Barack Obama, el primer
presidente negro de la historia de Estados Unidos, rendía ayer homenaje a
Martin Luther King el día en que se cumplían cincuenta años de aquel célebre
discurso que el reverendo ofreció en Washington en la escalinata del memorial
de Abraham Lincoln. La imagen no podía ser más simbólica: Obama perorando sobre
Luther King bajo la imponente sombra del gran emancipador (under the shadow of the great emancipator, Lincoln). Fue una imagen
para el recuerdo que refleja la continuidad de los sueños estadounidenses
acerca de la lucha por alcanzar la libertad. Porque cuando Martin Luther King had a dream, Lincoln ya había tenido su
sueño. Y hoy, cuando King ya ha tenido su dream,
Obama tiene el suyo. Los sueños, como vemos, son imperecederos. Son inmunes
al paso del tiempo.
En 1863, justo cien años
antes del I have a dream de King, Abraham
Lincoln había deleitado a todos los presentes en el cementerio de Gettysburg
con un discurso tan sucinto como preciso que concluía de forma memorable con
las siguientes palabras: “...que habrá en
esta nación, con la ayuda de Dios, un nuevo nacimiento de la libertad; que el
gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá en esta
tierra”. Lanzaba una ola de esperanza en un momento desalentador, en plena
Guerra de Secesión, donde el Norte y el Sur de la Unión estaban totalmente
fragmentados. El inicio del discurso también marcó un punto de inflexión en la
política abolicionista que estaba llevando a cabo y que desembocó en la
emancipación de los esclavos negros. Su fulgurante comienzo fue: “Hace ochenta y siete años nuestros padres
crearon en este continente una nación, concebida en la libertad y consagrada al
principio de que todos los hombres nacen iguales”. Democracia, libertad, igualdad,
eso era exactamente lo que anhelaba Lincoln. Fruto de su denuedo, los negros
vieron la luz por primera vez en siglos.
Pero el sueño del gran
emancipador estaba inconcluso. John F. Kennedy, cien años después del discurso
de Lincoln y dos meses y medio antes del de King, se vio obligado a irrumpir en
la televisión estadounidense para exigir que se permitiera el acceso de dos
jóvenes negros a la Universidad de Alabama. Recurriendo a los ideales
defendidos por Lincoln (“esta nación se
fundó basándose en el principio de que todos los seres humanos son creados
iguales, y de que los derechos de cada ser humano se ven reducidos cuando se
amenazan los derechos de uno solo de ellos”. Palabras de JFK) Kennedy denunciaba las desigualdades
existentes entre los negros y los blancos: “un bebé negro nacido en los Estados Unidos hoy, sin importar en qué
parte de la Nación venga al mundo, tiene más o menos la mitad de probabilidades
de completar la escolarización en el instituto que un bebé blanco nacido en el
mismo lugar el mismo día, una tercera parte de probabilidades de llegar a
completar estudios universitarios, una tercera parte de probabilidades de
llegar a convertirse en un profesional, el doble de probabilidades de estar
desempleado, una séptima parte de probabilidades de ganar 10.000 dólares
anuales, una esperanza de vida siete años menor, y la perspectiva de ganar
solamente la mitad”.
Setenta y ocho días
después de la comparecencia de Kennedy, Martin Luther King lideraba la marcha
que concluyó con el insuperable I have a
dream y que tenía como fin clamar contra todas esas injusticias que los
negros seguían sufriendo en un país que se jactaba de ser paradigmático en
cuanto a democracia y libertad. King expuso ante una gran multitud de personas
su sueño, no sólo el sueño del americano negro, sino el de cualquier americano amante
de la libertad. Fue una llamada a la igualdad y a la justicia que dio sus
frutos, pues sin ella sería casi inexplicable la llegada a la presidencia de
Barack Obama, el primer presidente negro en la historia de los Estados Unidos.
Ayer, cincuenta años
después, Obama se afanó en recordarnos los sueños de quien fue una de sus
grandes inspiraciones políticas. Ayer, cincuenta años después, Obama nos
recordó que él sigue soñando, que nosotros, los ciudadanos del mundo, debemos
seguir soñando. Se han conquistado grandes avances pero se debe evitar caer en
la complacencia. Por eso, ayer, cincuenta años después, Obama nos recordó las
imperfecciones de la sociedad y la política americana, extrapolables a
cualquier país desarrollado. El presidente en el cargo reivindicaba la igualdad
para los sectores marginados del pueblo americano, como los gais y los
discapacitados, al mismo tiempo que también cargaba contra las perniciosas
consecuencias del capitalismo radical imperante en las últimas décadas y
causante de la extensión y el incremento de las desigualdades sociales.