No sé si vosotros pensáis lo
mismo, pero creo que vivimos en una sociedad muy propensa al “autobombo”. Cada
día me reafirmo más en esta idea. Las redes sociales han incrementado
colosalmente nuestra capacidad de exposición al público, y parece ser que nos
encanta. Pero ojalá se tratara de una mera cuestión de exhibicionismo. El
problema, sin embargo, es más gordo, pues esta exposición al público con
frecuencia destila un engreimiento y un narcisismo que las redes sociales albergan
y potencian con destreza.
Cada vez que abro Twitter me
pongo nervioso al leer los tuits que algunos famosos retuitean. Lo hemos
naturalizado, pero no es normal que una persona remita al resto los halagos que
vierten sobre él. A todos nos gusta que nos dirijan mensajes lisonjeros y
cariñosos, pero de ahí a hacérselo saber a todo el mundo hay un paso grande. No
puedo entender qué finalidad se esconde tras semejante forma de actuar si no se
trata de una necesidad por mostrar al resto de personas la valía de uno. Y la
pregunta viene ahora: ¿por qué comunicar al mundo lo que valemos, o lo buenos
que somos en una materia en concreto, o lo que nos quieren nuestros amigos y
amigas? De verdad, ¿qué se consigue informando al resto de personas, muchas
incluso desconocidas, de nuestras destrezas? Atendiendo a la naturalización
social de este fenómeno, supongo que no debe de ser una pregunta que se plantee
a menudo. Pero ello no es óbice para que yo insista en lo alarmante de esta
actitud propagada y abrazada por la mayoría de nosotros (empleo el plural
porque, aunque yo luche vigorosamente contra esta preocupante tendencia,
seguramente haya sido atrapado en algún momento de mi vida por sus tentáculos).
Utilizamos con frecuencia las redes
sociales para demostrar que somos felices, que tenemos una vida entretenida y
dinámica, que gozamos de férreas y leales amistades, que somos buenos hijos que
felicitamos a nuestros padres con párrafos conmovedores en Facebook… Plasmamos nuestras
vicisitudes diarias en las redes extrayendo nuestras experiencias cotidianas de
los confines de la intimidad y la privacidad. Damos prioridad a comunicar y
mostrar a los otros los acontecimientos que jalonan nuestras vidas antes que a disfrutar
interiormente y con nuestro círculo más próximo de lo que nos emociona y nos
hace felices. Es como si la felicidad derivara más del hecho de compartirla y
presumirla que de disfrutarla y saborearla.
Lo que me preocupa, como he
comentado al principio, es la sobrevaloración de nuestras vidas que subyace a
este tipo de actitud que hemos adoptado en las redes sociales. Tengo la
sensación de que pensamos que nuestras vidas son importantísimas, que son
dignas de ser mostradas continuamente y sin censura alguna al resto de humanos.
Nos creemos demasiado interesantes, nos damos coba a nosotros mismos pensando
que nuestras vidas deben ser minuciosamente representadas ante el mundo entero.
Y lo peor es que sobrevalorándonos, dejamos de valorarnos, porque olvidamos que
solo somos importantes en la medida en que somos insignificantes. Y que si la
vida es maravillosa se debe precisamente a que aun siendo minúsculos y
habitando ese diminuto punto azul pálido que es la Tierra, sentimos la vida
como la experiencia más grande que puede existir.
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