Ayer era sábado
y llovía, nada nuevo bajo el sol. Llovía por momentos, pues la lluvia en Inglaterra sabe
dosificar muy bien sus esfuerzos. Diez minutos de lluvia feroz. Un descanso de
veinte minutos. Media hora de lluvia suave. Otro parón. Cinco minutos de
diluvio universal. Otra tregua. Y así sucesivamente. Decidí que me daba igual
la lluvia, que o salía de casa o me iba a quedar todo el día confinado en mi
cuarto, y no queremos más confinamientos que no sean estrictamente necesarios.
Cogí el paraguas para protegerme de los arrebatos violentos del cielo y no
empaparme a las primeras de cambio. Paraguas arriba, paraguas abajo. Esa es la
coreografía favorita de los que no somos ingleses aquí. A ellos les da igual el
agua. Parecen inmunes. Las gotas les resbalan (nunca mejor dicho).
Aguanté bastante
bien los vaivenes caprichosos del tiempo durante casi todo el paseo. No me
había calado y había podido hasta ver un arco iris precioso. Un arco iris que
atravesaba un cielo gris y encapotado y que me venía a decir que no cantara
victoria antes de tiempo. Y qué sabio fue el señor arco iris, porque fueron
pasar diez minutos y el cielo empezar a descerrajar gotas cada vez más gruesas
contra mí. Me parapeté bajo mi paraguas que, al ser desplegable, no tiene mucha
consistencia. Su tela cedía poco a poco frente a ese bombardeo de gotas, se
hundía y me daba algún que otro lametazo salado en la mejilla.
Ese repiqueteo
constante y estridente de las gotas sobre mi paraguas me hizo pensar en
Valencia en fallas. Era como estar en una mascletà. El olor a pólvora se
sobrepuso de repente al olor a piedra mojada. Me vino a la cabeza un vídeo que
vi en Youtube hace poco. Ya sabemos que Youtube es el mejor aliado de la
nostalgia. En las últimas semanas he estado buscando muchas cosas raras en ese
desguace enorme, de la celebración del doblete del Valencia CF en 2004 al gol
que marcó Tendillo para evitar el descenso en 1983. Youtube es un río
interminable y caudaloso que avanza haciendo zigzags, uno nunca sabe dónde va
a acabar cuando navega sus aguas. Mi nostalgia de los tiempos prepandemia me
llevó a buscar vídeos de mascletàs. Mi nostalgia de siempre intentó que esos
vídeos fueran de cuando las mascletàs se daban en Canal Nou.
Acabé en una mascletà
de 1996. Una mascletà muy especial, pues acudieron a ella el rey Juan Carlos y
la reina Sofía. El que la narra es, por supuesto, Paco Nadal. Y la alcaldesa
que preside el balcón del Ayuntamiento es la alcaldesa perpetua (así es como se
refieren a ella en la Fallera Calavera): Rita Barberà. Se me había
olvidado el don de gentes de esta mujer. ¿Cómo no iba a ser reelegida año tras
año? No me extraña que a los valencianos, incluso a los que no la aguantábamos,
nos costara imaginarnos unas fallas sin ella de alcaldesa.
En el vídeo no
puede ser más jovial ni más campechana ni más espontánea. Derrocha felicidad.
Aplaude más fuerte y durante más tiempo que nadie. Sonríe todo el rato. Se ríe.
Estalla en carcajadas escandalosas que todavía resuenan en la ciudad. Se inclina hacia los reyes para decirles cualquiera de sus ocurrencias.
Los reyes parecen amigos de toda la vida. No guarda ninguna distancia física
con ellos, hay un momento en el que incluso le toca la cadera a la reina, para
que luego digamos de Ayuso. Se dirige a ellos como si fueran unos ciudadanos
más, con la misma naturalidad con la que iba al Mercado Central y se ponía a
hablar con los pescaderos, los carniceros, los verduleros, que se sacaban fotos
con ella, felices por la atención recibida, y luego las colocaban bien
orgullosos en sus puestos, presumiendo de cercanía con la alcaldesa. Rita era
omnipresente. En casi todos los rincones de Valencia podía verse el rastro de
su famosa chaqueta roja.
Su espontaneidad
desaforada le jugó una mala pasada el día del caloret. El caloret del foc i la
flama. El caloret de la primavera. El caloret de la llum. El caloret de la il·lusió.
Buscó tanto caloret que se acabó quemando las alas, como Ícaro, y dejó de
volar. Pero, en realidad, se fue con las botas puestas. Siendo fiel a lo que
había hecho siempre. Ese día es recordado con mucha sorna. Es considerado el
día más humillante de Rita como alcaldesa. Yo siento discrepar. Basta volver a
ver el vídeo en uno de esos recovecos de Youtube para apreciar su desparpajo
como maestra de ceremonias. Habla un valenciano pésimo, sí, pero se la entiende
perfectamente. El público está totalmente rendido a ella. “Que tot el món vinga
a València a disfrutar de les millors festes del món”. Decía a los valencianos
lo que muchos de ellos querían escuchar. Que nuestra tierra era la mejor. Que nuestra
fiesta era la mejor. Que ni a Papas ni a Fórmula 1 ni a Calatravas nos ganaba
ni dios. Comunismo o Fallas, ese habría sido su lema hoy.
Aquí dejo los dos vídeos: el de la mascletà de 1996 y el del caloret.
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