La objetividad no existe. Sin embargo, no creo que esto sea
óbice para que uno se proponga ser objetivo. En mi opinión, intentar ser
objetivo es la actitud más filosófica, trabajosa y saludable que existe para
encarar la vida, ya que implica un desapego de los dogmas y de las convicciones
inamovibles. Tener principios no es incompatible con poder cuestionar a éstos.
De hecho, pienso que es imprescindible no cesar de dudar sobre lo que vemos y
lo que somos. Desde una perspectiva subjetiva, se ve mucho menos, pues restan
desérticos innumerables paisajes por los que uno no se “autoriza” pasear. Siendo
uno única y exclusivamente subjetivo sólo se genera indignación y arrogancia,
mientras que nunca se plantea la canalización de las mismas. Quien se aferra a
su subjetivismo se está aferrando al mismo tiempo a la autocomplacencia, al
conformismo e, irremediablemente, a la ignorancia. Vive aislado, aunque se
considere fuerte y arropado.
El intento de objetividad no presupone la anulación de la
subjetividad, pero sí establece un control sobre ésta. Se puede decir que le
coloca una correa con la que se le sujeta a la realidad. Y si la realidad se
aleja de aquello que las ideas subjetivas protegen y defienden, pues será
inevitable que la subjetividad se desplace al ritmo de los acontecimientos.
Intentar ser objetivo no significa que se carezca de principios, ni de
ideología. Todo lo contrario, se tiene tanto respeto hacia lo que son los principios
y las ideas que se desea que éstos sean lo más válidos posibles, objetivo que
se torna irrealizable si no se lleva a cabo una comparación que los sujete a la
realidad y que así los certifique. Intentando ser objetivo, uno manifiesta una
admirable fidelidad hacia lo que son los principios en su sentido más abstracto
y universal. Unas aspiraciones no concretas, pero al mismo tiempo subjetivas,
porque denotan palmariamente la estima que se profesa al sentido de los principios
y los ideales. He aquí la porción de subjetividad que está inserta en la
naturaleza humana, independientemente de que se pretenda ser objetivo o no,
pues, en este caso, ¿acaso no es subjetivo el amor por los principios y por el
espíritu crítico, aunque sea paradójicamente el que empuje a intentar ser
objetivo?
Cuando uno se propone ser objetivo no intenta tanto
ratificar sus convicciones a través de la observación de la realidad, como
corroborar que puede continuar amarrándose a esos principios que defiende
abstractamente. Intentar ser objetivo significa precisamente eso: anhelar la
concreción de lo que es abstracto. Y esa concreción únicamente puede darse
cuando la realidad lo permite, por lo que se rechaza totalmente la posibilidad
de adecuar los acontecimientos a la idea abstracta que se defiende (los
principios). Nótese que anhelar la
concreción de lo que es abstracto difiere de concretar lo que es abstracto, que es la actitud predominante en
las personas que no albergan ninguna preocupación por validar o cuestionar sus
principios e ideales, los dan directamente por aceptados e irrechazables.
Intentar ser objetivo es una tarea altamente agotadora y
arriesgada. Agotadora en la medida en que no se goza del estatismo que envuelve
a los principios incuestionables y acríticos; y arriesgada en tanto que conduce
a quien se lo propone por la senda de lo desconcertante, de lo inexplorado, de lo
desconocido y de lo voluble. Movido siempre más por las preguntas que por las
respuestas. Por aquello que en realidad refleja con mayor fidelidad lo que es
la propia vida, pues, ¿acaso existen respuestas claras y unánimes sobre el
sentido de nuestra existencia? Por esta razón es tan tentador desmarcarse con
aspereza de los propósitos de objetividad. Porque, dada la interminable
incertidumbre que rodea a nuestra vida, uno brega por encontrar estabilidad y
seguridad en diferentes realidades, por muy abstractas que éstas sean, como los
principios. Ese comportamiento casi común a todos los seres humanos de
postrarse en el subjetivismo no es sino un mecanismo de autodefensa. Anhelamos
vivir con certeza, aunque se limite al ámbito de lo intangible.
Es completamente comprensible que uno se aleje de los
propósitos de objetividad habida cuenta de las considerables consecuencias que
produce sumergirse en ellos. Ahora bien, por muy difícil y laborioso que resulte,
¿no vivirá uno más acorde con la realidad cuando se decante por poner en
continuo cuestionamiento todo lo que considera estable, cuando ajuste sus ideas
a la realidad y no la realidad a sus ideas? ¿No vivirá una realidad más real y
menos abstracta e imaginativa? ¿No será fiel a principios e ideales más válidos
que aquéllos no cuestionados? ¿No será más empático?
Muy de acuerdo, pero no crees que esa "realidad" que se quiere ajustar a las ideas está compuesta en muchas ocasiones de intereses y conveniencias???
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