Al estar enclavados en la historia viva, que es volátil y
cambiante, nos cuesta tomar conciencia de nuestra situación. Así observamos el
pasado con cierta ufanía fruto de la superioridad que nos produce pensar que
los desagradables acontecimientos de otros tiempos han sido ya solventados y
reparados. Creemos que las heridas han sido totalmente curadas, que resulta
imposible que de ellas puedan volver a brotar sangrientos conflictos y guerras
interminables. Pero la historia está inconclusa. Somos nosotros los encargados
de escribirla día a día con los pasos de nuestra andadura por el presente.
Es curiosa la facilidad con la que el ser humano se
desentiende de su responsabilidad histórica. Pensamos que somos herederos de un
pasado que desemboca definitivamente en nosotros. Sin reparar en cuán
fundamental deviene nuestra labor para poder garantizar el éxito del futuro a
partir de la asunción del pasado como un elemento que siente las bases del
presente, que a la sazón serán las del futuro. La conexión entre el pasado, el
presente y el futuro es realmente interesante. Tenemos, con diversas incógnitas
por resolver, constancia sobre el pasado. Mientras que el presente, en tanto
que lo habitamos, podemos considerarlo también como existente. Sin embargo,
tengo la sensación de que se carece de conciencia sobre la trascendencia de
nuestro presente en la historia. Pues no lo proyectamos sobre un futuro.
Olvidamos que la historia jamás se ha quedado postrada en un pasado o en un
presente en concreto, sino que es más bien una evolución continua que fluye en
cada instante del presente por las trazas esgrimidas por el pasado, que no
conducen sino a un insoslayable futuro.
El futuro será inevitablemente presente y pasado. O mejor
dicho, el pasado y el presente han sido previamente futuro. Porque el presente
precede al futuro, un tiempo todavía no vivido que, al experimentarse, adoptará
la forma de presente. Y que, al transcurrir en su totalidad y perder su
vigencia temporal, pasará a formar parte del indeleble pasado. Podemos deducir,
por lo tanto, que todo acontecimiento conmovedor que tuviera lugar otrora, gozó
en algún momento del cuerpo de una idea tormentosa que pronto invadió la
sosegada y desprevenida realidad, transformándola más tarde en una tragedia que
únicamente se había revestido hasta entonces de ingentes porciones de
abstracción y fabulación.
Es menester que la sociedad actual, tan imbuida de la
cortedad en la visión vital propugnada por el capitalismo salvaje, tome
conciencia de su situación histórica y de la enorme trascendencia de su
presente para frenar el tren hacia el abismo en el que en estos instantes se
encuentra instalada la Humanidad, cargada como está de insensibilidad,
insolidaridad e irresponsabilidad. Únicamente preocupada por la fugacidad de
las satisfacciones materiales y monetarias. Afanada exclusivamente en el
bienestar del presente, sin atender a la continua mutabilidad del mismo a la
que le someten tanto el pasado, que lo entierra, como el futuro, que lo
suplanta. Si continuamos escapándonos de nuestra responsabilidad histórica, no
habrá presente que valga la pena. No habrá Humanidad.
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