AUTOR: Javier Rincón Cruz
Está
científicamente demostrado que ante un chaparrón lo peor que puede hacer uno es
echarse a correr, no solo porque el suelo resbaladizo puede proporcionarle a
uno una buena tarascada, sino porque al final uno termina por empaparse más que
si avanzase andando con algo de brío. Rajoy es ese tipo inteligente que lo
aplica a la política como pocos y, viendo a todos sus rivales políticos corretear
en todas direcciones para buscar sus cobijos en las mil y una tormentas
políticas que nos acaban sacudiendo en el sofá, él se dedica a ser un político
a la intemperie con su marcheta cochinera y viejuna (ninguneando por completo
la moda snob del running compulsivo). Encarna además la esencia hispana y
atemporal de la clase política de nuestro país con ese toque soberbio y altivo
pero cutre y torpón que bien podría pasar por el ministro de Luces de Bohemia,
con esa elocuencia única y autentica como es el “marianisme” y su receta de
habituales perogrulladas y atropellos dialécticos. Este gallego es en su última
esencia un auténtico y genuino
superviviente político, es el tipo que sobrevivió a aquel aparatoso accidente
de helicóptero con Esperanza Aguirre cuando estos dos animales políticos, más
sinónimos que antónimos, compartían buenas migas antes de hacer del PP un auténtico
“survival” (Telecinco lo hubiera petado con “Supervivientes: Partido Popular”)
allá por el 2008 del que Mariano salió como el menos perdedor de un
enfrentamiento fratricida, apoyándose entre otros en el PP de Valencia que por
entonces era un icono del éxito entre pelotazos y grandes proyectos faraónicos
en la España ZP. Lógico que, ante la caza más que anunciada de otro animal
político de su especie como Rita Barberá (y su aliado más valioso allá por el
2008), Rajoy pusiese un bonito paraguas en forma de aforamiento sobre la cabeza
de la caricaturesca exalcaldesa de Valencia. Ante la lista de hitos de
supervivencia del “marianisme” la hazaña del capitán Shackleton en el
continente helado tiene poco que hacer, “hitos” que sin duda ya le habrían
costada “la cabeza” en cualquier país europeo que se precie (donde compañeros
suyos del Partido Popular Europeo (PPE) dimiten por tesis doctorales plagiadas)
como los papeles de Bárcenas, la sede pagada en negro, las empresas en panamá
de ministros, y así con un larguísimo e inexplicable etcétera.
Mariano
Rajoy es la no política en persona en un país donde la política, aunque la
lleve con la vehemencia metida en el ADN, siempre se mira con desgana y de
reojo. Con el espíritu socarrón y cenizo de la España castiza (“de cerrado y
sacristía” que diría Antonio Machado) que siempre anda algo harta de
politiqueos y que anhela ya un presidente al que lanzar mil y un perjurios y
mil y una culpas pero al que está dispuesta a volver a votar, esa España algo
cansada y algo cansina siempre quiere ya al inquilino en funciones de la
Moncloa para volver al escándalo y resignación del chorizeo y estraperlo político
(más estilo Torrente que House of Cards) al que el PP y especialmente sus filiales regionales nos tiene por
desgracia harto acostumbrados, tanto a los que estemos a años luz de votarle
como a los que le defenderían aunque vendiese armas nucleares al mismísimo
Ayatolá Jomeini para el más allá. La España (o más bien las distintas Españas)
cosmopolita, crítica y mayoritariamente joven que seguramente votó siglas
nuevas anda escandalizada, con mucha razón, con que un partido como el PP y un
presidente como Rajoy vuelvan a gobernar este país aunque sea desprovistos de
aquella arma de legislación masiva del rodillo de la mayoría absoluta. Aun así,
no nos engañemos porque hay otra España más cerrada, visceral y acólita de “la
estabilidad” y “el centro político” que está encantada con este “sorpasso
marianista” de la segunda vuelta votando a uno de los partidos más a la derecha
del PPE, quizás agarrándose al voto útil con la nariz tapada o ciñéndose al
“más vale malo conocido...”, quizá víctima de una polarización (a toro pasado
cualquiera diría que intencionalmente inflada, como las facturas de más de
alguna región del PP) que solo el electorado conservador se creyó.
Nadie
dijo que el tablero político de este país fuese a cambiar de un día para otro,
no sin al menos tener sus altibajos y sus resistencias ligadas a la tradición
bipartidista, que un partido que alcanzó su zenit de hegemonía política y
social allá por el 2011 fuese a erosionarse bajo el chaparrón de las
corruptelas y las medidas, valga la ironía, impopulares para buena parte de la
población, en el fondo nadie se esperaba esto, probablemente ni el propio
Mariano, pero eso es parte de su estilo: que caiga lo que caiga a él le pillen
paseándose bajo la lluvia.
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