La felicidad debe ser siempre el
camino que me guíe. Vivimos en una sociedad donde se nos vende que la felicidad
es un elemento ocioso, digno más bien de los haraganes, de aquellas personas
poco serias que apenas tienen preocupaciones sustanciales. La felicidad como un
fenómeno instantáneo, fugaz, efímero, volátil y farsante que sólo conduce a
vidas protagonizadas por grandes fracasos.
A mi juicio, no es el fenómeno,
supuestamente súbito, de la felicidad el factor que causa estragos en las vidas
de las personas por propagar una idea demasiado idealista del mundo que al ser
puesta en contacto con la realidad ocasiona una fricción irremediable, en la
medida en que nos baja de las nubes a la realidad mísera y sórdida de la
sociedad. El fracaso de nuestras sociedades procede, contrariamente a la idea
más expandida, de la falta de confianza y de creencia en la felicidad. No
se fracasa cuando la prioridad de la felicidad mitiga tus beneficios económicos:
se fracasa cuando se registran infinitos beneficios económicos en ausencia de
felicidad. La felicidad no es un fenómeno, sino que es, más bien, un estado y
una forma de ver la vida a los que puede aspirar casi todo el ser humano que se
lo proponga.
No es la felicidad, sino el
dinero, aquello que de verdad puede desvanecerse con sorprendente velocidad. La
felicidad, aunque relacionada con el exterior, es interna. El dinero, en
cambio, jamás depende totalmente de la persona. No hace falta remitir ni
siquiera a las ventajas de la felicidad respecto del dinero en lo alusivo a la
persistencia e independencia, basta con comprender mínimamente la esencia de la
vida como para advertir cuán imprescindible es la felicidad. El dinero no se
puede estar consumiendo en cada segundo de la vida, mientras que la felicidad
sí. El dinero tiende inevitablemente a ir en búsqueda de mayor capacidad,
tiende a ensancharse, por lo que se infiere que su goce es menor, en cuanto se
piensa en su uso en el futuro, en lugar de en la alegría que produce en el
presente.
No sabemos con certeza cuánto
tiempo vamos a permanecer en este intrigante mundo. Sin embargo, sí sabemos con
total conocimiento qué tiempo estamos viviendo. Sabemos que el presente es
nuestro. El pasado y el futuro ya son mucho más insondables. Por ello, es
necesario apreciar cada instante de ese presente, ¿y qué mejor forma de
conseguirlo que abrigando constantemente la felicidad? No sé si mañana viviré,
pero sé que hoy, que estoy vivo, soy feliz. Esta es, para mí, la esencia de la
vida. Entonar el Carpe Diem sería quizá lo que más se ajustara a mi percepción
de la vida. Vivimos para vivir, no para pensar, sin vivir en el presente, cómo
viviremos en el futuro.
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