Esta semana creo
que ha estado en gran parte protagonizada por noticias ligadas a la situación
de la mujer en el mundo actual. La inauguramos con el fulgurante mensaje
feminista de Emma Watson en la ONU, la continuamos con la dimisión de Gallardón
y la consecuente cancelación del anteproyecto de ley del aborto y la hemos acabado atentos
todos y todas a la polémica suscitada por las palabras de Toni Nadal respecto a
la designación de una mujer como capitana del equipo nacional de tenis. Ya ven,
ha sido una semana bastante intensa. Y si alguna cosa puede sacarse en claro es
que todavía hoy, en pleno siglo XXI, nos hallamos enmarcados en una sociedad
donde el estatus social de la mujer es tristemente frágil. Una sociedad donde
resulta harto sencillo toparse con prácticas, conductas y pensamientos repugnantemente
sexistas, herederos, cómplices y perpetuadores del exacerbado paternalismo que
ha jalonado la historia de la humanidad hasta día de hoy.
Me veo obligado,
en especial, a tomar el relevo a Emma Watson después de que su discurso se
centrara en gran medida a llamar la atención sobre la relevancia del género
masculino en el proceso de emancipación de la mujer. A mi juicio, no puede
estar más cargada de razón: es urgente que los hombres nos pronunciemos
abiertamente y defendamos férreamente la causa feminista. Sin nuestro respaldo
y colaboración, es difícil imaginar el fin de la subordinación padecida
inmemorialmente por la mujer. Así que, te tomo el relevo Emma, ¡allá voy!:
Queridos amigos míos, compañeros de género y de sexo,
Quizá penséis que la virilidad es una característica
necesaria de adoptar. Que refleja seguridad, certidumbre en la vida, conciencia
del camino que se sigue. Tal vez creáis con certeza que es una condición sine qua non de nuestro sexo el rezumar “varonismo”, el
demostrar cuán machos y valientes
somos, que por falta de cojones jamás
se nos podrá incriminar (¡sólo faltaba, vamos sobrados de eso!).
Quizá penséis que somos más guays y más hombres por hablar siempre de la mujer con la lujuria
desbordando por nuestra boca y nuestros cuerpos. Que seremos más respetados si
ante los machos nos atrevemos a vejar
con piropos obscenos y chabacanos a las hembras
que cohibidas pasan por nuestro alrededor. Que, como La que se avecina es la serie preferida y más vista entre nuestro
entorno, es preciso asimilar el lenguaje sexista que se emplea en esta serie.
Utilizar las palabras “guarrilla” y “chocho” como sinónimos fieles y honorables
del sustantivo “mujer”.
Quizá penséis que en las discotecas, el lugar de encuentro
por excelencia de los machos con los chochos, es imprescindible hacer gala de
nuestras virtudes viriles y sacar así a relucir nuestras verdaderas destrezas.
Que no se salda con triunfo una salida nocturna si no logramos al menos tocar
sin legitimación y con jactancia un par de culitos o un par de pechotes. Que es un gay y maricón el amigo
respetuoso y educado que se niega a seguir las directrices varoniles que
imperan en las discotecas.
Quizá penséis que la represión de la sensibilidad es
imprescindible para mantener intacta nuestra categoría de hombre. Que somos los
mejores, los más grandes y que, por esta misma razón, no nos podemos permitir
mostrar debilidad ni fragilidad.
Quizá penséis que las mujeres son unas lloricas empedernidas
que sólo valen para servirnos y obedecernos. Que sus juicios son tuertos y que
es rotundamente imposible que se merezcan cobrar lo mismo que nosotros, que se
merezcan equiparse al brillante grupo de los machos.
Queridos compañeros de sexo y de género, estáis muy
equivocados. No somos bajo ningún concepto ni mejores que las mujeres, ni
superiores. Somos sencillamente iguales. Somos seres humanos que compartimos la
existencia en un mundo lleno de incertidumbre donde nos hallamos igualmente
desamparados ambos, tanto hombres como mujeres. Donde sólo sabemos con total
certeza que en algún momento nos tocará perecer. Nos tocará diluirnos por
igual, la naturaleza, como veis, es más sabia que nosotros, y en ningún momento
ha establecido distinción alguna entre hombres y mujeres. Por algo será.
Es una interesada construcción histórica la que ha llevado
en volandas a los hombres a lo largo del tiempo y la que, por conguiente, ha
anclado a las mujeres en la subordinación. Un pensamiento extendido por la
trayectoria de los siglos con el único fin de legitimar la supremacía de los
hombres y que en la actualidad es necesario que dinamitemos. Porque resulta
racionalmente imposible aceptar que la mujer y el hombre no merecemos la misma
dignidad ni el mismo respeto. Tanto ellas como nosotros somos aquello que
decidimos ser y no, por el contrario, aquello que se nos impone ser. La
esencia no puede preceder a la existencia y, por esta razón, no podemos
aceptar que a un grupo humano concreto se le subyugue por circunstancias y adscripciones
sexuales plenamente azarosas, que se escapan de nuestro ámbito de elección.
Queridos compañeros de sexo y de género, no somos mejores
por ocultar nuestra debilidad y, como consecuencia, resaltar nuestra fuerza. No
somos mejores por ello porque la vida es una sola y en ella hemos caído
inverosímilmente, de modo que no hay nada más humano que mostrar en ocasiones
la debilidad intrínseca a nuestra zigzagueante y tumultuosa existencia. No hay
mejor manera de hacernos fuertes que uniéndonos emocionalmente con las mujeres
para compartir nuestras preocupaciones comunes. No somos más fuertes
enmascarando nuestras inquietudes. Para ser verdaderamente fuertes debemos
canalizarlas y para ello en ocasiones necesitamos inexorablemente
exteriorizarlas.
Las mujeres no son chochos
ni guarrillas. No las podemos reducir
a calificaciones tan indignas, degradantes y vejatorias. Las mujeres son (no lo
olvidéis nunca) seres humanos que merecen el mismo respeto que nosotros. No son
objetos ni juguetes con lo que jugar. Son personas como nosotros, con
sentimientos, que no son inmunes ante las humillaciones que normalmente les
infligimos. Son sujetos racionales que comparten con nosotros esta aventura que
es la vida y que, como nosotros, se esfuerzan por alcanzar una existencia
satisfactoria y dichosa. No son una especie ajena a la nuestra (no lo olvidéis
nunca), pertenecen a nuestra especie. ¡Y menos mal! Porque maldito sería el día
en que las perdiéramos. Nosotros no somos hombres sin más, y ellas, por
oposición, mujeres sin más. No, no. Nosotros somos, ante todo, seres humanos. Y
ellas son, ante todo, seres humanos. Somos, como veis, lo mismo. Pertenecemos
al mismo grupo humano.
Queridos compañeros de sexo y género, os ruego por favor que
despertéis de una vez del letargo moral en que os encontráis. Que colaboréis
con la causa y que realicéis un gran esfuerzo por cambiar la situación de indecible
injusticia en la que vive aprisionada la mujer desde siempre. Os ruego, por
favor, que cambiéis vuestros comportamientos individuales. Porque sin un
conjunto de cambios individuales, ninguna transformación colectiva podrá
materializarse. ¡Rompamos de una vez las cadenas del machismo!
Dedicado con cariño a Paqui, a Nuria, a Marta y a Callosina, mis feministas favoritas.
Dedicado con cariño a Paqui, a Nuria, a Marta y a Callosina, mis feministas favoritas.
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