En estos tiempos de individualismo feroz en los que nos toca vivir, creo que es necesario recurrir a autores que nos alumbren una realidad alternativa a la actual. En el último año, transido de hartazgo, me he dedicado a leer alguna que otra cosa de pensadores críticos con la presente sociedad capitalista. Necesitaba sumergirme en lecturas que me hicieran sentirme menos incomprendido de lo que me siento sumido en un mundo donde impera lo volátil y pasajero.
Bauman fue el primero en cuyos pensamientos me vi reflejado.
Puso voz, lucidez y concreción conceptual a muchas de mis inquietudes. Este
veterano sociólogo denuncia la liquidez que reviste cualquier modalidad del
capitalismo de nuestros días. Nos hemos adentrado en un mundo radicalmente
inestable, asentado en el principio consumista del usar y tirar, en la
precariedad de los lazos humanos, en el seguimiento religioso de las
directrices del mercado, en la fugacidad de las cosas y en la infatigable
voracidad del deseo por el deseo. No es que se haya desvanecido todo lo que era
sólido, sino que no existe nada sólido. Las vidas se conciben como proyectos
impulsados imparablemente por unos intereses individuales que no conocen límite
alguno. Ha tenido lugar una radical individualización de las existencias de los
sujetos, los cuales pasean jactanciosamente por el mundo haciendo ostentación
de las presuntas libertades de las que gozan.
Esta sociedad líquida que describe Bauman se caracteriza
precisamente por habitar en un una individualidad que no es en modo alguno real,
pues la supuesta libertad que la incuba se encuentra carcomida por el propio
funcionamiento del sistema capitalista, que conduce a un continuo estado de
inseguridad, a un continuo estado de alerta. Cuando nada es sólido, el
individuo no puede despistarse ni un segundo, ya que, si se despista, pierde de
vista la forma concreta en que se configura una sociedad que no cesa en su
movimiento, una sociedad que es constantemente moldeada por las veleidades
capitalistas. Esta sociedad líquida va atada a un sistema de acumulación que
nunca se contenta y que, por consiguiente, siempre está en marcha. La libertad
es pervertida por el miedo de uno a quedarse rezagado en una sociedad
sustentada en lo volátil y cambiante, ya que no es libre quien no puede
quedarse sentado disfrutando tranquilamente de su libertad. En una célebre
frase de Tayllerand a Napoleón se expresa claramente esta idea: “Con las
bayonetas, sire, se puede hacer de todo menos una cosa: sentarse sobre ellas”.
La guerra requiere de una continua actividad que impide la estabilidad que el
poder necesita, del mismo modo en que, paradójicamente, la continua actividad que
el capitalismo consumista exige para que seamos libres impide la libertad que
promociona.
El engranaje de esta máquina capitalista nos condena a la
tiranía del presente. Vivimos en una sociedad ufana, una sociedad estrecha de
miras que funde la historia de la humanidad en un presente todopoderoso y
desenfrenado, que no entiende ni de pasados ni de futuros. Esta sociedad
líquida engendrada por el capitalismo actual concibe el presente como único y
eterno, un presente desgajado del curso de la historia y blindando por el infranqueable
muro de la irresponsabilidad. Basta con analizar el nuevo eslogan de la marca
deportiva ADIDAS para percatarse de esto: “El ayer es pasado. El ahora es
nuestro. Puedes hacer algo para ser recordado. Aprovecha el presente.” Existe
una sucesión de presentes dentro de los cuales está permitido cualquier cosa,
en la medida en que se carece de una perspectiva temporal que permita abordar
el presente desde el pasado y encaminarlo hacia un futuro. Presentes que se
renuevan episódicamente, que únicamente tienen en común su carácter intercambiable
y que conducen a una sociedad donde lo que parece imprescindible hoy, será
desechable mañana.
En este escenario se desenvuelven las élites políticas y
económicas que gobiernan el mundo capitalista desde hace unas décadas.
Chistopher Lasch, rebatiendo a Ortega, las denominó hombres élite. Quienes de verdad ostentan el poder de
determinar los asuntos de la humanidad no son los hombres masa, sino los
hombres élite, en los que concurren todos los rasgos despectivos que Ortega
atribuía a los primeros. Los hombres élite son irresponsables, carecen de una
concepción de sí mismos exacta y realista que se ajuste a las circunstancias de
la vida. Consideran que son autosuficientes, que no se deben a nada ni nadie y
que su individualidad es la explicación de todos sus éxitos. Buscan
ansiosamente sobreponerse a los límites inherentes a la vida y la naturaleza,
sustrayéndose por completo de la sociedad para dirigirla discrecionalmente desde
un espacio virtual.
Por si no fuera suficiente, César Rendueles nos señala otra
de las grandes patologías del capitalismo actual. Internet, ese espacio
supuestamente abierto y común donde es posible compartir conocimientos y habilidades,
y que incentiva la comunicación y el intercambio inmediato de información,
pertenece también al conjunto de disfunciones de un sistema que se ha revelado
inepto a la hora de solventar los problemas de la sociedad. Es cierto que
proporciona numerosas ventajas, eso nadie lo puede negar, pero esa euforia
vertida sobre la posibilidad de revolucionar positivamente la sociedad a través
de Internet es injustificada. Internet no constituye sino una manifestación
expresa de lo que es la sociedad líquida. En la red se nos atomiza, se olvida
nuestra trayectoria social, primándose una visión del sujeto concretada en el
presente. Una visión mutilada y reduccionista que no tiene en consideración el
conjunto de actos y responsabilidades que nos han traído hasta nuestra
situación actual, donde el pasado es editable y reconfigurable. La red es un
espacio que carece de normas sociales, todo está permitido en ella. No importa
la diligencia con la que nos hayamos comportado anteriormente, solo importa que
formemos parte del presente en el que fluye su actividad.
Estamos abocados a un mundo delirante donde el culto al
presente y al individuo se ha convertido en una norma sagrada e indiscutible.
Esta sociedad líquida, concebida como un agregado de individuos facultados para
actuar a sus anchas, está dinamitando los valores sociales en los que se han
sustentado históricamente las relaciones entre los seres humanos. Esta
percepción vanidosa en torno al individuo es alarmantemente nociva. Nos
hallamos aprisionados en una burbuja que nos impide ver más allá de nosotros mismos
y más allá de nuestra existencia actual. Hemos perdido el norte. Ni el presente
ni el individuo son autosuficientes. El presente contiene siempre una parte de
pasado y de futuro, está inserto en la corriente de un río que fluye desde su
inmemorial nacimiento y que avanza campante hacia su desembocadura en el insoslayable
mar del futuro. Lo mismo sucede con el individuo, que no es nada ni nadie sino gracias
a su relación con los demás. Es falso que podamos ser libres desvinculándonos
del resto de seres humanos y creyendo que podemos vivir pensando únicamente en
nosotros mismos. El ser humano es un ser social que no puede desenvolverse plenamente
sino en sociedad.
Es necesario que recuperemos los valores de solidaridad para
volver a tejer los lazos sociales que el capitalismo actual ha debilitado hasta
lo indecible. No podemos seguir sumidos en una individualidad y un presente
exonerados de responsabilidad, proyectados en espacios carentes de un mínimo de
exigencias para con el resto de seres humanos. Es preciso entender que esa
visión de la sociedad que el capitalismo propugna es totalmente falsa. Debemos potenciar
las virtudes sociales que cada uno de nosotros poseemos, es menester rescatar
los principios de colaboración y cooperación que otrora reinaron. No podemos
olvidar nuestra obligación para con las futuras generaciones, nuestra obligación
de legarles un medioambiente similar al que nos encontramos nosotros al llegar
al mundo. La tiranía del presente y del individuo impiden comprender que el ser
humano no posee únicamente derechos, sino que también le apremian obligaciones
que debe satisfacer. Nuestros actos no son inocuos, pues inevitablemente
inciden en otros sujetos y en otras generaciones. Por esta razón, nos debemos
rebelar frente a esta sociedad líquida que causa estragos a extraños y a
conocidos.
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