Recuerdo, papá, eso que me decías siempre de que, del mismo modo que las
mascotas se parecen a sus amos, las tumbas se parecen a sus ocupantes. Y que
así era como tu abuelo, que era huérfano, ponía cara a su padre y a su madre, a
los que nunca pudo conocer en persona ni ver en una foto. Para mí, sin embargo,
tu lápida no me recuerda en nada a ti. Si fuera como tú, querría agarrarme a
ella y abrazarla, pero este trozo de mármol erguido es tan tieso y rígido que
lo único que me apetece es pegarle una patada para empujarlo hacia abajo y que
pierda ese aire intimidatorio que tan mal rollo me da. Además, tú siempre
tuviste barriga, esta lápida es demasiado fina como para poder representarte.
De hecho, tu barriga fue siempre mi almohada favorita. Lo que más me gustaba de
niña era sentarme en tu regazo y apoyarme en ella mientras veíamos juntos la tele.
Hoy he venido sola, mañana vendré con mamá. Me he dado cuenta de que a
veces prefiero venir sin ella. No es que tenga que desahogarme ni decir nada
malo de mamá, es que simplemente echo de menos pasar ratos los dos solos. Me gusta
llenar tu silencio con mis propios recuerdos, sin que interfieran con los de
mamá. A veces se me hace duro eso de haber vuelto
a casa. Que en parte es por hacer compañía a mamá mientras tú no estás, pero
también es porque dejé el trabajo de limpiadora y mi sueldo de segurata en el
Wanda me da para pagarme los gastos de comida y poco más... Ya sé que tú
siempre fuiste un trabajador abnegado. Te juro que yo también lo soy. Pero
después de tantos años limpiando casas, tenía que parar. Ya no podía más con el
dolor de espalda ni de piernas. A lo tonto, llegaba a hacer más de diez horas
al día. ¿Y para qué si me pagaban casi todo en negro? La misma mierda de
pensión tendré siga limpiando o no. Obviamente, lo que más echo de menos de
limpiar, aparte del dinero, es el poder contarle a mamá todos los dramas que
ocurren en estas casas de bien. Echo de menos el cotilleo, vaya. Pero ya
volveré. Me tocará volver. No me puedo permitir no volver.
Al menos nuestro Atleti va viento en popa. Desde que empecé a trabajar para
ellos, el equipo no hace sino encadenar victorias. Estamos imbatidos en casa.
Mamá tiene claro que es gracias a mí. Así lo cuenta siempre en el mercado. Yo le
digo que no diga tonterías, pero, en realidad, también lo pienso. Noto cómo el
Cholo respira tranquilo una vez se gira y ve que ahí cerca estoy yo,
custodiando a su equipo, a mi equipo, a nuestro equipo, papá.
Espero que no te preocupes por mí, pero cada vez bebo más alcohol porque me
he dado cuenta de que, bebiendo, consigo no pensar en que estás muerto. Ya, ya
sé lo que me vas a decir. Que no está bien. Pero, por ahora, es la única manera
que tengo de poder seguir adelante sin que la tristeza me vacíe del todo.
Además, he empezado a ir a un bar, que se llama Bar-Mesón, que es de lo más
curioso. Sólo te digo que el camarero se llama Casimiro y que el cabrón es
bizco, jaja. Tiene huevos la cosa. Ojalá pudieras acompañarme un día a tomarme
una copa allí.
La tía Dolores te tiene muy presente, ya sabes cómo es, su memoria infinita
no le permite salir de esa tienda de juguetes que es para ella el pasado.
Rebusca, rebusca y rebusca y acaba saliendo con cincuenta juguetes por día. Al
menos, no hay día en que uno de ellos no lleve tu nombre. Cada mañana recibo un
Whatsapp suyo con una efeméride tuya. “Hoy hace cuarenta y nueve años que tu
padre vio el Padrino en el cine”. “Hoy hace treinta y siete años que se le
murió a tu padre su amigo Ramón”. “Hoy hace veinte años que tu padre y tu madre
fueron de viaje a Roma”. Y así sucesivamente. Como una escopeta de ferias, pero
sin fallar ni una. Cómo es la tía. A veces me dan ganas de decirle que me deje
en paz, que suficiente sobredosis de nostalgia tengo yo, pero, en realidad, me
hace ilusión saber que mamá y yo no somos las únicas que pensamos en ti todos
los días.
Andamos viciadas en casa a La libreta de Pablo, la serie para
adolescentes de Antena 3 en la que el protagonista hace de enlace entre alumnos
de su instituto que no se conocen. Pone en contacto tanto a gente que va en búsqueda
del amor como a gente que simplemente tiene problemas y a la que le vendría bien
conocer a otro estudiante que haya pasado por situaciones similares. Vamos, es
una serie sobre el amor y la amistad, sobre la vida en general. Los personajes
son muy críos, pero, joder, a veces me veo tan reflejada en sus problemas, en
sus dudas, en su miedo atávico a lo que les deparará el futuro que no puedo
evitar sentirme algo incómoda viéndola. Me produce algo de pena pensar que, a
pesar de haber pasado ya por esas sensaciones, no he podido deshacerme del todo
de ellas tantos años después. Qué duro darte cuenta de que hay miedos que, a
pesar de parecer que han evolucionado, siguen ahí, intactos en tu interior. Sólo
parecen distintos porque se han oxidado y ya ni siquiera tienen fuerza para
hacer ruido. Pero son los mismos de siempre.
Carmelo, uno de los personajes de la serie, estaba triste porque su mejor amigo,
Diego, que llevaba años y años siendo su mejor amigo, estaba saliendo con una
tía por primera vez y, desde entonces, le estaba dejando algo de lado. Carmelo
se alegraba de verdad de que su amigo se hubiera hecho novia. Y ésta le caía
muy bien, además. No dudaba tampoco de lo que le quería su amigo de toda la
vida. Pero, no sabía por qué, no podía evitar sentirse algo desplazado y, por
tanto, triste. Le daba mucha rabia que los padres de Diego, a los que tan bien
conocía y con los que tan bien se llevaba, contactaran a la nueva novia antes
que a él para organizar la fiesta sorpresa de los dieciocho cumpleaños de su
hijo. Estaba cien por cien seguro de que, de no haber tenido novia, los padres
de Diego habrían hablado directamente con él. Pero no ha sido así. Sabe que es
una tontería y que, vamos, ojalá todos los problemas fueran de esta magnitud.
Pero no puede evitar sentirse apenado. No quiere hablarlo con Diego porque no
quiere hacerle sentirse mal y tampoco quiere que piense que está celoso. Porque
él tiene claro que no está celoso. ¿Cómo va a estar celoso? Él sólo quiere a
Diego como amigo, no como novio, así que no le importa lo más mínimo que se
haya echado novia, no hay colisión de intereses. Lo que le fastidia es pensar
que han ocupado un espacio que era suyo, que ahora Diego ha recortado el tiempo
que pasaba antes con él. No para de mencionar la palabra prioridad cuando le
cuenta su historia a Pablo. Es una cuestión de prioridades, repite. A mí me
puede seguir queriendo Diego, no lo dudo, pero ya no soy la persona a la que presta
más atención. Ya no soy la primera persona con la que comparte ni sus problemas
ni sus alegrías ni sus ilusiones, ¿y cómo voy a poder llevar bien eso, dejar de
ser la prioridad de mi mejor amigo? Yo nunca tuve como objetivo ser su
prioridad, pero una vez que las cosas se dieron así y que se creó el fuerte
vínculo que teníamos, ¿cómo puedo conformarme con pasar a un segundo plano? ¿Soy
tóxico por sentirme así? ¿Soy posesivo? Odio el simple hecho de planteármelo. Pero
es que esta sensación de desplazamiento me produce un resentimiento interno
contra él que no me gusta nada.
Ya ves, papá, dramas de adolescentes, tontadas, pero, no sé por qué, me afectan
bastante. Ayer se me saltaban las lágrimas pensando en el pobre Carmelo. Cuantísimas
veces me sentí yo así a su edad. Podría montar una pasarela con todos los
novios de mis amigas que, al aparecer en sus vidas, recortaron la atención que
ellas me prestaban a mí. Para luego que les dudaran lo que les duraran y que
volvieran a mí enseguida, como si nada, sin ni siquiera un perdón mediante,
cuando les dejaban tiradas o les decepcionaban. Siento si te aburro, papá. Ya
ves que tengo muchas ganas de hablar. O necesidad. No sé distinguir. Todo esto
te lo cuento porque estoy muy triste con Silvia. Desde que se ha echado el
novio este nuevo, no sabe hacer nada sin él. Lo lleva todo el día de la mano o,
cuando no está con él, en la boca. Todo el santo día hablándome de él. Y ya ni
viene conmigo a los cines los martes ni hace la quiniela conmigo los jueves en
el Molino. ¿Soy tóxica por empezar a tenerle algo de resentimiento? ¿Soy mala
amiga?
Te echo de menos, papá.
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