Tendemos a asociar (a veces
incluso de forma inconsciente) la democracia a la república. De la misma forma
que solemos separarla de la monarquía. Sin embargo, aunque raramente resulte
errónea esta asociación, no siempre se da. Si entendemos por democracia la
participación del pueblo en la organización del gobierno del mismo, debemos
comprender que lo importante en un sistema no es su apariencia democrática,
sino la participación del pueblo de hecho. Es decir, no podemos dejarnos llevar
por la grandilocuencia de los términos con los que se denomina a un sistema,
sino que debemos reparar en el desarrollo de las condiciones que estos términos
implican. Resulta simple, pero igual de sencillo es incurrir en el error
mencionado. Ya denunciaba Joaquín Costa en su ensayo Oligarquía y caciquismo que se tildara de democrático al sistema de
la Restauración; y que se alegara que el caciquismo era una consecuencia de
esta organización política. Según Costa, la Restauración se sustentaba y se
basaba en una serie de artimañanas ilegítimas, como el caciquismo. De
democrática no tenía nada. Este aura de democracia que la sobrevolaba no era
sino una mera apariencia con la que se pretendía engañar al pueblo. Por tanto,
hemos de andarnos con cuidado y, sobre todo, debemos intentar ver más allá del
“aspecto físico” que presentan las cosas.
Una vez tenido en cuesta esto,
podemos retomar el tema. El origen del liberalismo político data del siglo
XVII, en Inglaterra, gracias en gran parte a la sublevación militar que Oliver
Cromwell lideró para acabar con los ilimitados poderes del monarca Carlos I. De
esta forma, el parlamento, al fin, devino en la institución más importante del país;
y Cromwell impulsó la implantación de una república, conocida con el nombre de Protectorado.
Sin embargo, pese a la inestimable contribución de Cromwell al liberalismo, su
manera de actuar fue totalmente despótica, pues llegó incluso a acumular más
poder que el propio Carlos I. Un claro ejemplo es la afición que tenía por
disolver parlamentos. Poco después de su muerte (1658), ejerciendo su hijo,
Richard Cromwell, la función de Lord Protector, el parlamento decició declarar
rey de Inglaterra a Carlos II, en detrimento del descendente directo de
Cromwell, que fue, por consiguiente, depuesto. De esta forma se inició una
nueva etapa monárquica, la Restauración de los Estuardo, donde el rey, a pesar
de que tenía que buscar legitimidad en el parlamento, llegaba a ignorarlo en
muchas ocasiones. Carlos III, de hecho, disolvió el parlamento en 1681 y
gobernó, prescindiendo de él, los últimos cuatro años de su reinado. Todos
estos acontecimientos desembocaron en la Revolución Gloriosa, cuyo éxito suposo
el comienzo de una monarquía parlamentaria, que aún perdura en la actualidad.
Se curó al sistema de cualquier tipo de tentanción absolutista, restringiendo
duramente los poderes del rey; que ya no podría, por ejemplo, ni suspender las
leyes, ni crear impuestos.
La conquista democrática más inmediata que tuvo
lugar en Europa tras la Revolución Inglesa, fue la Revolución Francesa. La
figura de Napoleón refleja el fracaso a corto plazo, en cuanto al liberalismo
político, de esta revolución. Bonaparte protagonizó un Golpe de Estado en 1799
que tenía como objetivo principal que se le nombrara uno de los tres cónsules
de la República (instaurada en 1792). Los cónsules asumían el poder supremo de
la república, sobre todo el primero, que poseía todo el poder. Napoleón,
verosímilmente, fue nombrado primer cónsul; y lanzó una nueva Constitución que
reforzaba su grado desmesurado de poder. Era él mismo quien nombraba a los
miembros del Senado, quienes, a su vez, designaban a los del Cuerpo Legislativo
y el Tribunado. La Primera República Francesa, tuvo su fin en el gobierno
despótico y tirano de Bonaporte. De hecho, él mismo fue el encargado de
finiquitar este sistema al proclamar el I Imperio Francés en 1804.
En estos dos ejemplos de
experiencias republicanas, observamos la inicial proclividad de estos tipos de
sistema al despotismo. Resulta realmente paradójica esta tendencia si tenemos
en cuenta que los ideales de una república son, en un principio, totalmente
opuestos al de cualquier sistema totalitario. La república es, como mucho
consideramos, la mayor expresión de la democracia. Sin embargo, en los inicios
de su puesta en marcha, suele derivar en sistemas no democráticos. Quizás pueda
considerarse que algunos casos de conquista republicana, como el de Estados
Unidos, refuta el argumento anteriormente desarrollado. No obstante, cabe
considerar que EEUU, con el logro de su independencia en 1776, empezaba su
historia desde cero, sin una carga tan pesada del pasado, pues el pueblo
estadounidense antes se regía por la monarquía inglesa y, una vez emancipado de
esta, iba a poder desarrollarse con menos obstáculos en el camino de la
democracia. Volviendo a la argumentación de antes, cabe preguntarse qué
características inherentes a la república son las causantes de su
insostenibilidad (más bien, insostenibilidad inicial). En primer lugar, puede
resultar de vital importancia el origen de la república. Es decir, su
legitimidad. No es lo mismo una república instaurada por un golpe de estado
protagonizado por veinte generales, que una república impulsada por la mayoría
del pueblo, como fue la Revolución Francesa. Parece evidente que resulta
elevadamente dificultoso rehuir la violencia a la hora de instaurar una
república si el sistema anterior se opone a su instauración. Sin embargo, el
mejor ejemplo de origen de una república es aquel en el que el pueblo no la
impone violentamente. La Segunda República Española es un caso ejemplar, pues
fue proclamada de forma democrática. En contraste con este ejemplo, la Primera
República Española fue tan efímera precisamente por esta razón: el pueblo
apenas tomó partido en su instauración. De esta manera, los ciudadanos eluden
su respobilidad acerca de un sistema al que no se muestran afín y que ni
siquiera han respaldado. Esto explica la falta de apoyos que sufrió la primera
experiencia republicana de nuestro país.
En segundo lugar, la república es
uno de los sistemas que mayor inestabilidad presentan. Esta inestabilidad no es
sino un mero reflejo de la diversidad de los ciudadanos, la cual queda recogida
en este sistema. Pues, al participar en la vida política, las disidencias
cotidianas pasan a ser también disidencias políticas, que tambalean
sucesivamente a la república. A esta inestabilidad se le añade la incorporación
del pueblo a un sistema totalmente nuevo, que requiere de una adaptación.Y que
puede producir frustraciones a los más impacientes y menos involucrados en la
política. La república, como gran expresión de la libertad, implica la
dificultad y labor que supone asumir la responsabilidad a la que te somete la
propia libertad. Por tanto, si se buscan sencillez y resultados celéricos, en
un sistema republicano jamás van a encontrarse. Y menos aún en sus inicios,
donde el pueblo todavía se está adecuando al nuevo sistema.
Visto lo visto, no resulta
descabellado que todas estas consecuencias que acarrea un sistema republicano
acaben desembocando en una situación de caos general, tanto en la vida
cotidiana, como en la política. Esta insostenibilidad inicial acaba por
sentenciar a la república, que es reemplazada por un sistema mucho menos
liberal y, por consiguiente, más autoritario, a saber, una monarquía o una
dictadura. Basándonos en los casos de Inglaterra, Francia y España, podemos
hablar de dos procesos diferentes: una autocracia (por no llamarlo dictadura)
de un liberal que quiere propugnar los ideales del liberalismo, lo que es una
detestable (¿y necesaria?) contradicción, como los casos de Cromwell y
Napoleón; o bien un sistema no liberal, como la Restauración de los Estuardo en
Inglaterra, la Restauración Borbónica en Francia (tanto la restauración inglesa
como la francesa suceden a las fallidas autocracias), y la dictadura de Franco
en España. Tras estos períodos, apreciamos que vuelven aparecer sistemas
liberales: la Revolución Gloriosa, La Segunda República Francesa y la actual
monarquía parlamentaria española. Por tanto, podemos considerar que durante
estas etapas de no-liberalismo, que suceden a una etapa de enorme liberalismo, se desarrolla una madurez y
concienciación política en el pueblo. Y que, sobre todo en las restauraciones
francesas e inglesas, los nuevos sistemas, aunque no son liberales, no son tan
reticentes al liberalismo como los sistemas que preceden a las etapas liberales
que les preceden a ellos.
Por tanto, retomando la cuestión
inicial, ¿qué sistema es más democrático, una monarquía o una república? El
resultado final de una república consolidada es, innegablemente, democrático.
Sólo cabe observar repúblicas actuales, como la alemana o la francesa. Sin
embargo, ¿puede una república establecerse únicamente mediante la democracia? Es
decir, ¿puede irrumpir por primera vez en escena y consagrarse un sistema
republicano sin tener ningún tipo de contacto y flirteos con sistemas no
democráticos? Negándole esta democracia total al republicanismo, ¿puede entonces
la monarquía llegar a erigirse en un sistema más democrático que el republicano?