Creo que es imposible permanecer
insensible ante el notorio contraste que se plasma en esta imagen. Ilusamente,
podríamos pensar que se trata de una de esas maravillosas y ácidas viñetas con
las que El Roto denuncia las injusticias del mundo que nos ha tocado vivir.
Pero, desgraciadamente, no es así: se trata de una imagen real, por esta razón
es tan impactante y conmovedora. Sin
embargo, al abalanzarse sobre esta fotografía, es menester no postrarse en el
aspecto subjetivo (el impacto que subjetivamente nos suscita, la tristeza que
nos genera) y desarrollar una visión objetiva que trascienda la circunstancialidad
de la imagen para poder comprender con mayor profundidad por qué se dan
situaciones como ésta.
Esta fotografía nos habla de dos
mundos claramente diferentes: el de los ricos y el de los pobres. El de los
ejecutores y el de los damnificados. De nuestro mundo, el Primer Mundo; y del
Tercer Mundo, el de los otros. Independientemente de la arrogancia latente en
esta clasificación habitual que se suele hacer, parece evidente que,
disponiéndonos a emplear términos cuantitativos para describir el escenario
mundial donde vivimos, no existen suficientes unidades de medida de “mundo”
para definir rigurosamente la distancia entre esos mal llamados Primer Mundo y
Tercer Mundo. Nos hallamos en posiciones divergentes, cuanto más avanza uno,
más retrocede el otro.
El escenario mundial está
actualmente regido por una globalización farsante y engañosa, que se limita al
campo de la economía para aprovecharse de la liberalización del mercado y
embarcarse impune y gratuitamente en una infinidad de proyectos orientados a la
perpetuación y potenciación del capitalismo voraz propugnado por los países del
Primer Mundo. Llamamos indebidamente globalización a un proceso de colonización
económica encaminado a invadir indistintamente a todos los países del mundo.
Sin importar los ideales que abanderen, ¿qué más da que sea China que España? ,
¿qué importa que el gato sea blanco o negro con tal de que cace ratones?
Se trata de una globalización
basada principalmente en pilares económicos como la interconexión de los
mercados financieros, la movilidad de capitales, la privatización de empresas
públicas o el exacerbado protagonismo de las multinacionales. La ética y la
solidaridad han quedado relegadas a un papel insignificante, hecho que habilita
la inequidad endémica de un proceso que es exprimido por las grandes empresas
para poblar el Tercer Mundo con el único fin de reducir sus costes de
producción a base de la explotación de numerosas personas indefensas.
Volviendo a la fotografía
inicial, pienso que, a pesar de su capacidad de impacto, reduce el drama en la
medida en que incorpora una visión de España (diversas personas jugando
despreocupadamente al golf) que no es generalizable y que, por lo tanto, puede
dar a entender (a gente poco aguda) que los africanos ansían entrar a nuestro
país para poder gozar de actividades lujosas y ociosas. La conclusión que
debemos extraer es mucho más oscura y dolorosa. Los africanos que luchan por
alcanzar el territorio español no lo hacen con el ánimo de convertirse, en un
futuro, en jugadores de golf como los de la foto. Sino que vienen a España a
jugársela, apelando más a la fe que a otra cosa. Pues no van a recaer en ningún
paraíso, sino que, más bien, van a recaer en uno de los países más pobres y
desalentadores de Europa. En uno de esos países que, con desprecio, algunas
personas han colocado en el grupo de los PIGS (Portugal, Italia, Grecia,
España). Van a recaer en el país del 24% de parados, en el país del 29´9% de
menores de dieciocho años que viven bajo el umbral de la pobreza, en el país de
la continua emigración juvenil.
Mientras que una cantidad notoria
de españoles huye apresuradamente de un país social y económicamente abatido,
miles de africanos se juegan la vida por entrar en España. En este punto estriba
la colosal desigualdad de nuestro mundo. Los males, problemas y preocupaciones
de unos, constituyen la fuente de esperanza de los descarriados por el orden
económico mundial. Nuestras desgracias no son sino sueños inalcanzables para el
gran grueso de la población subalterna.
Es evidente que sería inviable
para cualquier país acoger, él solo, a todos los inmigrantes, de la misma forma
que también sería complejo establecer un plan europeo de distribución de la
inmigración. Ahora bien, a mi juicio, el problema no radica en que los inmigrantes
deseen integrarse en países europeos, sino en el hecho de que existan personas
que deseen abandonar desesperadamente sus respectivos países. Y es aquí donde
Occidente tiene una responsabilidad insoslayable, tanto por la responsabilidad
de dirigir actualmente el mundo (aunque cada vez menos), como por la
responsabilidad de haber ocupado en el pasado esos países que hoy en día se han
convertido en vergonzosos centros de saqueo y explotación. A los países del
Primer Mundo les interesa habilitar una vida digna en los países más
menesterosos para frenar el inabordable flujo migratorio; al mismo tiempo que
les acecha una obligación moral que no debe sino empujarles a restituir los
daños infligidos en los últimos siglos. El colonialismo económico debe
abandonarse definitivamente.
Es necesario que los susodichos
estados del Primer Mundo y que las organizaciones internacionales más
relevantes se impliquen de verdad en la cuestión migratoria y, sobre todo, en
proyectos de desarrollo de los países del Tercer Mundo. Para ello, se precisa
un compromiso sólido que entienda que no basta con abrir económicamente los
países para encauzarlos en la prosperidad, sino que es necesario lograr que, en
primer lugar, se desarrollen instituciones democráticas para que más tarde
pueda gestarse una economía sólida, que no beneficie exclusivamente a los
monopolios instalados en estos países, ni tampoco a las multinacionales que
sacan tajada de la menesterosidad del Tercer Mundo.
No podremos hablar de una
globalización de verdad hasta que en este proceso no puedan integrarse todos
los países, hasta que no se diluyan las imperantes desigualdades entre
diferentes mundos que conviven en un mismo mundo. Para transformar
beneficiosamente la globalización, los estados y organizaciones internacionales
deben revestirla de contenido político, ético y democrático, poniendo coto de
una vez por todas al neoliberalismo desenfrenado. Sólo entonces podremos hablar
de un mundo verdaderamente globalizado.
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