo ese posible enamoramiento pudiera explicar en su
totalidad mi desmedida admiración hacia Iker. Aunque parezca difícil, creo que
mi locura por Iker se manifiesta más en la respuesta que di que en la pregunta
misma: les respondí, con cara de extrañado
y de susto, que ugg, que cómo iba a enamorarme yo de Iker, que eso sería casi
incestuoso, porque yo a Iker lo sentía tan cerca como a un familiar. Por muy
descabellado que suene, es cierto. Nunca estuve enamorado de Iker. Nunca pude
estarlo. Iker era como un familiar y de ahí que el día que sufrió el infarto
recibiera treinta Whatsapps de amigos y familiares, entre ellos mi abuela y mi
iaia, preguntándome cómo me encontraba. Cuando fui a Inglaterra por primera
vez, en verano de 2010, regalé un póster de Iker a mi profesora de inglés. Mi
foto de perfil de Hotmail (sí, sigo usando Hotmail) es Iker con los brazos en
alto al acabar la final del mundial de 2010. La tengo desde entonces y, a pesar
de que ahora me dé algo de vergüenza, debo reconocer que he enviado correos profesionales
y académicos desde esta cuenta y que quienes se han puesto en contacto conmigo
para entrevistas para becas la única cara que podían ponerme antes de
entrevistarme era la de Iker. Siempre he tenido claro que mi hijo se iba a
llamar Iker. Algunas personas me llaman Iker. Yo mismo a veces me llamo Iker cuando
estoy de bajón y necesito animarme. Me costó años superar el linchamiento que
sufrió Iker por parte del Bernabéu en sus últimos años en el Madrid. Me ha
dolido ver a mi equipo, el Valencia, marcar un gol al Madrid (¡al Madrid!)
cuando ese gol ha sido facilitado por un fallo de Iker.
Con todo esto quiero decir lo que ya sabéis quienes me conocéis: mi idolatría
(algunos dirán locura) por Iker es tan excesiva que me cuesta concebirme a mí
mismo sin ella. Me cuesta imaginarme no sin Iker, sino sin mi idolatría, sin ese
reducto irracional al que llevo años encomendado y que me produce paz en tanto
que consigue dotar a mi vida de continuidad, y también de un punto de humor.
Todos mis rituales respecto a mi idolatría a Iker, todas las bromas, la
asociación directa que mi gente hace entre él y yo, es parte de quién soy. Por
supuesto que, a pesar de esta idolatría desbocada, he llegado a sentirme decepcionado
por la actitud de Iker en alguna ocasión, pero no me he podido permitir nunca enfadarme demasiado con él; enfadarme
con él supondría autolesionarme, despojarme de una parte muy importante de mí.
Pensaba que a Iker le perdonaría siempre todo, pero si escribo este texto
es porque llevo unas semanas inquieto. Desde el famoso día del tuit, noto un
vacío en mí, una ausencia. Como si un ser querido se hubiera marchado dando un
portazo y sin despedirse. Me ha costado identificar que ese vacío es el que ha
dejado Iker al irse. Llevo varios días poniendo boca abajo el cromo de Iker que
presidía uno de los muebles de mi cuarto. Me cuesta verle. Me cuesta
mencionarle. Imagino que la conclusión más lógica es que estoy enfadado con él
y que no sé si tengo fuerza para seguir queriéndole. Yo idolatraba a Iker por
ser portero. Yo fui portero. Fui portero y fui alguien que no era durante mucho
tiempo. Alguien que no se permitía ser gay. El otro día, Iker, que fue portero,
y a quien he admirado hasta lo indecible por serlo, ha hecho bromas sobre ser
gay, lanzando implícitamente la idea de que ser gay, en lugar de ser algo
natural, es algo gracioso. “¿Eres maricón o qué?”, era una de las frases más
repetidas en los vestuarios de fútbol en los que he estado. La palabra “gay” o
“maricón” sólo se utilizaba con una connotación negativa, como aquello que uno no debía ser. El otro día, Iker la utilizó como algo similar, como
algo digno de risa. A sus ojos, ser gay es algo tan irreal, tan improbable,
que pensar en esa posibilidad sólo puede desencadenar carcajadas. Antes
cualquier cosa que gay. Los vestuarios de fútbol en los que yo pasé trece años
de mi vida desprendían el mismo olor a testosterona chamuscada. Mi armario fue
tan angustioso y claustrofóbico precisamente por la de tiempo que pasé expuesto
a la idea de que ser gay era aquello que uno debía evitar ser. Uno
tenía que comportarse como un no-maricón, lo que para ellos significaba
comportarse como alguien fuerte y rudo que se sobrepone a cualquier obstáculo.
Los lengüetazos que se daban de fiesta borrachos no contaban. Paradójicamente,
eran tan machitos que un beso con lengua en una discoteca con otro jugador
representaba lo contrario a ser gay. Ser gay, ser maricón, era algo tan remoto
que ni siquiera besar a otro chico de fiesta podía significar que lo fueran.
Algunos han dicho estas semanas que menuda piel fina tenemos los que nos
hemos molestado por el tuit de Iker. Me hace gracia que quienes suelen hablar
de piel fina sean normalmente aquellos que con sus comentarios y actitud coaccionan
la libertad de personas como yo, personas que si algo tenemos es precisamente una
piel muy dura, capaz de sobreponerse a todas las palabras sucias, desagradables
y cargadas de homofobia que hemos escuchado desde nuestra infancia y que nos sumieron
durante mucho tiempo en un pozo oscuro de tristeza donde lo peor era que estábamos
solos y que no podíamos asirnos a ninguna mano. Aunque mi personalidad no viene
definida exclusivamente por mi condición de ser víctima de una sociedad
homófoba, está claramente moldeada por esas palabras desagradables que tuve que
escuchar durante muchos años y que destrozaron mi autoestima, por los silencios
que me autoimpuse y por las agresiones a mi dignidad que tuve que aguantar con
tal de no revelar mi propia naturaleza.
Iker, yo pensaba que podría perdonarte todo. Pero ver proyectado en tu tuit
los comentarios homófobos que tanto daño me hicieron antes de salir del armario
es algo que me cuesta mucho perdonar. Y mucho más cuando te has escudado en un
hackeo improbable y ni siquiera has dado la cara y pedido perdón.
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