Esta maravillosa obra de Hermann Hesse se esfuerza
arduamente por ahondar en la existencia del ser humano, anhelando hallar algún
sentido a la vida. Es tan sugerente que a uno lo acaba conduciendo a la
extenuación mental y acaso anímica. El principio es fabuloso, envuelve
inmediatamente al lector con el relato trazado por el sobrino de la dueña de la
casa de la que es inquilino Harry Haller, el protagonista de la historia. Se
trata de una narración muy dinámica y cargada de vivacidad que nos adelanta la complejísima
personalidad de Heller con una descripción que rezuma perplejidad, asombro y
hasta cierto punto admiración. El autor de esta precisa radiografía previene
ávidamente al lector de la magnitud y peculiaridad del personaje al que deberá
hacer frente en solitario a lo largo del libro.
El desconcierto llega al lector cuando comienzan a ser
narradas en primera persona las notas del propio Harry Heller, que avanzan
sucesivamente teñidas de la angustia, la indiferencia, la incertidumbre y la desazón
manifestadas por un hombre que se define a sí mismo como lobo estepario. Un
lobo estepario es un ser descarriado que vive aislado en la vida como
consecuencia del continuo conflicto espiritual que se desata en su interior. El
lobo estepario se apea de la humanidad al considerar a ésta afanada en empresas
insulsas, superficiales y burguesas en el sentido de cimentadas en la
despreocupación y la comodidad. Carentes, pues, de cualquier tipo de
trascendencia, que es precisamente aquello que el lobo estepario ansía
orientado siempre a lo sublime y eterno, a lo inmutable e inmortal. Hesse
embute al lector en la clásica confrontación filosófica del cuerpo, propulsor
de instintos e impulsos; y el alma, representante del paraíso espiritual.
El lobo estepario padece una vida tormentosa a causa de la
frustración e impotencia que le genera la realidad, que actúa como una cárcel destructora
de los anhelos de trascendencia espiritual de quien reniega de la miseria
esparcida en la realidad. El lobo estepario, al fin y al cabo, es un soñador
inconformista que guerrea por ascender a un mundo sublime donde sus
idealizaciones sí puedan ser acogidas y satisfechas. La cruda realidad, forzada
a superar el filtro de lo físico, desgarra y desalienta al lobo estepario, que
prontamente empieza a concebir la muerte como redención y única escapatoria.
Sus sueños tienen razón, le dicen, pero la realidad no. No hay lugar para la
plena espiritualidad en la vida real, como él mismo comprueba tristemente
cuando se percata de que la euforia, alegría y embriaguez sólo le visitan
cuando entra en contacto con el escenario irracional del sexo y del amor.
La condena a la vida y, por consiguiente, a la
responsabilidad de levantar una esencia que no viene determinada, alimenta de
indiferencia la existencia del lobo estepario, que se trueca en ocasiones en un
extranjero como el de Camus, en un apátrida vital que no acepta la confinación
de la libertad en un marco terrenal, imperfecto e irracional. Busca
denodadamente la pureza de un paraíso como el del Mundo de las Ideas de Platón,
alejado de la elevada corruptibilidad de la realidad sensorial. La influencia
del psicoanálisis en Hesse brota especialmente en la última parte del libro con
la victoria por así decirlo de la irracionalidad freudiana. El lobo estepario
es conducido al mundo de la fantasía para experimentar allí la evasión de la
realidad, que se le presenta, junto con el humorismo, como vía de supervivencia
en la desesperanzadora realidad.
En mi opinión, Hesse no nos invita a escaparnos
definitivamente de la realidad hacia paraísos imaginarios y ficticios.
Simplemente nos incita a aminorar la desolación producida por la realidad
completando ésta con la introducción de escenarios cautivadores, ideales y
soñadores. Pablo, el personaje que muestra este mundo paralelo al lobo
estepario, no es ningún Don Quijote que ande enzarzado en peleas con molinos de
viento, sino que más bien se trata de un hombre que vive una vida estimulante,
energética e integrada en la sociedad. Se acostumbra a la irracionalidad y la
asimila, aunque para ello deba afanarse a veces en menesteres superficiales y,
a juicio del lobo estepario, poco trascendentales.
Pero es que el ser humano es de por sí así, imperfecto. Es intrascendente, pese a los intentos de nuestra parte racional de alzarnos hacia lo puro y sublime. La impotencia y la frustración vitales engendran en nosotros la necesidad de construir y levantar mundos supraterrenales donde poder verter nuestras ambiciones de pureza y plena trascendencia. Por eso la verdadera vida se nos aparece insuficiente, acaso como el lugar más inhóspito en el que vivir. El lugar más desagradable y vil. El lugar menos soñado. Pero, al fin y al cabo, si soñamos es porque vivimos.
Pero es que el ser humano es de por sí así, imperfecto. Es intrascendente, pese a los intentos de nuestra parte racional de alzarnos hacia lo puro y sublime. La impotencia y la frustración vitales engendran en nosotros la necesidad de construir y levantar mundos supraterrenales donde poder verter nuestras ambiciones de pureza y plena trascendencia. Por eso la verdadera vida se nos aparece insuficiente, acaso como el lugar más inhóspito en el que vivir. El lugar más desagradable y vil. El lugar menos soñado. Pero, al fin y al cabo, si soñamos es porque vivimos.
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