Europa se ve asolada desde hace bastante tiempo por una incertidumbre jalonada por el imparable ascenso de los partidos populistas. El último ejemplo claro de esta tendencia lo observábamos recientemente con la aprobación en Suiza, a través de referéndum, del establecimiento de cuotas a los inmigrantes. Este anhelo abrigado por el pueblo suizo no parece ser sino un preludio de aquello que puede acontecer en el resto de Europa si se cumplen los pronósticos que anticipan el éxito de los partidos populistas en las próximas elecciones europeas.
El problema, aunque pueda
resultar chocante, no estriba tanto, bajo mi punto de vista, en este
fortalecimiento de las posturas populistas y xenófobas como en las respuestas
que se trazan desde los países europeístas para contrarrestarlas. Creo que es
totalmente necesario que tenga lugar un cambio radical a la hora de abordar la
cuestión de la xenofobia en Europa. Se debe repensar arduamente qué perspectiva
es la más decente para guiarnos a subsanar este mal del que adolece hoy en día
Europa, puesto que no se puede seguir transitando por el mismo camino que nos ha
conducido a este panorama alarmante y que se caracteriza por llevar a cabo
acuerdos y misiones conjuntas atendiendo única y especialmente a fines
económicos.
A través de los efectos de la
presente crisis hemos podido advertir cómo las bases de la Unión Europea han
ido debilitándose gradualmente hasta dejar a ésta al borde del precipicio,
desnuda y cubierta de dudas y confusión. Pecaríamos de ingenuos si intentáramos
atribuir a la coincidencia y al azar el hecho de que la UE esté a las puertas del
abismo justamente en el momento más crítico de la economía europea en las
últimas décadas. No cabe duda alguna de que ha quedado completamente al
descubierto la falta de solidez de una unión que se sustentaba más en intereses
económicos que en intereses humanos.
Mantener una unión basada
únicamente en la economía no sirve de nada, pues esta unión se tambaleará cada
vez que la economía, el nexo de la unión, entre en cuestionamiento. No sólo
resultará inviable económicamente, como así parece que asevera la realidad,
sino que lo será sobre todo en lo concerniente a la convivencia de la
humanidad. Una unión que se guía por intereses económicos (los particulares de
cada nación y de cada individuo) es una unión con pocas posibilidades de
futuro, ya que, en lugar de mirar en grande, mira en pequeño. Se alargan los
brazos al mismo tiempo que se estrechan, pues se trata de una expansión que en
el fondo busca el aseguramiento de una visión reducida y chica, es decir, de un
repliegue. Se participa en un mercado globalizado al mismo tiempo que brotan en
su interior posturas proteccionistas y en contra de la propia unión. Así se explica que dentro de una unión del
cariz de la que nos ocupa puedan aparecer movimientos xenófobos altamente
respaldados y que defienden la anti-unión.
Cualquier unión en la que se
adviertan atisbos de xenofobia, como en este caso la UE, es una unión abocada
al fracaso, puesto que cualquier unión, para prosperar como tal, debe
fundamentarse en el respeto a la diversidad dentro de ella. La xenofobia, por
el contrario, representa la discriminación al otro, a lo diferente, a la
Alteridad. Es, pues, necesario dotar a las alianzas establecidas entre los
países de un contenido mucho más humano, o filosófico si se prefiere.
El ser humano debería aspirar
siempre a ensanchar su solidaridad y su generosidad a través de una visión del
mundo amplia y global que permitiera establecer un nexo no basado en la
economía, sino en la empatía. Sólo con tal conciencia puede garantizarse la
pervivencia de cualquier tipo de unión, ya que, de nada sirve expandirse física
o económicamente si no se produce paralelamente un ensanchamiento de la
conciencia y de la visión del mundo. Una unión que no cumpla con estos
requisitos acabará inexorablemente fracasando, ya que se sustentará en unas
condiciones cambiantes e inestables que, en el momento de fallar, arrollarán sin
miramientos a la unión. Por el contrario, la fijación de una conciencia humana
y global difícilmente podrá caer en la inestabilidad en la medida en que se
basa en una condición que es temporalmente permanente: la condición de ser
humano.
Por lo tanto, es necesario que,
como ya se ha dicho, tenga lugar una reorientación considerable en los
argumentos de aquellas personas interesadas en defender el futuro de la Unión
Europea. El propio presidente de la Comisión Europea, Barroso, sostenía lo siguiente
tras el resultado del referéndum en Suiza (que no es miembro de la UE): “no es
justo que Europa ofrezca a Suiza estas condiciones y que después Suiza no
ofrezca las mismas condiciones”. Barroso otorga más importancia a la falta de
reciprocidad que al problema principal: la xenofobia. Cae en el grave error de
visionar la realidad desde un punto de vista basado en el cumplimiento o no de
unos intereses, es decir, desde una posición más europeísta que humanista. Cuando
el problema principal no consiste en que se haya incumplido un acuerdo entre la
UE y Suiza y que, por lo tanto, la UE salga malparada. El problema consiste en que
la medida abrazada por los suizos es xenófoba y poco democrática en su
fundamento (se da la paradoja de que, aunque haya sido librada por referéndum, supuestamente,
una de las expresiones más altas de la democracia, atenta fuertemente contra la
diversidad, que es uno de los principios elementales de cualquier democracia).
Explicar la perversidad de la
xenofobia incipiente en Europa apelando a datos y argumentos que se proponen
mostrar las perniciosas consecuencias económicas y políticas que causará en los
países de la UE constituye una visión muy simplista, reduccionista y frívola. La
xenofobia no es indeseable porque afecte a la UE, sino porque es un sentimiento
destructor, violento, selectivo, restrictivo, insolidario, nada empático y que
atenta contra la diversidad. Es cierto que observarla desde una perspectiva de
la UE es más sano que desde una perspectiva particular de un país europeo en
concreto, pues representa en cierta medida una conciencia que trasciende la del
ámbito nacional y que es, por consiguiente, más amplia y más favorable (siempre
que no se conciba la UE como el nexo de intereses únicamente crematísticos). Sin
embargo, no es suficiente. Porque la humanidad está muy lejos de concentrarse
exclusivamente en el territorio abarcado por la UE. Por lo que una visión
únicamente europea es también reduccionista y pequeña si la situamos en
conexión con el resto del mundo.
El futuro de Europa, aunque pinta
mal, es incierto. Quién sabe si se logrará frenar esta ola de populismo y
xenofobia que tanto nos preocupa en la actualidad. Quizá Europa sepa
sobreponerse a las circunstancias y consigue poner fin a esta epidemia xenófoba
dentro de un año. Quién sabe. Todo puede pasar, porque mientras exista el futuro,
el presente nunca podrá asegurarse su permanencia. Sin embargo, una cosa está
clara: si se logra erradicar la xenofobia que azota hoy en día a Europa con las
medidas y las perspectivas que se están adoptando en la actualidad, tal
erradicación será inevitablemente provisional y la xenofobia volverá a
imponerse cuando reaparezcan los problemas que la han causado en la actualidad.
Porque la xenofobia sólo podrá destruirse definitivamente cuando impere una
visión global y humanista que asiente la diversidad como un elemento
imprescindible para la convivencia de la humanidad.
Es totalmente imprescindible esta visión de Europa.
ResponderEliminarHace falta una verdadera fuerza democrática (de izquierdas) que frene el avance de sentimientos racistas e intereses egoístas que cada vez se vuelve más amenazante. Es necesario crear conciencia, democrática y de clase, alzar la voz y decir basta ante estas agresiones, muchas veces estructurales e institucionales (que no llaman tanto la atención y son más fáciles de manipular), cambiar el rumbo del neoliberalismo descontrolado y salvaje en el que llevamos ya demasiados años... En definitiva, es hora de luchar por un cambio profundo.